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Maite SOROA | msoroa@gara.net

¡Vivir para leer!

Está escrito que la desvergüenza es una pendiente muy pronunciada. Y habrá que concluir que algunas (y algunos, claro) se lanzan por ella sin frenos.

Le pasa, por ejemplo, a Cristina Losada, que ayer en «Libertad Digital» nos contaba un chiste malo.

Documentaba Losada que «fue el dictador Francisco Franco quien introdujo el gallego, el vascuence y el catalán en la enseñanza. No es broma, sino un Decreto de 1975. Lo firmó el Caudillo en mayo y su contenido fue ampliado unos meses después por otro que suscribiría el Rey Juan Carlos. Todavía técnicamente en el franquismo, esa segunda disposición establecía que `las lenguas regionales son patrimonio cultural de la Nación española y todas ellas tienen la consideración de lenguas nacionales'». ¡Mira que majo el Caudillo!

Y con ese ridículo dato, Losada trata de ridiculizar a cuantos han denunciado el genocidio lingüístico que Franco y el nacionalismo español han promovido: «Esos dos gloriosos precedentes del reconocimiento de las lenguas y de su enseñanza figuran en el BOE de la dictadura. Ahí han permanecido sepultadas esas muestras de la terrible persecución que sufrieron `las lenguas' en tiempos preconstitucionales. Aunque lo terrible para los victimistas del idioma sería aceptar que la semilla de esa planta que cultivan con obsesión la había puesto Franco, su enemigo». O sea que Franco fue, casi, casi, el fundador de las gau-eskolak y las ikastolas. ¡Vivir para leer!

Y se pregunta con aire cínico: «qué harían esas interesadas plañideras sin el monstruo que, según clamaba Jordi Pujol hace unos días, perpetró la destrucción del catalán. Qué de los negociantes en identidades, sin el ogro que devoró a las pobres lenguas indefensas. Con qué rellenarían tantos juntaletras sus piezas lacrimosas sin el nacionalista español que impuso a sangre y fuego el castellano imperial. Y qué les contarían a los escolares los profesores adictos a su ideología e infieles a su oficio, sin un genocida cultural en sus fábulas». Terminarán diciendo que el franquismo fue una fábula. Bueno, Mayor Oreja ya dijo que la gente vivió la dictadura con «extraordinaria placidez».

No se pierdan la última: «Franco puso la primera piedra de la normalización lingüística». Lo dicho, la desvergüenza es una cuesta abajo y algunas no tienen freno.

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