CRíTICA cine
«El corredor nocturno»
Mikel INSAUSTI
Gerardo Herrero está produciendo películas importantes del cine argentino como “El secreto de sus ojos” o “Las viudas de los jueves”, pero también ha querido hacer su propia realización rodada en Buenos Aires, la cual no está a la altura de los Campanella, Piñeyro y demás valores de una cinematografía tan destacada internacionalmente. Son de sobra conocidas las limitaciones de Herrero como adaptador, pues nunca se atreve a ir más allá de una primera lectura, y la novela homónima del uruguayo Hugo Burel demandaba, más que ninguna otra, una interpretación libre y arriesgada en su traslación a la pantalla. Es tal la ambigüedad del relato y de los personajes que lo protagonizan, en función de una trama puramente psicológica, que no se entiende cómo no ha forzado más las situaciones para hacerlas avanzar. En lugar de eso, se queda en el mero planteamiento por culpa de una actitud fría y mecánica frente a sus infinitas posibilidades, como un niño que sólo da los primeros pasos y es incapaz de salir de su habitación, aunque fuera le esperen los más increíbles juguetes.
La falta de progresión en la intriga desaprovecha la majestuosa y elegante caracterización mefistofélica que nos regala Miguel Ángel Solá, la cual acaba siendo reiterativa no por defecto suyo, sino a fuerza de unos diálogos y escenarios que se repiten hasta la saciedad. La inquietante aureola maligna que le envuelve va desvaneciéndose, poco a poco, en la medida en que el efecto inicial del suspense no encuentra continuidad. Su etérea presencia está planteada como una manifestación subjetiva de la mala conciencia del protagonista, un moderno Fausto que se resiste a pactar con el diablo, porque el mal lo lleva consigo y su corrupción arranca tiempo atrás. Un dato del que el espectador es informado mediante unos torpes flash-backs, con imágenes estereotipadas sobre la relación entre sexo y poder, en cuanto subrayado del ya de por sí obvio mensaje de que todo ejecutivo lleva un arribista dentro.