La mujer, presa de la violencia y la pobreza
Hoy es 8 de marzo, y la mujer se sitúa en el centro de todos los focos informativos y de análisis social. La intensa iluminación descubre una realidad con muchas sombras, en constante proceso, que se mira con moderada satisfacción en el espejo de la historia, pero que contempla con preocupación el presente y apenas se atreve a vislumbrar el futuro. La lucha feminista desarrollada durante décadas ha dado frutos evidentes, es innegable. Sin embargo, en los últimos tiempos se hace más difícil constatar los avances, cada vez más pequeños, menos perceptibles. El barniz legal de la igualdad apenas consigue tapar una realidad que a diario constata todo lo contrario: violencia de género, acoso sexual, explotación laboral encubierta, trabas al derecho al aborto, discriminación generalizada en las esferas de decisión social, política y económica... etcétera.
Y es en el contexto actual de crisis económica en el que caen todas las máscaras y la discriminación se presenta en toda su crudeza. Las mujeres soportan un mayor porcentaje de desempleo que los hombres, y cuando consiguen trabajo, reciben sueldos netamente inferiores que los de los hombres a pesar de desarrollar idénticas funciones y contar, cuando menos, con la misma preparación técnica y formación académica. Además, las mujeres siguen pagando un elevado tributo por la maternidad, que las coloca a los ojos de las empresas como fuentes de «problemas»: bajas, reducciones de jornada...
Por eso, y aunque siempre se podrán encontrar motivos para la celebración, el 8 de marzo mantiene intacto su sentido reivindicativo y apela con fuerza a la necesaria concienciación colectiva de una necesidad urgente: crear las condiciones para una sociedad que se defina en términos de igualdad y justicia reales, para todos y todas. Una idea que transpirará en cada kilómetro que recorra la Marcha Mundial de las Mujeres, que desde hoy recorre Euskal Herria para «denunciar los sistemas que generan la exclusión y aumentan la dominación».