CRíTICA teatro
Epistolario en movimiento
Carlos GIL
Hay espectáculos que impacto en su visionado y se diluyen en la memoria y otros, como este, que conforme pasan las horas, el recuerdo agranda las sensaciones, se encuentran lecturas o se entienden pasajes que habían quedado enturbiados por la incomodidad de lo desconocido, de lo que precisa de un esfuerzo por parte del espectador para completarlo, para asumirlo, para disfrutarlo, aunque sea así, con efecto retardado.
Esta obr, que abrió la edición de este año de Dantzaldia, está formada por muchas capas, una suerte de cebolla escénica, que va aportando en cada pliegue un elemento nuevo. Físico, visual, metafórico, gestual, musical, dancístico, emocional, textual, todos ordenados, perfectamente delimitados. Un espacio escénico plagado de elementos que van tomando vida, que van configurando un mundo sobre el que se colocan las palabras, las imágenes, unos vídeos de unas caballos que parecen venir de una alucinación o que después se convierten en algo similar a un documental.
En este efecto pendular, en esta apertura por los extremos, la pareja nos explica sus ausencias, sus amores, sus encuentros frustrados, sus deseos incumplidos. Todo a partir de unas cartas que se convierten en emociones, en movimientos, en iluminaciones. Textos muy bellos, poéticos, que abrazan, músicas que subyacen, coreografías que se rompen. Y en el espacio vacío plenamente lleno de movimientos, de vida, de dolor, de amor, los cuerpos se expresan en libertad. Un bellísimo trabajo en donde la danza se vuelve referencia, sutilidad, compañía de otros muchos lenguajes concurrentes.
Grupo: He visto Caballos.
Autores: John Berger, Mal Pelo, Mahmoud Darwish.
Intérpretes: Jordi Casanovas,. Maria Muñoz, Pep Ramis.
Producción: Mal pelo.