No es en absoluto novedosa la petición realizada ayer por el Cuarteto para Oriente Medio a Israel para que cese la colonización ilegal de territorios palestinos, como paso previo a una reanudación de las negociaciones a fin de llegar, en un plazo de dos años, al «surgimiento» de un Estado palestino. Es una exigencia que, en esos términos o en otros parecidos, ya han hecho en otras ocasiones tanto la ONU como Estados Unidos, e incluso la Unión Europea. Tampoco es novedosa la reacción del Estado sionista, que apenas tardó unas horas en rechazar con rotundidad la exigencia del Cuarteto por boca de su ministro de Exteriores, Avigdor Lieberman.

Israel desoye una vez más los llamamientos internacionales, haciendo gala de una postura que a menudo nada entre la prepotencia y el desafío, y que deja al descubierto la vacuidad de los movimientos diplomáticos de los principales organismos y potencias, a pesar de la aparente contundencia de sus emplazamientos. Ejemplo de ello es la actitud de la Casa Blanca, que se suma sin vacilar a la presión internacional contra los israelíes mientras prepara con esmero la cita que en fechas próximas reunirá en Washington a Barack Obama y Benjamin Netanyahu.

La declaración realizada ahora por el Cuarteto para Oriente Medio, como tantas otras en el pasado, no inquieta en absoluto al Estado israelí. Y no lo hará mientras no vaya acompañada de medidas efectivas de carácter coactivo en los planos político y, sobre todo, económico. Algo a lo que no parecen dispuestos los principales actores de la escena internacional y que, dicho sea de paso, deja al descubierto la doble vara de medir con la que se manejan: mientras toleran hasta límites vergonzosos los repetidos desplantes de Israel, cuando se trata de otros países menos «amigos» esa tolerancia no tarda en volverse beligerancia y hostigamiento con todos los medios a su alcance. Incluidos los que llevan implícita la violencia más extrema.