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Censura cruda, censura sutil

Iñaki LAZKANO | Kazetaria eta Gizarte eta Komunikazio Zientzien irakaslea

Las fuerzas de seguridad iraníes detuvieron el lunes al director Jafar Panahi. Discípulo del maestro Abbas Kiarostami, Panahi es uno de los realizadores persas más significativos y sus mejores películas -«El círculo» (2000) y «Offside» (2006)- denuncian la situación que sufren las mujeres en su país bajo el régimen de los ayatolás. Según las autoridades, ha cometido un delito. No ha sido arrestado por razones políticas. Teniendo en cuenta que Panahi apoyó al líder opositor Musavi en las últimas elecciones y sus películas más comprometidas han sido prohibidas en Irán, hay suficientes motivos por los que desconfiar de la versión oficial de Teherán.

Los medios occidentales, muy sensibilizados con la conculcación de derechos y libertades en Irán, han sido rotundos a la hora de juzgar los hechos. No obstante, sorprende que la falta de libertad democrática y la discriminación de la mujer sean condenadas en Irán e ignoradas en Arabia Saudí. Puede que, tal como afirmaría una conocida magistrada española, se trate de realidades no extrapolables. Es posible. Lo cierto es que la obra de Panahi ha sido censurada con crudeza. Y, la censura, es tan reprobable como la persecución de la que parece ser objeto el propio realizador iraní.

La versión cruda de la censura prácticamente ha desaparecido en el paraíso occidental. Pese a ello, todavía pervive la censura. Se ha adaptado convenientemente y es ahora aún más sutil. El caso del director portugués Pedro Costa resulta, ciertamente, paradigmático. La crítica especializada considera al realizador luso como uno de los cineastas más relevantes y renovadores del panorama actual. Pero, paradójicamente, ninguna de sus películas se ha estrenado comercialmente en nuestras salas. La trilogía compuesta por «Ossos» (1997), «No quarto da Vanda» (2000) y «Juventude em marcha» (2006) constituye la pieza angular de la filosofía cinematográfica de Pedro Costa. Documental y ficción se funden en la dura crónica de Fontainhas, uno de los barrios más pobres de Lisboa. Con su pequeña cámara de vídeo digital el director luso denuncia la realidad marginal que se esconde en los suburbios de las grandes urbes europeas: droga, pobreza y clandestinidad. Cine de compromiso con una mirada cruda no exenta de esperanza. Filmes que inquietan al sistema, pero que no son prohibidos. ¿Por qué prohibir lo que no existe? Es el mercado el que se encarga del trabajo sucio. No hay censura ideológica, sino censura económica. La censura más sutil y efectiva.

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