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Fede de los Ríos

Efemérides recurrentes

 

Unos conmemoran los santos, otros descubren nuevas víctimas. Permítaseme colaborar en el recuerdo. Un 21 de febrero, como hoy, de hace 333 años moría Baruch de Spinoza, un judío que fue excomulgado por pensar que todo podía decirse por resultar que nada era sagrado. Filosofar lo llaman algunos. Era un pulidor de lentes no un profesional de la palabra, nunca ocupó puesto académico alguno. Un hombre, pues, libre y digno que ganaba el sustento con sus manos y se preocupaba de «no ridiculizar las acciones humanas, de no deplorarlas ni maldecirlas, sino de comprenderlas». La no condena de alguna de las acciones de los humanos lo convirtió en hereje y motivó que fuese expulsado del pueblo de Israel, pueblo que como todo el mundo sabe es el elegido del Señor. Primero intentaron matarlo a cuchilladas. Fallaron. Entonces hablaron los rabinos desde el púlpito de la sinagoga de Ámsterdam: «Por la decisión de los ángeles, y el juicio de los santos, excomulgamos, expulsamos, execramos y maldecimos a Baruch de Spinoza, con la aprobación del Santo Dios y de toda esta Santa comunidad (...) maldito sea de día y maldito sea de noche, maldito al acostarse y maldito al levantarse, maldito sea al entrar y al salir; no quiera el Altísimo perdonarle, hasta que su furor y su celo abracen a este hombre (...) ordenamos que nadie mantenga con él comunicación oral o escrita, que nadie le preste ningún favor, que nadie permanezca con él bajo el mismo techo o a menos de cuatro yardas, que nadie lea nada escrito o trascripto por él». Simpáticos ¿no? los descendientes de David y seguidores de Adonaí. También se sumaron a la persecución, al alimón, el Vaticano y los calvinistas.

Trescientos años después en la España democrática la no condena de determinados hechos pueden condenarte no solamente a que tu alma en un futuro, cuando mueras, vague indefinidamente por el Averno, sino a la cárcel de Soto del Real de facto, ahoritita mismo.

Otro 21 de febrero, en 1848, hacía su aparición uno de los panfletos que más ha influido en la historia de la Humanidad, «El Manifiesto de los Comunistas» de un tal Marx y un tal Engels. La obra acabó siendo prohibida y perseguida por fomentar la violencia y el odio entre los hombres. Excomulgarlos no pudieron porque la pareja no doblaba la cerviz ante ninguno de los dioses que pueblan el firmamento de la estupidez y el miedo humanos, pero sí condenar lo que defendían.

A día de hoy la Ley de Partidos prohíbe suscribir como ideario político lo que «El Manifiesto» afirmaba hace ciento sesenta años. Apología del terrorismo lo denominan los jueces españoles, tanto da si nacional-católicos o socialdemócratas. Léanlo si no me creen. El eterno retorno.

Vivimos en una democracia. Por eso entre todos decidimos levantarnos a las siete de la mañana para ir al tajo, la duración de nuestra jornada laboral, el salario a percibir, la televisión que vemos y el dinero que se llevan el rey, los políticos, los jueces, los obispos y los empresarios. La misma palabra lo dice, demos: pueblo, cracia: poder. ¿Verdad que sí compañeros?

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