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Raimundo Fitero

Presencias

El reality estrenado por La Sexta, «Generación Ni-Ni», debería ser un éxito de audiencias. Esos jóvenes que ni estudian ni trabajan y que forman una fauna tan reconocible deberían encaramarse al imaginario de las audiencias. Pero no sucederá. Es demasiado real. Demasiado obvio, natural, retrata unas situaciones reconocibles demasiado extendidas y puede convertirse en un espejo para otros adolescentes aspirantes a ser unos revienta pelotas, insociables, descerebrados, patéticos residentes de un tiempo y un espacio en donde no aportan nada, son simples presencias. Parásitos de sus familias, rebeldes nihilistas, proyectos humanos vacíos de referencias, de estímulos, de ambiciones más allá de lo que aprenden: ser un idiota, pero rico. ¿Cómo? Pues saliendo en la tele. ¿Haciendo qué? Nada. Un esquema perverso de circulación de las energías televisivas, de las proyecciones sociales.

Es un reality con post-producción, montaje, por lo tanto hay selección de imágenes, conducción de emociones, guión visual, tendenciosas intervenciones, creación de perfiles y de personajes explotando los rasgos más «televisivos» de personalidades convulsas. A su vez, la intención es hacer de esos ocho jóvenes perdidos, violentos, descalificados, en sujetos sociales «normales». Una tarea que no parece adecuada que se realice con las cámaras encendidas, ya que esa intermediación adultera cualquier reacción y la exposición pública convierte un esfuerzo personal en un espectáculo, convirtiendo la terapia en un juego, en una virtualidad.

Todos son mayores de edad, todos tienen antecedentes, problemas, fracasos escolares, de convivencia, adiciones varias, visión muy egocéntrica del mundo y han entrado al programa con un objetivo incierto: encontrar estímulos para dejar el abandono vital que sufren y a la vez ganarse un dinerito para poder seguir haciendo lo que han hecho hasta ahora. Veremos su evolución, en ellos vemos individuos resentidos, disociados, culpabilizados. Nos tememos que intenten «domesticarlos», integrarlos desde un orden y el castigo como convicción. El esfuerzo es contextualizar y desprenderse del montaje televisivo. ¿Es posible?

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