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Maite Ubiria Periodista

Y si la manguera deja de escupir gasolina...

Pocas imágenes retratan mejor la desolación que la de una destartalada gasolinera. La estética de western que nos inocularon desde la tierna infancia se enmascara tras ese paisaje abandonado, a modo de final abrupto del eterno viaje en descapotable al que se asemeja la felicidad.

Esta sociedad en la que vivimos libra una batalla alocada contra el tiempo. Las gestas de los grandes viajeros, las aventuras de los pioneros, han dado paso a la crónica, a menudo trágica, del exceso de velocidad.

El vehículo es fin y no medio, desde el momento en que se desvanece el interés por el espacio que separa al punto de partida de la estación de llegada.

Por eso las palabras tranquilizadoras de la titular francesa de Economía, Christinne Lagarde, lejos de calmar provocan escalofrío. Los usuarios de internet se prodigan en comentarios sobre los efectos en forma de desabastecimiento que pueden derivarse del anuncio de huelga ilimitada en las refinerías de Total.

La multinacional francesa cerró 2009 con una cifra de beneficios de 7,8 millardos y con la queja de haber ganado un 40% menos que en 2008.

Para cultivar la confianza de sus accionistas, el presidente del Consejo de Administración, Thierry Desmaret, glosaba en un comunicado difundido a principios de 2010 en París y Londres las importantes operaciones abordadas por el grupo en Nigeria, Golfo de México, Angola, Quatar y Yemen, al igual que en Canadá y EEUU.

Los 370 trabajadores de la planta de Total cercana a Dunkerque que la petrolera amenaza con convertir en reliquia industrial son apenas una mota de polvo en la reluciente cuenta de resultados de un grupo al que los gobiernos franceses tratan con particular mimo, por temor a una deslocalización. No de trabajadores, claro, sino de domicilio fiscal. La huelga ha estallado en el norte para irrigar después a otras cinco plantas.

¿Y si se extiende a otras petroleras? Con un consumo de 95 millones de toneladas de productos refinados/año, Francia dispone de 12 plantas, lo que da la dimensión real de la protesta a la que Lagarde quita hierro.

Igual de inquietante pero bastante mas creíble resulta Desmaret cuando explica por escrito a su accionariado que cada éxito logrado por Total «se consigue desde el respeto a estrictos criterios de rentabilidad».

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