La reserva de Artikutza constituye uno de los escasos entornos de nuestra montaña que conserva las características de su estado natural. Las restricciones de explotación de sus recursos, al constituir sus cuencas la fuente de abastecimiento de agua de toda la comarca de Donostialdea, han propiciado que en sus límites se mantengan los grandes bosques como en los tiempos en los que en la profundidad de sus barrancas rugían los fuelles y martillos de las ferrerías.

Vamos a penetrar en este entorno cargado todavía de secretos tomando una carretera vecinal que parte desde el punto kilométrico 17 de la carretera entre Goizueta y Hernani. Después de seguir durante 6 km este estrecho vial, sin asfaltar en su último tramo, llegamos hasta la abandonada cantera de Arriurdiñeta (576 m).

Es el momento de calzarse las botas. Apenas cruzada la langa que cierra el paso de vehículos al interior de la reserva, abordamos el ascenso hacia la ladera derecha (S.S.O.), a través de una fuerte pendiente herbosa. Para cuando dominamos la ladera han pasado 40 minutos de esfuerzo continuado para ganar la cota de 944 m.

Tenemos frente a nosotros un cordal ondulado que nos marcará el rumbo de la marcha. Siguiendo senderos que bordean los altos llegamos hasta el collado de Iraingo Ataka. Podríamos evitar el ascenso bordeando su cumbre, pero vamos a ganar unos metros más hasta alcanzar la cumbre de Loitzate (1.040 m). Merece la pena. Desde esta atalaya podemos abarcar con la vista el gran bucle que vamos a describir en torno a la barranca de Elama, que se hunde bajo nosotros entre grandes hayedos.

Las ruinas de la ferrería

Continuaremos manteniendo los altos del cordal hasta ganar la inmediata cima de Arainburu (1.053 m). Un nuevo descenso, esta vez hacia el inmediato collado de Ibintza, nos pone en la senda de ganar la cima de Domizko gaña o Gerasun (1.039 m). En adelante, nuestro rumbo girará hacia el N.O., para seguir el cordal que desciende hasta el lejano emplazamiento del poblado de Artikutza.

Al paso quedan los túmulos de Geresunko Ataka, que marca el desvío hacia el cordal de Izu. Pero ese no es hoy nuestro rumbo. Seguiremos obsesivamente manteniendo la línea del cordal, evitando una primera pista que se abre en la ladera NE de Beltzuneko arria, junto al cromlech de Aku (880 m). Optaremos por la vertiente opuesta, la de Elama, siguiendo el itinerario por trochas de ganado sin perder altura. Empiezan a aparecer las primeras plantaciones de coníferas. Vamos ahora perdiendo altura, siempre en paralelo al cordal. Una sucesión de magníficos acebos festonean nuestro caminar. Cuando hemos bajado hasta la cota de 700 metros, una pista sale a nuestro encuentro en medio de un bosque de pinos de alto porte. Vamos a seguir por ella (N.O.) hasta la altitud de 520 metros. Allí cambia rotundamente de dirección para enfilar hacia el S.O. y llegar finalmente hasta el lecho de la regata de Elama.

Remontamos unos metros (S.E.) por la pista que viene de Arriurdineta. El lugar huele a soledad y a naturaleza libre. Y también a misterio cuando, poco después, cruzando sobre un formidable puente de dos ojos, nos plantamos frente a las impresionantes ruinas de la ferrería de Goizarin. En medio del silencio, imaginamos el fragor de los hornos, el trajín de los ferrones, el golpe rítmico de los martinetes que conocieron estos muros durante más de cuatro siglos.

Tenemos que regresar. Hacia la izquierda de las ruinas (S) se abre un camino que va ganando altura hasta llegar a una zona con varios grandes árboles caídos sobre su trazado. Remontaremos directamente la ladera por el mismo cauce de una pequeña regata. Enlazaremos así de nuevo con la vieja senda, que bastante desdibujada sigue ganando altura a través del bosque. Desechando las pistas transversales alcanzamos un collado coronado por grandes pinos. Aquí debemos virar hacia la derecha buscando en la ladera el sendero que nos devolverá al ya cercano collado de Arriurdineta.