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Antonio Alvarez-Solís periodista

La desbandada de un gobierno

«Decididamente, el Gobierno se ha ido». Con esta frase resume el autor la profundidad de la crisis por la que atraviesa el Ejecutivo de José Luis Rodríguez Zapatero, que ha convertido el Gobierno del Estado español en un «inmenso circo» consecuencia directa de «vitorear a la España eterna y tirar de la carroza real de Fernando VII».

El edificio gubernamental español se desploma. Los máximos responsables, que hablan personalmente o a través de representantes, hacen las declaraciones más inadecuadas acerca de su función y posibilidades de maniobra política. España está definitivamente sin Gobierno. Pero, y esto reviste la máxima gravedad, también sin oposición a la que pueda recurrirse con confianza y seguridad. Es decir, el Estado español ha sido entregado a la Corona en una renuncia escandalosa de responsabilidades por parte de unos partidos sin ideas, troceados además en taifas que sumen a la ciudadanía en una permanente perplejidad. Nadie en la calle sabe lo más mínimo acerca de lo que está pasando ni de lo que se aproxima con características arredradoras.

No son estas reflexiones ni atropelladas ni apocalípticas. Se basan en hechos públicos de la máxima relevancia. El Sr. Rodríguez Zapatero se dirige al Sr. Rajoy desde la tribuna de un mitin en Málaga para solicitar un acuerdo de todos los partidos «sin condiciones». ¿Cómo se puede solicitar desde el Gobierno y al resto de los partidos, entre ellos el Popular, un acuerdo sin condiciones? Pero ¿dónde ha quedado el programa socialista? ¿Qué está pasando en la Moncloa? Las contradicciones son, además, clamorosas. Tras ofrecer su rendición de gobernante, el Sr. Zapatero añade, para cubrir vergonzosamente ese flanco de debilidad e impotencia, que la oferta dirigida preferentemente al Sr. Rajoy no trata de que este caballero «ayude al Gobierno, sino de que ayude al país». Si mi lectura de esta frase es correcta y si aplicamos las más simples exigencias de la sindéresis el Sr. Zapatero separa a Gobierno y país, y solicita del Sr. Rajoy que se haga cargo del desastre que aflige al último. El Gobierno renuncia en este momento a serlo y brinda en una bandeja a su contrincante nada menos que el país. Esto último queda luminosamente esclarecido en la frase repetida con acentos aún más dramáticos: «No le pido que se responsabilice del Gobierno, sino de la sociedad española». Decididamente el Gobierno se ha ido.

Me pregunto por qué no solicitan los parlamentarios, simples palmeros desde sus escaños, un pleno extraordinario de la Cámara para pedir al Sr. Zapatero que aclare cuáles son los resortes de gobierno con que cuenta y cuál es el programa sólido que en este momento maneja. No se puede permitir que los responsables financieros, que los dirigentes empresariales, que los conductores de los sindicatos, que personalidades de las más diversas esferas vayan y vengan desde la Zarzuela a la Moncloa sin que los ciudadanos, que al parecer debiéramos ser los depositarios de la soberanía nacional, nos limitemos a ser meros espectadores de este inmenso circo y a apostar o apostrofar desde los blogs correspondientes. ¿Cuántas Españas hay? ¿A quién representa el poder? ¿Qué hace el poder para justificar esta representación? Como acaba de manifestar con indignación el profesor Neira, al enterarse de que dejan en libertad bajo fianza a quien estuvo a punto de asesinarle por defender de malos tratos a una mujer, «me da asco y vergüenza y me gustaría ser ciudadano de otros país». Pero pensando con un poco de coherencia, ¿no tendrán su gran tanto de culpa los españoles por las circunstancias en que se hallan? Han creído que todo seguía consistiendo en vitorear a la España eterna y tirar de la carroza real de Fernando VII. Pues ahí tienen las consecuencias. Y además esas consecuencias se hacen más visibles en un momento al parecer glorificante en que España se hace cargo de la dirección europea. Esto ya no lo barnizan ni los brillantes desfiles militares en la Castellana. España está dimitiendo de sí misma. ¿O es que alguna vez tuvo sentido de la responsabilidad?

Pues ahí tenemos al Gobierno en huida. El ministro de Trabajo, Sr. Corbacho, que mira aterrado hacia la cola del paro frente a las oficinas de empleo, acaba de añadir por su cuenta una piedra más a la autolapidación de su Gobierno: «esta crisis ya no es la crisis del sistema financiero, sino la crisis de la escalera, del barrio y de las familias». Y tras hacer este terrible reconocimiento de la situación, el Sr. Corbacho toca a rebato y reclama la urgente intervención de las ONG en el escenario de las ruinas. ¡A las ONG! «La Administración, por mucho que lo pretenda, no puede llegar a todos los lugares». Ministro de Trabajo en un gabinete socialista reconoce después que ve «con normalidad que los trabajadores expresen su desacuerdo» en las manifestaciones en preparación. Pero el ministro, tras decir esto, sigue parapetado en el Ministerio. No importa ya todo lo que pase en la calle. Pensará seguramente en aquella matización del cardenal Richelieu, cómodamente arrellanado en su despacho, ante una motín parisino, del que un colaborador suyo matizaba que los amotinados por una nueva gabela querían la revolución: «Pero ¿no estamos bien así?», rebatió el cardenal.

Y en baile de los despropósitos faltaba ¿cómo no? la pizpireta Leire Pajín, que también hace unas horas alumbró el fondo del desconcierto político: «El PP aprovecha a tope la crisis y no pega un palo». Sra. Pajín ¿sabe usted en qué consiste el juego de ideas democrático y del proceder parlamentario? Yo creo que no sabe usted una palabra de este asunto. La misión de cualquier oposición del mundo civilizado consiste en mantener sus ideas y procurar relevar al partido gobernante a fin de poner en práctica la política que cree adecuada. Pero usted, Sra. Pajín, lo único que se le ocurre es solicitar del Partido Popular que no se aproveche de la crisis, que «se siente y escuche y, en base a eso, proponga e intente acercarse a todos los demás». Mire, Sra. Pajín: los demás son ya los parados, porque en el Parlamento no hay partido que a estas alturas proponga algo serio y radical para invertir el rumbo de la navegación. Ya lo dijo su compañero de partido, el Sr. Corbacho, «ya no se trata de la crisis del sistema financiero, sino de la crisis de la escalera, del barrio y de las familias». En una palabra, de toda esa inmensa masa de ciudadanos que no tienen sitio alguno en la filosofía económica y social del neoliberalismo y la globalización. Sra. Pajín: ¿cree usted, con la mano sobre el corazón, que su socialismo es capaz de darle la vuelta a la tortilla y encabezar una benéfica revolución que supere al tinglado ideológico establecido? Usted sabe que ustedes son lo mismo que los «populares» y quizá significan una dificultad mayor para intentar una luminosa renovación del modo de gobernar. Porque ustedes no son más que los administradores de los otros, pero con el gravísimo inconveniente de que no queda nada por administrar.

Y finalmente, la Sra. Esperanza Aguirre, que tiene más peligro que una caja de bombas manejada por un pastelero. ¿Qué propone la Sra. Aguirre? Pues nada menos que esto: que el Gobierno socialista incluya ahora, con la máxima urgencia posible, a ministros «populares» en el Gobierno del Sr. Zapatero, sobre todo en las carteras de Economía y Trabajo. ¡Atención, cocina: marchando una ración de pisto! La Sra. Aguirre ha leído en alguna parte algo sobre los gobiernos de concentración nacional y se ha dicho: «Pues esta es la mía». Pero los gobiernos de concentración nacional, Sra. Aguirre, se piensan para situaciones extremas, por ejemplo ante una guerra, que implica a toda la población. ¿Y cree usted que estamos ya en guerra? Puede que sí, pero ¿entre quiénes y quiénes? Quizá piense usted en la guerra contra los vascos. Ahí, como han demostrado los socialistas y los «populares», sí se explica la concentración. Y todo lo que acompaña.

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