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Análisis

La montaña tras la montaña

Esclavitud, golpes de estado, dictaduras, represión, corrupción... son los males endémicos que han azotado al país caribeño desde tiempos coloniales. El autor analiza el ayer y hoy de este país, que siempre ha permanecido bajo la atenta mirada de Washington.

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Marco RASCÓN Columnista de «La Jornada»

Si en América hubo violencia colonial, en Haití adquirió características de genocidio y barbarie al acabar con los pueblos originarios y fue sangrienta con la población negra traída de África para ser comerciada como esclava.

¿Qué se dijo en el bicentenario de Haití? Seguramente algo de la maldición ya citada, porque fue la primera república de esclavos que levantó su propia soberanía e independencia como única salida de sobrevivencia ante las bestialidades del colonialismo español y francés contra los esclavos llevados ahí. De eso da cuenta exacta la magistral obra de Germán Arciniegas: «Biografía del Caribe».

Con más de 60 gobernantes entre reyes, emperadores, presidentes constitucionales, vitalicios y de facto, ha sido víctima de todas las formas de intervención por los imperios. Solamente desde 1986, cuando cayó el hijo de Duvalier, Haití ha tenido 17 cambios de gobierno, haciendo de los golpes de Estado un hecho crónico.

En tres ocasiones Jean-Bertrand Aristide fue echado del poder; la última fue a finales de 2007 tras la revuelta duvalierista y de Estados Unidos por el delito que cometió Aristide al establecer relaciones con Cuba y Venezuela. Si hoy no hay Gobierno en Haití se debe a la concepción estadounidense de mantener la gobernabilidad desde la punta de los portaviones y con los marines, que tras el seísmo llegaron y tomaron el control del aeropuerto, caminos y ciudades como invasores, ante lo que ellos mismos han hecho socialmente y dejando que los Tonton Macoutes -paramilitares del duvalierismo- impongan de nuevo el terror en nombre del humanitarismo.

Puerto Príncipe, a pesar de estar protegido contra las tormentas, no pudo hacer nada contra la falla del Enriquillo ni la obra de la gran piratería global que ha mantenido a los haitianos como rehenes de los dominios hemisférico y ultramarino. El escaso desarrollo, la falta de educación, salud, alimentación básica han dejado también como consecuencia una debilidad extrema en la sociedad. Las iglesias se han disputado la feligresía, ya que ahí se ha refugiado la desesperación del pueblo.

La violencia inmensa en las calles de Puerto Príncipe es explicada por Franz Fanon en «Los condenados de la tierra a la luz de la revolución argelina». La violencia entre los oprimidos surge cuando los gobernantes ex colonizados ocupan los puestos de los colonizadores, condenando a la mayoría a la miseria, como si la independencia no hubiese existido ni sirviera de nada.

El terremoto ha dejado al descubierto la doble moral de la globalización que convirtió a Haití en un Guantánamo social: en un enorme galerón de población condenada a la miseria y que amenaza con tomar un rumbo desconocido para los arquitectos de democracias ficticias construidas por el intervencionismo.

La sola posibilidad del regreso de Aristide desde su exilio en Sudáfrica genera grandes peligros para quienes consideran a Haití parte de sus dominios y los portaviones estadounidenses serán pocos para contener lo que se esconde detrás de la desesperación de pueblo haitiano.

La política hemisférica de Washington para Haití considera a Cuba como el mayor peligro. Ante el desastre haitiano, la poderosa organización social cubana ha comenzado a tender sus redes, instituciones médicas y educativas. La fuerza de la solidaridad, que va más allá de la entrega de despensas, puede generar lo más temido: organización social, donde el demiurgo del pueblo será el pueblo, como diría Fanon.

Desde este momento, la ayuda para Haití bajo control estadounidense tiene el sello de la contrainsurgencia, a fin de que el desastre no tenga consecuencias ni cristalice en la organización política y social, que fácilmente y por necesidad tendría características revolucionarias. El anticomunismo de los Duvalier en Haití, al igual que el de Rafael Leonidas Trujillo en Dominicana, tuvieron como inspiración cuidar al Caribe de la influencia que podría ejercer la revolución cubana.

En México, después del seísmo de 1985, florecieron las doctrinas contrainsurgentes que impiden toda organización social independiente. 1988 no puede explicarse a cabalidad sin lo sucedido en 1985, que debilitó y afectó la estructura corporativa del PRI en la capital, su baluarte estratégico. Por ello, las nuevas doctrinas de protección civil son de control gubernamental ante situaciones de desastre, ya que un ejemplo de lo que no debe ocurrir fue lo sucedido en la ciudad de México en 1985.

En condiciones como las de Haití, la organización civil contra el desastre puede transformarse en unos cuantos días en organización social democrática y liberacionista, por ello la ayuda estadounidense tiene un objetivo contrainsurgente el cual hace que tras la montaña esté otra montaña.

© Artículo de opinión publicado en el diario mexicano «La Jornada»

sin asilo

La secretaria de Seguridad Nacional de EEUU, Janet Napolitano, afirmó ayer que los haitianos que, después del seísmo del día 12, hayan entrado en EEUU sin los permisos pertinentes no podrán beneficiarse del estatuto de asilo temporal.

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