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Fede de los Ríos

La juez cheli y una presi pelín macarra

Las tertulias de televisión están influyendo hasta en lo más granado de la población. Los manuales de urbanidad aprendidos con las monjitas a tomar por culo; juezas y marquesas se han democratizado. Hablan como los descargadores de muelle portuario

Como si bebe vino» le espetó la de Almendralejo a Otegi. Ángela María Murillo Bordallo, jueza o juez (que nunca me aclaro cuál es la acepción correcta) de la Audiencia Nacional ha apostado por ser enormemente campechana en cuanto a la utilización de un lenguaje por lo general un tanto críptico como suele ser el lenguaje jurídico para el común de los mortales. Ante la petición por parte de Jone Gorizelaia, la abogada defensora, para que su defendido pudiera beber agua, Ángela María bien podría haber contestado también «como si se la pica un pollo» o «me importa tres cojones lo que ingiera su defendido porque para lo que le va a servir». Son jueces o juezas populares o populistas, aristarcos o inquisidores al servicio del Estado. No falta ser semiólogo para darse cuenta, a primer golpe de vista, que los signos exteriorizados por tan grácil magistrada denotan una animadversión hacia el acusado que impiden de suyo una sentencia imparcial y objetiva. Como diría ella, se ve que la Angelines le tiene ganas al pavo. En el Tercer Reich guardaban más las formas. «No entiende ni papa» lo expresado en el dialecto vascuence pero da lo mismo. Ella también podría redactar la sentencia en castúo extremeñu, sabríamos de antemano lo que dice.

Pareciera que los españoles, al menos los que nos gobiernan, fuesen partidarios de macroprocesos contra el enemigo, contra los desafectos. Nada de juzgar individualmente a los malos. Todos en bloque, como animales. Les ha quedado el gusto por los autos de fe contra los herejes. Al fin y al cabo inventaron la Inquisición.

Por ello los juicios contra los militantes de la izquierda abertzale resultan esperpénticos. Las mismas formas son subsumidas por el fondo que no es otro que la condena de cualquier tipo de insumisión o rebeldía a eso que nos quieren vender como democracia. «Si lo voy a condenar ¿por qué privarme de insultarle y vejarle? ¿Por qué no sentirme un dios vengador o un pequeño César? ¿Acaso no estudié durante tantos años unas aburridísimas oposiciones para ser juez, mientras otros disfrutaban de la vida?». En lenguaje castizo sería «me voy a follar a este por no haber podido follar durante mucho tiempo». En fin, es aquello de «si no me quiere nadie, al menos que me teman los que odio».

Al parecer el hablar castizo vuelve a estar de moda entre las mujeres rubias con mechas de la derecha española. «Hemos tenido suerte de quitarle un puesto al hijoputa». La exquisita Esperanza Agirre dixit, refiriéndose a Gallardón. Días antes se había dirigido a uno de sus colaboradores diciéndole por una actuación «¿pero cómo puedes autorizar esa puta mierda?».

Las tertulias de televisión están influyendo hasta en lo más granado de la población. Los manuales de urbanidad aprendidos con las monjitas a tomar por culo; juezas y marquesas se han democratizado. Hablan como los descargadores de muelle portuario.

¿Y en la intimidad? ¿Habrán cambiado sus usos y costumbres? ¿Usarán esposas y fustas de cuero o les pedirán a sus amantes con voz temblorosa «Borjamari, por favor, dime guarradas... llámame puta»?

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