Es cine de autor? ¿Es cine de masas? Por fin alguien logra romper en mil pedazos las barreras y prejuicios que crean falsos abismos entre el cine minoritario y el popular. Jacques Audiard lo es todo a la vez, porque «Un profeta» es una obra maestra que escapa a cualquier etiquetado de las películas en función del tipo de público al que van dirigidas. Quienes han preferido premiar a «La cinta blanca» de Michael Haneke, allá se queden con su trasnochado elitismo, pero considero que el quinto largometraje del hijo de Michel Audiard supone un gran avance en la búsqueda de un realismo capaz de traspasar la dinámica de la narrativa de género, ya que da varios pasos más con respecto a la reciente «Gomorra». El único pecado del realizador de «Un héroe muy discreto» es haber alcanzado el summum, entendiendo por tal la entente perfecta entre el cine europeo y el norteamericano, entre el duro y áspero retrato naturalista de la violencia y el impacto de la acción perfectamente planificada de cara a su efectiva resolución en la sala de montaje.

No se puede sino admirar lo bien que domina todos los registros posibles Jacques Audiard para abrir en canal los estrechos márgenes por los que suele transitar el drama carcelario, mezclando el tono documental con recursos puramente ficcionales como las secuencias oníricas, la utilización de rótulos, el acelerado de la imagen o el inserto de canciones alusivas a los quehaceres diarios en prisión. Una amalgama que se extiende a la dirección interpretativa, puesto que es imposible distinguir entre los actores profesionales y los que no lo son. El duelo central entre el veterano Niels Arestrup y el desconocido Tahar Rahim lo resume de manera ejemplar desde el principio hasta el final, con la escena culminante en la que el capo de la mafia corsa Luciani llama al protagónico Malik en el patio como si fuera su perrito fiel, pero el joven árabe ha madurado durante la condena carcelaria y, por primera vez, no responde a la voz de su antiguo amo.