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Dura y realista alegoría carcelaria de la corrupción social

«Un profeta»

Si «Gomorra» fue la película del 2008 en cuanto a la descripción realista de la violencia delictiva, la de este último año ha sido «Un profeta», confirmando la buena salud de un cine europeo que no se conforma con los convencionalismos del cine de acción, y que pretende profundizar en las entrañas de una sociedad corrupta con sus leyes de supervivencia.

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Mikel INSAUSTI | DONOSTIA

«Un profeta» ha ganado muchos festivales, pero en su recorrido triunfal se ha topado con «La cinta blanca», de Michael Haneke. En Cannes le quitó la Palma de Oro y le dejó con el Gran Premio del Jurado. Y, en Norteamérica, pese a la gran recepción crítica que ha tenido la película de Jacques Audiard, el austriaco le volvió a superar en la final de los Globos de Oro, por lo que es previsible que en los Óscar vuelva a suceder otro tanto.

De cualquier forma, se nota que hay una corriente realista en el cine europeo que cada vez cobra más fuerza, ya que «Un profeta» pertenece a la misma sensibilidad de la que surge «Gomorra». Al igual que la cinta italiana, la de Jacques Audiard refleja la corrupción de la sociedad actual con absoluta crudeza, pero sin la demagogia o los maniqueismos del cine de las décadas precedentes. Es un modo distinto de llevar la violencia delitiva a la pantalla, ya que es retratada tal cual, descarnadamente.

En «Un profeta» no hay determinismo que valga, gracias a una vocación por el retrato naturalista que sigue el curso de las cosas evitando prejuzgar o emitir ningún tipo de conclusión moral. A Jacques Audiard ni siquiera le interesan las razones por las que el protagonista está en la cárcel, puesto que lo de menos es el delito que haya podido cometer. Así no se condiciona nunca la respuesta del espectador, que, al no disponer de datos negativos o positivos, contempla la situación del reo con imparcialidad.

Más que un drama carcelario

El éxito paralelo a este otro lado de la muga del drama carcelario «Celda 211» viene muy bien para remarcar los rasgos diferenciales de «Un profeta». La película ganadora de los Goya es fiel al género en el que se enmarca, y lo es al estilo de los modelos de acción norteamericanos. Sin embargo, la efectividad en ese sentido de Daniel Monzón no es el objetivo cinematográfico perseguido por Jacques Audiard, quien también se fija en los clásicos de Hollywood, aunque con otras intenciones. Para realizar «De latir mi corazón se ha parado» se inspiró en un filme maldito de James Toback, aquel «Melodía para un asesino» protagonizado por Harvey Keitel. Es por ello que el francés no busca en ningún caso el seguimiento de fórmulas establecidas, debido a que lo suyo es el rupturismo.

El aislamiento es el olvido

«Un profeta» es de la clase de películas que no creen que el actual sistema penitenciario contenga valores de cara a la reinserción social de los delincuentes. Es más, confirma que los métodos de aislamiento han servido para abrir un abismo mayor entre la población reclusa y el resto de la sociedad.

Dejando a un lado la preocupación que en Euskal Herria existe por la situación concreta de los presos políticos, en general la comunicación entre los internos y el exterior ha empeorado. Me refiero a los presos comunes, cada vez más olvidados. La tendencia progresista que sacó a la luz pública el debate sobre las condiciones de la privación de libertad ha remitido, sustituida por el mediático y amarillista tratamiento del cumplimiento íntegro de las condenas. El alarmismo que siempre consigue instalar el pensamiento de derechas en los foros hace que solamente se hable de la peligrosidad de quienes delinquen, sin que a nadie le interese su rehabilitación futura. Dicha involución se ve favorecida más aún si cabe por la controversia en torno a la ley del menor.

Y, hablemos claro, ese olvido provocado por el aislamiento de los delincuentes en prisión aumenta al tratarse cada vez en mayor medida de inmigrantes. El Malik de «Un profeta» tiene esa doble característica que lo condena de antemano, porque es árabe y tiene una edad entre los 18 y los 19 años. No cuenta de entrada con ninguna posibilidad en la cárcel, ya que todo está en su contra.

Lo duro de su drama personal es que aprenderá a vivir matando, porque tras las rejas impera la ley del más fuerte y de nada sirven los derechos democráticos supuestamente vigentes en el exterior. A Malik no le queda otro remedio que traicionar a los de su raza, al verse forzado a asesinar a otro musulmán para poder sobrevivir. Sabe que para poder salvarse dentro ha de unirse a quienes controlan las vidas y voluntades de los reclusos, que en el caso del penal que le toca es la mafia corsa.

Malik se une a los corsos y trabaja para ellos, pero el fantasma del hermano al que mató le persigue continuamente. El dolor que le provoca semejante acto es su única razón para el arrepentimiento profundo y sincero, para salir adelante y mejorar como persona que un día deberá recuperar la libertad. Deja de ser un analfabeto e incluso aprende a hablar como los corsos, todo con tal de exprimir al máximo esos seis años que le quedan en presidio.

El crucial personaje de Malik brinda a Tahar Rahim la oportunidad de revelarse como actor intuitivo, capaz de identificarse a tope con la problemática de los inmigrantes encarcelados. Su duelo con el veterano Niels Arestrup es antológico, al contar con la replica terrible y contundente de ese César Luciani a quien todos obedecen, porque sus palabras son ordenes de obligado cumplimiento. Una vez más la combinación exacta entre el instinto del que empieza y el aplomo del experimentado da sus frutos, máxime cuando la pareja está arropada por unos secundarios y figurantes que aportan el realismo propio de los que se interpretan a sí mismos, desprovistos de cualquier tic interpretativo.

Por último, vaya asimismo el reconocimiento para la banda sonora compuesta por Alexander Deplat, que se transforma para la ocasión y potencia su vertiente más minimalista, con tal de no desviar la atención del espectador.

Estreno

Dirección: Jacques Audiard.

Intérpretes: Tahar Rahim, Niels Arestrup, Adel Bencherif, Hichem Yacoubi, Reda Kateb.

Música: Alexandre Desplat.

País: Estado francés; 2009.

Duración: 154 minutos.

Género: Drama carcelario.

VIVIR MATANDO

Lo duro del drama personal de Malik es que aprenderá a vivir matando, porque tras las rejas impera la ley del más fuerte y de nada sirven los derechos democráticos vigentes en el exterior.

NATURALISTA

En «Un profeta» no hay determinismo que valga, gracias a una vocación por el retrato naturalista que sigue el curso de las cosas evitando prejuzgar o emitir ningún tipo de conclusión moral.

El profético cine de Jacques Audiard en sus cinco largos

Jacques Audiard tenía que hacerlo bien desde el principio, por pertenecer a una familia de cineastas y por ser hijo del guionista y director Michel Audiard. Enseguida se quitó la presión triunfando en los premios César con su ópera prima «Mira a los hombres caer», que reveló de paso al actor Matthieu Kassovitz. Con su segunda película, «Un héroe muy discreto», ya se consagró ante la crítica, además de salir premiado en Cannes y en la Seminci. Es la mejor incursión que se ha hecho en el controvertido tema de la Resistencia, de la que se aprovecharon tantos arribistas y patriotas interesados. Había llegado tan alto tan pronto, que Jacques Audiard se tomó cinco años para dirigir su siguiente largometraje, titulado «Lee mis labios», y que fue protagonizado por unos extraordinarios Vincent Cassel y Emmanuelle Devos. Otra vez le puso en la senda de los premios César, hasta volver a conquistarlos a lo grande con «De latir mi corazón se ha parado», que en el 2005 se llevó un total de ocho estatuillas. Nada comparado con todo lo que está consiguiendo gracias a «Un profeta», su quinta y mejor realización, la que le sitúa definitivamente al frente del cine europeo.M.I.

La total recuperación del veterano Niels Arestrup

Siempre se habla de los muchos y buenos secundarios que tiene el cine norteamericano, pero se suele olvidar que el cine europeo también los tiene. Niels Arestrup paracía condenado a hacer de villano dentro del polar, que es el género policiaco tal como se entiende dentro del mercado francófono. El actor vivió su apogeo en los 70 y en los 80, pero con su declinar se iba quedando relegado a seriales televisivos. Ha sido Jacques Audiard quien lo ha recuperado para resituarlo a un primer nivel, al permitirle conseguir, con «De latir mi corazón se ha parado», el César de Mejor Actor de Reparto. Pero es su caracterización de jefe mafioso en «Un profeta» la que le brinda la oportunidad de sacar lo mejor de su amplio repertorio, hasta el punto de que el papel del capo corso Luciani quedará grabado a fuego en la memoria cinéfila. Es la culminación de una larga trayectoria iniciada hace ya casi cuarenta años, cuando Alain Resnais le descubrió en «Stavisky». Ello hizo que también se fijaran en su potencial interpretativo Claude Lelouch, Chantal Akerman, Marco Ferreri o István Szabó. Hace poco debutaba en la dirección con «Le candidat».Mikel INSAUSTI

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