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ANÁLISIS I CRISIS EN EL ESTADO ESPAÑOL; EL ESTADO ESPAÑOL EN CRISIS

Crisis en el estado español; el estado español en crisis Una sociedad sin defensas

El autor, al hilo de la actualidad política y económica, hace un crítico retrato de la situación en Europa y, especialmente, en el Estado español, al que, augura, le espera «un futuro lúgubre». Una fotografía de una sociedad en crisis; no sólo en el ámbito económico.

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Antonio ÁLVAREZ SOLÍS I Periodista

Mientras se habla de un absurdo pacto de Estado frente a la emergencia económica y laboral la sociedad española ha entregado su última y débil línea de defensa, los dos grandes sindicatos estatales, que han pasado de la connivencia a la traición abierta. Con un Gobierno inexistente la calle queda a merced de su propia perplejidad o de los acuerdos que se forjen en las  zahúrdas para reunir a los partidos parlamentarios -entre ellos no pocos nacionalistas- a fin de reducir al silencio la inmensa queja ciudadana que se refleja en los blogs de Internet que mantienen los periódicos. Por su parte, el enfrentamiento entre las más altas instituciones se hace público en las notas contradictorias publicadas por la Casa Real y por la vicepresidenta del Gabinete, Sra. Fernández de la Vega, que toma la iniciativa de enfrentarse a la Corona ante el silencio del propio presidente del Gabinete, que está entregado a una enteca retórica plagada de lugares comunes y vacía de todo contenido sustancial. Desde la Zarzuela el monarca está intentando una gobernación urgente bajo la etiqueta de consultas informativas y desde la Moncloa el Ejecutivo se disuelve en su fracaso interior y exterior. De hecho, la crisis de gobierno está planteada sin que los partidos parlamentarios exijan otra cosa que esa concentración de poder que, mediante la exención de responsabilidades, certifique y legalice la situación latente de dictadura en que vive desde hace años el Estado español. Un Estado reducido al control policial, la vigilancia armada y la acción de los jueces que proceden desde la Audiencia Nacional, enfrentada también a la magistratura de los más altos tribunales ordinarios.

Para mayor escándalo moral y político todo este panorama se pone abruptamente de relieve en un momento dramático en que España preside extravagantemente Europa.

En estas circunstancias de una presidencia del Gobierno disuelta en safaris fotográficos y de unas instituciones políticas acurrucadas en la inoperancia, España se queda también sin expresión sindical, rendida a la CEOE en una repugnante capitulación. Tanto la UGT, herramienta del Gobierno para la corrosión de la clase trabajadora, como Comisiones Obreras, huérfana ya de sentido, anuncian manifestaciones con lemas que suenan como un cencerro.  

Unos sindicatos con una afiliación irrisoria, financiados desde el poder y encargados de taponar la brecha que se va abriendo, pese a todo, entre la calle repleta de paro y mal empleo y las instituciones estériles. Sindicatos que acuden mansamente a la llamada de la Corona tras recibir el estipendio gubernamental. ¿Con quién están esos sindicatos? ¿a quién representan a estas alturas? ¿al rey? ¿a la Sra. Fernández de la Vega? ¿a un Gobierno acéfalo?

La desmoralización de la clase política europea es ya muy grave. Partamos de ahí. Todos los grandes ejes de actuación conjunta -protección social, contención del déficit público, igualdad en la toma de decisiones, política exterior uniforme...- han sido abandonados mientras renacen los viejos intereses de las antiguas potencias, entre las que Inglaterra apuntala la tambaleante seguridad trasatlántica de los Estados Unidos. En ese escenario los países mediterráneos, como España, Italia o Grecia, suponen un peso muerto que sirve sólo para conservar la especulación financiera que se pregonaba superada merced a un incalculable derroche de medios. Mientras se habla de resurrección de Francia o Alemania -falsa resurrección consistente en el doblegamiento de su clase trabajadora, que abarata su fuerza de trabajo y lo convierte en actividad subvencionada desde el Estado- España, Grecia o Italia esperan el milagro exterior que las libere del cepo. Nadie, ni en los parlamentos nacionales ni en la cámara europea, quiere reconocer que el neocapitalismo ha acabado con la vieja economía liberal y no se encuentra sustitución para ella. La vida diaria, privada de la energía democrática, silencia la tragedia de los parados, la angustia de los empobrecidos y la desesperación de la calle.

Pero volvamos a España. A España le espera un futuro lúgubre. Sin una economía productiva capaz de levantarse, con un paro que absorbe todas las posibilidades de ayuda estatal, con una deuda pública cada hora más cara de costear, con una democracia inservible, con una política que trata de mantenerse elevando el tono del miedo al terrorismo, con un futuro negro para sus clases pasivas, con una guerra institucional que hace crujir todas sus cuadernas, España está consumiéndose en cruzadas absurdas mantenidas artificialmente para mentir energía en los centros de poder.

Los Sindicatos, la Iglesia, la Universidad institucional, los grandes medios de comunicación, los escalones policiales, los mismos tribunales están dedicados a una guerra de guerrillas a la que convocan a la ciudadanía para que olvide mirarse en el espejo que refleja la miseria material, moral y política en que vive. Si mañana desapareciese la llamada cuestión vasca o el hervor de la olla catalana ¿qué le quedaría a Madrid para decir que gobierna en nombre de todos los españoles? Nada; absolutamente nada. Ya no se pueden inventar ni más propósitos de subversión ni descubrir más zulos con explosivos. Esto se acaba, como se acaban los fondos públicos para abonar a los poceros internos y externos que tratan de desatascar las conducciones del Estado.

Resulta caro y risible comprar voces que digan ahora, tras semanas de durísima crítica a la situación española, que España aún tiene crédito suficiente para atraer capitales limpios bien mediante una Deuda sólida o un futuro industrial prometedor. ¿Cómo se explica que grandes agencias de ráting o medios periodísticos dejen de condenar súbitamente a la España que tanto han desestimado hace tres días? Como en la película italiana, tan bien ilustrada por la música de Morricone, la muerte y en este caso la vida parece tener un precio.

Ahora vendrán las manifestaciones de autobús pagado y bocadillo gratis, pero aún esas manifestaciones estarán troceadas en diversas ciudades y provincias. No habrá una gran manifestación nacional que ponga mecha a la pólvora de desesperación que están acumulando las masas. Manifestaciones con lemas inertes, de peticiones desvaídas, de pancartas ya lavadas mil veces y repintadas siempre con los mismos verbos. Manifestaciones que no recordarán que los directivos de sindicatos vivos, como LAB en Euskadi, están en la cárcel acusados de terrorismo. Manifestaciones que reflejarán unos medios con el alma vendida a la nómina de la publicidad o los privilegios institucionales, porque los otros medios han sido clausurados o reducidos a su mínima expresión en nombre del orden público y de la única libertad posible. Manifestaciones muertas para servir de luminarias a una sociedad inerte que llora desde su Suspiro del Moro.

Yo no sé si a estas alturas el supuesto gobierno mundial debería estar en manos de la ONU, otro sepulcro de muertos vivientes, o habría que traspasarlo a la Organización Mundial de la Salud, eso sí, depurándola del poder de las grandes trasnacionales farmacéuticas.

Sr. Zapatero, permítame que desde mi irrelevancia le diga lo que el Sr. Churchill exigió en el Parlamento inglés al Sr. Chamberlain, perplejo ante el furor nazi: «En nombre de Dios, váyase». Aunque quienes le sucedan sean los sucesores del Franco vivo, que usted también representa y sahuma de tantas formas. Pero es hora de que el pueblo español despierte de su largo y destructivo sueño acostada ahora la cabeza sobre otro pacto que eliminará a su vez la poca vida que habría de justificar la existencia de partidos con su propio destino.

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