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Crónica | Musika -Música

Récord de público para un festival clásico que se va asentando de año en año

El festival Musika-Música, que se ha desarrollado durante el fin de semana en el Palacio Euskalduna Jauregia con la música romántica como eje temático, ha batido su propio récord de público con más de treinta mil asistentes en tres días.

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Mikel CHAMIZO Crítico musical

El Musika-Música es un festival frenético, en especial para aquellos que lo viven con más intensidad y se pasan de concierto en concierto toda la jornada. Es también algo caótico, por sus cinco escenarios funcionando simultáneamente, las inevitables colas que se forman y la gente corriendo por los laberínticos pasillos del Euskalduna para llegar a tiempo al concierto siguiente. Esta vez, además, han llegado muchedumbres al Musika-Música. Si el pasado año se registraron 28.000 asistentes en cuatro días, esta edición -la novena, con un día menos- ha alcanzado casi los 31.000, agotándose las entradas para el setenta por ciento de los sesenta y un conciertos programados.

Uno puede intentar explicarlo aludiendo a que el eje temático de este año, en torno a Chopin, Schumann, Mendelssohn y Liszt, podía resultar más atractivo al público que los de ediciones anteriores, y seguro que habría mucho de verdad en ello. Pero las conclusiones más obvias que se extraen de esas cifras son simples: que el arriesgado formato del festival funciona, que tras casi una década se ha convertido ya en un evento popular en la capital vizcaina y que hay aquí muchísima gente ávida de música clásica.

El Musika-Música ofrece muchas vertientes y variedades en su programación, pero lo que realmente consigue que los melómanos de pro peregrinen hasta Bilbo es la música de cámara, un género bastante descuidado por estos lares en los últimos tiempos. La orquestas que actúan en la sala grande del auditorio, rebautizada este año como Víctor Hugo, han estado más o menos bien.

La Sinfónica de Bilbo inauguró el festival con una «Escocesa» de Mendelssohn un poco blanda, para remontar al día siguiente con otra actuación mucho mejor en torno al mismo autor. La peculiar formación de la Real Filharmonía de Galicia firmó junto a Ros Marbá un meritorio programa Schumann, y la orquesta más presente este año, la Sinfonía Varsovia, demostró ser un conjunto competente.

Los tesoros

En cualquier caso, el verdadero tesoro se escondía en las salas Bécquer, Heine y Leopardi, dónde no dejaron de sonar obras maestras del repertorio camerístico por especialistas realmente duchos en la materia. El Cuarteto Casals, por ejemplo, que firmó un par de magníficas interpretaciones de cuartetos de Schumann y Mendelssohn, o el trío Wanderer, que abordó deliciosamente el «Trío con piano» en Sol menor de Chopin. Destacar también el recital protagonizado por Asier Polo y Marta Zabaleta, con unas interesantes transcripciones de piezas de Schumann, y el divertidísimo espectáculo del grupo folklórico Zespól Polski, en el que hubo de todo, desde canto difónico a bailes populares, para sumergirnos en las sonoridades polacas en las que se inspiró Chopin para muchas de sus obras, especialmente las mazurkas.

En cuanto a los solistas, todo el protagonismo se lo han llevado los pianistas. De hecho, y salvo algún intérprete de cuerda como Régis Pasquier, quien tampoco convenció demasiado en su versión del «Concierto para violín» en Mi menor de Mendelssohn ayer por la tarde, todos los demás solistas han sido pianistas. Tendríamos que hablar de recitales como los de Luis Fernando Pérez o Javier Perianes el domingo por la mañana, pero lo que no podemos dejar de destacar, y agradecer, es la integral pianística de Chopin en catorce sesiones, un acto de pleitesía importantísimo en este año del bicentenario del músico polaco, con cinco pianistas que, gracias a sus marcadas diferencias de estilo, han lanzado imágenes muy reveladoras sobre este repertorio tan esencial en la música.

 

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