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Juan Carlos Izagirre Igeldotarra y médico

La belleza de los pequeños pueblos

Las próximas semanas la Diputación va a decidir sobre el futuro de Igeldo. Quienes tomen esa decisión deberían saber que en sus manos está la supervivencia o la desaparición de un pueblo

Me encantan los pueblos de pequeño tamaño. En general, lo pequeño se me hace más cercano, agradable, bonito, equilibrado, solidario, más apropiado para el entendimiento y el trabajo en común... Lo pequeño no es menos por ser pequeño. En los espacios grandes no me encuentro cómodo, estoy rodeado de personas, pero estoy solo.

En esta época de grandes proyectos, macroeconomías y globalización, quiero apostar por lo pequeño. Apuesta difícil, bien es cierto, cuando se habla tanto de TAV, superpuertos, macrociudad, super, hiper...

Gipuzkoa, y toda Euskal Herria, se compone de diferentes pueblos y ciudades. A mí me gustan los pequeños. Los de la costa, monte o valles. Y me gustan doblemente si han sido capaces de mantener su historia, su idiosincrasia, a lo largo de los años.

Quizá nado contracorriente. No importa. En el terreno de los sentimientos nos lo podemos permitir. Son años de grandes proyectos, de consumismo bestial, de destrucción del medio ambiente, de injusticias sociales imperdonables... Yo apuesto por la belleza de lo pequeño. Y no entiendo a quien denuncia destrozos lejanos, injusticias en el otro extremo del mundo, desapariciones de pueblos y lenguas allá muy lejos, y defiende o no hace nada ante atrocidades que se dan aquí mismo.

Nuestros pequeños pueblos son grandes tesoros. Somos lo que somos, en parte, gracias a ellos. Cuando desaparece uno de ellos, normalmente fagocitado por la ciudad, desaparece también parte de nuestra historia, nuestra cultura y de nosotros mismos. Para algunos esto es progreso, y gracias a ello estamos en un lugar privilegiado dentro de este mundo globalizado. Y se alegran por ello. Yo no. A mí me entristece profundamente.

Todo lo pretendemos medir en euros. ¿Cuánto vale la tranquilidad que se respira en un pequeño pueblo? ¿Cuánto un sonriente «egunon»? ¿Cuánto la sombra de ese manzano en medio del prado salpicado por el ganado, o ese pedazo de bosque repleto de hayas? Ya sé que estas estampas idílicas no evidencian la cruda realidad que están sufriendo los baserritarras. Quizá con un porcentaje pequeñito de los recursos que se dedican a esos otros grandes proyectos serían suficientes para analizar y dar respuesta a los problemas del campo y sus gentes en general.

Yo no quiero más urbanización en nuestro suelo. Estoy harto de grandes obras, camiones, movimientos de tierras... Reivindico una tregua para nuestra tierra, para la tierra en general. Y las grandes ciudades crecen y crecen... Los pueblos pequeños, sin embrago, tienden en su gran mayoría, a mantener un equilibrio mucho más saludable. Por eso me gustan.

Se ha demostrado que los pueblos pequeños saben hacer una piña cuando lo necesitan, defendiendo cada uno su propia personalidad. También se ha demostrado que los pueblos sometidos a grandes ciudades acaban convirtiéndose en parte de ellas, desaparecen.

Las próximas semanas la Diputación va a decidir sobre el futuro de Igeldo. Quienes tomen esa decisión deberían saber que en sus manos está la supervivencia o la desaparición de un pueblo. Desde aquí quisiera alzar mi voz en defensa de todos los pequeños pueblos de Gipuzkoa. Por su derecho, e incluso necesidad, de ser ellos mismos.

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