Adiós a la revolución naranja en Ucrania
Europa Occidental bendice el triunfo de Yanukovich cinco años después
Cinco años después de que fuera desalojado del poder por una «revolución de colores» auspiciada desde Occidente, Viktor Yanukovich fue declarado ayer tanto por la UE como por la OSCE legítimo vencedor en la segunda vuelta de las presidenciales. Desde las filas naranja, la perdedora y primera ministra, Julia Timoshenko, suspendió una comparecencia tras haber amenazado con volver a sacar a los suyos a la calle.
Dabid LAZKANOITURBURU
Ha bastado un lustro para que la llamada «revolución naranja» haya certificado electoralmente su defunción. Viktor Yanukovich, el mismo que fue apeado del poder tras unas elecciones tachadas entonces de fraudulentas, ha ganado cinco años después y se convertirá en presidente de Ucrania.
¿Qué ha cambiado en Ucrania en estos cinco años para asistir a semejante situación paradójica? Desgraciadamente, poco. Lo que ha cambiado es la coyuntura internacional, lo que refuerza la convicción de que, allá por finales de 2004, asistimos a una lucha en el seno de las élites político-económicas ucranianas que fue revestida por parte de Occidente de una épica revolucionaria tan carente de base real como forzada por el interés de debilitar la posición de Rusia en su patio trasero.
Tras un recuento que no estuvo exento de incertidumbre, sobre todo porque la distancia entre los dos candidatos que se enfrentaron en la segunda vuelta se acortaba con el paso de las horas, la Comisión Electoral Central confirmaba a media mañana, y con más del 98% de los votos escrutados, la victoria de Yanukovich, del Partido de las Regiones, con un 48,6% de votos, casi tres puntos porcentuales por delante de la actual primera ministra, Julia Timoshenko, con un 45,8%.
Avalado por los sondeos y en cabeza durante todo el proceso de recuento, Yanukovich proclamó ya entrada la noche del domingo su victoria e invitó a Timoshenko a dejar su cargo de jefa de Gobierno, para prometer que formará rápidamente una nueva mayoría en la Rada (Parlamento) con la que afrontar sin demoras «las reformas para superar la crisis económica» que azota sin piedad a Ucrania.
Timoshenko, por su parte, se refugió en lo ajustado del recuento en sus primeros compases -llegó a haber un empate técnico cuando no se habían computado los resultados de las pobladas, industriales y rusófonas regiones del este, feudo de Yanukovich-, para intentar alimentar la incertidumbre «hasta que se cuente el último voto». Pero, sobre todo, trató de repetir la jugada de 2004, denunciando fraudes masivos y poniendo en duda la victoria de su rival.
Su equipo de campaña se dedicó durante los días previos a esta segunda vuelta presidencial a denunciar por adelantado la preparación de un nuevo y supuesto pucherazo y a advertir con una reedición de la «revolución naranja».
Como reacción, miles de seguidores de Yanukovich, con sus banderas azules -en contraposición al naranja de las huestes de Timoshenko- se apresuraron a concentrarse desde primera hora de la mañana de ayer ante la sede de la Comisión Electoral Central para reivindicar su victoria electoral.
La historia como farsa
Sabido es que, repetida, la historia se convierte en farsa y algo debió de ocurrir cuando Timoshenko suspendió en el último momento una comparecencia prevista para las 11 de la mañana y la postergó sine die. Todo apunta a que los teléfonos volvieron a funcionar, aunque esta vez en sentido inverso. La misión de observadores de la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE) adelantó la presentación de su informe, prevista inicialmente para la última hora de la noche, y saludó un desarrollo electoral «transparente y honesto», presentándolo como una «sólida base para una transición pacífica del poder».
«Las elecciones presidenciales han sido una demostración impresionante de democracia. Es una victoria para todo el mundo en Ucrania», declaró el presidente de la Asamblea Parlamentaria de la OSCE, Joao Soares.
La Unión Europea no le fue a la zaga y, por boca de la alta representante de la UE para Asuntos Exteriores, la británica Catherine Ashton, mostró su «urgencia por comenzar a trabajar con el nuevo presidente» ucraniano, el mismo al que Bruselas, y Washington desde el otro lado del Atlántico, no dudaron en acusar de usurpador hace cinco años.
Así las cosas, todas las miradas -y los oídos- se concentraban en torno a Timoshenko, la habitualmente locuaz «Juana de Arco» de la «revolución naranja», y que mantenía un silencio que contrastaba con su actitud agresiva y desafiante hasta después de cerrados los colegios electorales.
Adiós, Yushenko, adiós
En espera de la comparecencia de Timoshenko, su aliado durante aquellos «históricos» días de noviembre y diciembre de 2004, Viktor Yushenko, era ayer el gran olvidado. Y eso que sigue siendo presidente en funciones hasta que Yanukovich asuma el cargo oficialmente.
Tras lograr un exiguo 5% de los votos en la primera vuelta, quedó apeado de la carrera presidencial y su polémico legado ya es historia. Lejos queda su imagen épica de opositor victorioso, con su rostro desfigurado por una erupción cutánea que por aquel entonces no dudó en atribuir a un envenenamiento por parte de los servicios secretos del entonces inquilino del Kremlin, Vladimir Putin.
Yushenko y su aliada «revolucionaria», Timoshenko, no tardaron ni meses en dilapidar el supuesto caudal político emanado de la «revolución». La rivalidad personal entre ambos y la querencia por el poder a toda costa les llevaron a un enfrentamiento fratricida que se ha llevado por delante la carrera política de Yushenko, ensimismado y cada vez más solo en su proyecto de convertir a Ucrania en la punta de lanza de la OTAN en las ex repúblicas soviéticas.
Más avispada, Timoshenko supo virar el timón y no ha dudado, en los últimos meses, en contemporizar con Rusia. Tanto que ha habido más de uno que la ha presentado como la favorita esta vez de Moscú.
Timoshenko ha logrado sumar buena parte de los votos naranja, incluidos los que en tres provincias occidentales se mantuvieron fieles hasta en la adversidad a Yushenko. Pero no ha sido suficiente. Menos cuando casi un 5% del electorado ha optado por la casilla «contra todos». Contra unos y otros.
Para los partidarios de la llamada «revolución naranja», la victoria de Yanukovich tiene un gusto amargo, aunque no pocos de ellos tratan de consolarse destacando que sería una prueba del triunfo de la democracia en Ucrania.
«Es una bofetada, una mega-injusticia», resume Misko Barbara, líder de un grupo de rock y que participó en las manifestaciones en la plaza Maidan, epicentro de la «revolución naranja» de 2004 que arrebató precisamente a Yanukovich el triunfo en las presidenciales.
El rockero señala, cinco años después y a la vista de los resultados, que «la mayoría de los que estaban en Maidan se oponían ante todo a la injerencia brutal (del poder) en la expresión de la voluntad popular. A día de hoy esas prácticas han desaparecido», se felicita.
«Que el hombre maldito de Maidan se convierta en presidente legítimo es la mejor confirmación del triunfo de la revolución», sostiene el periodista Egor Sobolev, quien organizó un plantón de medios en 2004 contra la supuesta censura por parte del poder a favor de Yanukovich.
«Es verdad que Yanukovich es un hombre particular y con un pasado oscuro», señala Dmytro Gnap, que formó parte del Estado Mayor de Yushenko en 2004. «Pero la cuestión es cómo llegas al poder y esta vez lo ha hecho de forma democrática».
«El problema no es la revolución sino sus líderes, que han mostrado su ineptitud», resume Glib Vychlinski, hoy día analista de mercado.
Así las cosas, la desilusión es tal que los llamamientos de Timoshenko a repetir la revolución caen en saco roto. «No se puede vivir más de un solo Maidan en la vida. Para no ensuciar la memoria del primero, yo no iría a un segundo», señala el escritor ucraniano Andrei Kurkov.
Por contra, la victoria de Yanukovich tiene un aire de revancha en Moscú. El diario «Izvestia» saludaba el «crepúsculo naranja». El diario oficial «Rossiskaia Gazeta» iba más allá y, bajo el título de «Victoria», haciendo un juego de palabras con el nombre de pila de Yanukovich, alardeaba en una de sus columnas de opinión de que el naranja ha estado incluso ausente en la campaña de Timoshenko.
El presidente de la Comisión de Exteriores de la Duma (Cámara Baja), Konstantin Kossatchev, se felicitaba de que «los primeros resultados oficiales muestren que la revolución naranja, más que perder, se ha ido al traste».
El redactor jefe de la revista «Rusia In Global Affairs», Fiodor Lukianov, concedía que «Rusia tiene todas las razones para sentirse satisfecha» por los resultados electorales, pero matizaba que Yanukovich tampoco es el «hombre de Moscú», supuesto alineamiento que tanto airearon en su día los medios occidentales para denigrarlo y para justificar el vuelco electoral de 2004. «Rusia no espera milagros de él, pero es alguien con el que se podrá trabajar. La propia Timoshenko y Putin mostraron en 2009 que se puede cooperar», recordaba.GARA