En junio del pasado año, apenas transcurrida una semana desde su nombramiento como director general de Euskal Irrati Telebista, Alberto Surio comparecía en una emisora de la casa, Radio Euskadi, para anunciar el inicio de una nueva era en el ente, la de la «pedagogía democrática», según su propia terminología. Detrás del eufemismo se ocultaban, a duras penas, las intenciones más inmediatas del PSOE tras acceder a Ajuria Enea: eliminar de raíz cualquier posibilidad de que la izquierda abertzale pudiera expresarse en los medios de comunicación públicos. No cabe obviar que parte de ese trabajo ya había sido adelantado por el equipo de Andoni Ortuzar.

Poco a poco, la «pedagogía» se fue extendiendo, como mancha de alquitrán en el mar, desde los despachos hasta los más insospechados rincones de la casa. Antonio Alvarez-Solís, hasta entonces voz habitual en EiTB y una de las primeras víctimas de la nueva «pedagogía», con su habitual verbo quirúrgico definió como «cacería de voces y vidas» la severa depuración perpetrada por el equipo de Surio. Una tras otra, desaparecieron de los micrófonos las informaciones tocadas por la sospecha, perdieron sus cargos los responsables de informativos poco afines a la nueva «pedagogía» y, en definitiva, dejaron de sonar en antena las voces de un amplio sector social «contaminado» por la ilegalización de las ideas y la prescripción de los derechos. Nada de esto ha pasado desapercibido a la opinión pública, que ha respondido de forma activa de la única forma que se le permite: cambiar de canal. No es casualidad que la audiencia del grupo haya caído significativamente a medida que la «pedagogía» se ha impuesto al periodismo.

Sobran evidencias. Sin embargo, Surio compareció ayer en el Parlamento de Gasteiz para negar la mayor y rechazar que en el ente existan «consignas» sobre el tratamiento y volumen de la información política. Probablemente sea cierto. Quizá esas consignas sobren ya en un sistema férreamente controlado por la «pedagogía», con las cámaras perfectamente enfocadas a Ares, López, Borbón... y los micrófonos fielmente modulados para el sonido monocorde del discurso unionista.