Las películas sobre la invasión de Irak han funcionado tan mal que la distribuidora de «En tierra hostil» no creyó tampoco en el poderoso artefacto que tenía entre manos, pero los premios acumulados en la recta final hacia los Óscar han convertido a la realización de Kathryn Bigelow en la más reconocida dentro de esta variante actual del cine bélico. Y es así porque es la mejor con diferencia, porque va directa al meollo de la acción sin perder el tiempo con discursos políticos de sobra repetidos, y que se vuelven todavía más innecesarios ahora que Obama ha prometido traer las tropas a casa. Pero «En tierra hostil» no habla de eso, sino que define el nuevo tipo de guerra y el nuevo tipo de locura asociada a ella. Los soldados del siglo XXI son voluntarios, lo que cambia totalmente las cosas. Y, aunque parezca mentira, hay muchos insensatos que se alistan para jugarse la vida por experimentar emociones fuertes y dejarse llevar por subidones de adrenalina.

En el cine de acción no hay discriminación entre hombres y mujeres gracias a la insistencia personal de Kathryn Bigelow, una curtida cineasta que ha conseguido superar a todos sus rivales del sexo opuesto dentro de un género hecho por y para ellos; excepto tal vez a Paul Greengrass, con el que se sitúa a la par, aunque habrá que esperar al estreno de «Green Zone», también ambientada en Irak, para comparar definitivamente. No por casualidad ambos comparten al mismo director de fotografía, el Barry Ackroyd forjado en el cine social de Ken Loach con su cámara en mano. Lo que rodó en Jordania para «En tierra hostil» responde al mismo estilo documental e idéntico concepto de austeridad en los medios empleados, pero la realidad captada es mucho más violenta y dura para un espectador en constante tensión. Nunca había visto nada parecido a la secuencia de la «bomba humana», cuando el artificiero además de desactivar los explosivos debe hacer de médico forense para llegar hasta ellos, colocados dentro del cuerpo de un menor.