Ion Andoni del Amo sociólogo e ingeniero
¿Desarrollo sostenible?
El autor despliega su planteamiento a partir de una constatación: el concepto de desarrollo, ligado al de progreso, ha fracasado. Son evidencias de ello las crisis económica, ecológica y energética. A partir de ahí, analiza el concepto de «desarrollo sostenible», en torno al cual distingue tres discursos fundamentales. El primero de ellos, ligado al neoliberalismo, defiende que crecimiento y medio ambiente se estimulan mutuamente en el ámbito del mercado, porque los consumidores prefieren productos «verdes». El segundo se identifica con una mirada global al planeta y tiene en el cambio climático su caballo de batalla, proponiendo regulaciones internacionales para el ajuste medioambiental. Y el tercero supera este análisis y aboga directamente por la deconstrucción: consumir menos, trabajar menos y frenar el desarrollo para vivir mejor.
Y qué es lo que hay que sostener? ¿La naturaleza? ¿El desarrollo? ¿El crecimiento? Surgido en los 80 del difícil matrimonio entre desarrollismo y medioambientalismo, el término «desarrollo sostenible» proporciona una ambivalencia semántica que lo convierte en una percha para todo, desde la «economía sostenible» de Zapatero a Copenhague, pasando por Urdaibai.
El concepto de desarrollo, ligado al de progreso, ha guiado a las sociedades occidentales desde la Ilustración -y la «globalización» ha sido su última expresión- en base a dos supuestos: que el desarrollo occidental podía universalizarse en el espacio y que podría perdurar en el tiempo. Ambos se desvanecen ante la realidad de las crisis económica, ecológica y energética, y el creciente abismo entre los países del centro y los de la periferia. Al tiempo, toda una línea de pensamiento cuestiona el sentido último de la modernización occidental; desde Weber, que parte de la crítica de Nietzsche a la Ilustración, hasta la Escuela de Francfort, Foucault o el movimiento ecologista.
La frustrada cumbre de Copenhague, en torno a la acuciante cuestión del cambio climático, ha mostrado una vez más la doble dimensión del problema: ecológica, pero también de justicia, en el tiempo y en el espacio. A fin de despejar la ambigüedad, muchas veces calculada, de la terminología alrededor de conceptos como «sostenibilidad» y «desarrollo sostenible», conviene recordar un lúcido artículo de Wolfgang Sachs, en el que distingue de forma brillante tres discursos en torno a la misma, según su valoración del desarrollo y la manera en que relacionan la ecología con la justicia.
El primero entronca directamente con las teorías de la modernización ecológica. La tesis central es que crecimiento y medioambiente, lejos de resultar incompatibles, se estimulan mutuamente de forma positiva. Se señalan dos fenómenos principales. El primero sería la modernización ecológica de las economías industriales: el reto de la competitividad empuja a una mayor eficiencia, especialmente energética. El segundo sería la aparición, fruto de la extensión de la conciencia ecológica, de nichos de mercado «verdes»: los consumidores penalizan a las empresas de comportamientos medioambientales dudosos y optan cada vez más por productos ecológicos. Evidentemente, si se considera que la propia economía resuelve la problemática medioambiental, sobran todo tipo de regulaciones. Esta perspectiva, por tanto, encaja bien con la doctrina neoliberal y, en todo caso, remite la responsabilidad ecológica a los ciudadanos individuales.
Así, los mensajes institucionales de concienciación conviven sin problemas con políticas institucionales en sentido contrario, justificadas en nombre de la competitividad. No obstante, y especialmente a nivel global con cuestiones como el cambio climático, los problemas medioambientales lejos de remitir, se agravan; la mayor eficiencia energética del «capitalismo verde» no es capaz de compensar el aumento del consumo. O la supuesta «energía verde» de algunas empresas del centro se combina con comportamientos bastante poco ecológicos y antisociales en la periferia. En última instancia, se asume secretamente su limitación en el espacio, trasladando al sur el coste del ajuste medioambiental, en base a argumentos como la cuestión de la población y menor eco-eficiencia. El pensamiento desarrollista continúa en la base, el objetivo es poder mantener el crecimiento de los países del centro.
El segundo discurso tendría por seña de identidad la mirada global. El planeta se constituye en objeto científico y político. Aquí cabe situar la hipótesis Gaia, la comunidad científica, perspectivas más espirituales (Leonardo Boff) o las grandes organizaciones ecologistas. La dimensión global de problemas como en cambio climático corre en apoyo de esta perspectiva. Desde esta mirada global, resulta imposible obviar la doble dimensión del problema, temporal y espacial. Así, el planeta en su conjunto, y no principalmente el sur, se revela como escenario del ajuste medioambiental. Se aboga por una planificación racional de las condiciones planetarias, regulaciones internacionales, sistemas de información global u obligaciones multilaterales.
El tercer discurso constituye una deconstrucción. La crítica se dirige al concepto de desarrollo, considerado «una fuerza de descapacitación de las comunidades del sur, una fuerza reductora del bienestar en el norte, y un elemento medioambientalmente perjudicial en ambos casos». La primera causa de la degradación medioambiental es el sobredesarrollo y no una ineficiente distribución de los recursos ni la proliferación de la especie humana. La cuestión de la justicia aparece en primer plano y remite directamente a conceptos de suficiencia y autolimitación, a que las sociedades del norte reduzcan su huella ecológica, liberando espacio para las comunidades locales. Se defienden modelos de desarrollo autocentrados y de democracia local. El estilo de vida del norte no puede generalizarse a todo el planeta, su propia estructura es oligárquica. La eficiencia no sirve si no viene supeditada por el concepto central de la suficiencia.
La disputa entre las dos primeras perspectivas viene protagonizando los debates de las cumbres institucionales como la de Copenhague. La tercera ha recorrido las calles -y los calabozos- de la capital danesa. Nos interpela directamente a pararnos y pensar, a consumir menos, contaminar menos y trabajar menos, para vivir mejor. La velocidad intermedia a favor de una sociedad sin prisas, una relocalización -desglobalización- en torno a las economías regionales y locales, la descarbonización, la sustitución de los bienes desechables y un consumo selectivo que reduzca el volumen de mercancías constituyen señales hacia una civilización sostenible.
Experiencias como los transition towns en Gran Bretaña avanzan positivamente en esa línea. En apoyo de esta perspectiva, parece que la mayoría de las sociedades occidentales traspasaron durante los años 70 el umbral tras el cual el aumento del PIB deja de corresponderse con calidad de vida. La cuestión que afronta es hasta qué punto resulta compatible con la lógica de acumulación capitalista y ésta con el bienestar y la propia supervivencia del planeta.