Las encuestas hablan de un cambio de aires en la política española y es la hora de reubicarse, de empezar a lamer la mano del que tal vez sea el encargado de repartir el pan en la próxima legislatura.

Ayer Iñaki Ezkerra, en «La Razón», cantaba las excelencias del pacto PP-PSE en la CAV que cumple ahora un año y, por encima de todo, destacaba que «es de justicia valorar la aportación de Antonio Basagoiti para que fuera posible ese hecho que no cabe más remedio que llamar histórico». Ya empieza el peloteo.

Y, por si acaso no fuera suficiente, Ezkerra saca el tarro del jabón: «Sin Basagoiti, no habría habido cambio vasco; sin la audacia, sin la habilidad y sin la generosidad de este joven líder vasco que ha sido durante este año la gran revelación de la política nacional. Y lo ha sido sobre todo por la última de las virtudes que he citado». No me digan que no es para partirse de risa.

Además de político-revelación, por tanto, Basagoiti es, según Ezkerra, un dechado de generosidad: «esa generosidad constituye una verdadera lección de principios y valores aparte de una de las pocas alegrías que hemos tenido en esos días en los que está tan oscuro y tan feo y tan desesperanzado y tan hijoputa el panorama político». O sea, político-revelación, generoso hasta el extremo y, además, la gran esperanza blanca.

Ya se le ha gastado el jabón y recurre a la empalagosa miel o a la jalea real: «Basagoiti es un idealista y un romántico, pero también un político pragmático y realista como lo está demostrando. Yo diría que esto es lo sorprendente y lo esencial de él, lo que le caracteriza y conforma su insólita naturaleza». ¡Y además también es insólito!

Para acabar, Ezkerra se desparrama: «Desde hace un año no me canso de señalar la paradoja de que en estos momentos de turbulencia nacional el País Vasco sea una `balsa de aceite'. Ahora veo que Patxi López en unas declaraciones me ha copiado la idea, la imagen y hasta la expresión. Se las regalo. No me importa que me plagie si es por la causa. Aprendamos todos de la generosidad de Basagoiti». Algunos no tienen sentido del ridículo, ¿verdad?