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Análisis | Puente de La salve

Anish Kapoor, plagiado por el Guggenheim

 Es muy sorprendente o sospechoso que cuando se impone esta bufonada fallera de Buren, ni Barañano ni ningún asesor o crítico de arte a los que se les supone conocedores de los acontecimientos artísticos en el mundo adviertan de este plagio.

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Iñaki URIARTE Arquitecto

Con motivo de la exposición que el Museo Guggenheim Bilbao dedica al artista indio Anish Kapoor (Bombay, 1954), el autor denuncia el extremo parecido existente entre la instalación que creó en Nápoles en 2001 y la creación del francés Daniel Buren en el puente de La Salve.

El 19 de octubre de 2007, para conmemorar el décimo aniversario del Guggenheim Bilbao Museoa se inauguró sobre la estructura del puente La Salve uno de los mayores, descomunales disparates decorativos que se puedan concebir en una ciudad europea. En su día ya fue personal y contundentemente criticada, en medio de la habitual indiferencia social, cultural y política (Puente de La Salve, provocación Guggenheim, Gara 2007.8.31)

La horterada colorada contratada de modo desconcertante por determinados personajes que dirigen el museo desde Nueva York fue una sospechosa concesión al artista francés Daniel Buren (1938), denominada inicialmente «L' Arc Rouge», posteriormente «Arcos Rojos». ¿Por qué en español, si dice que está creada especialmente para Bilbo? ¿Sabe ésta gente que la lengua propia del país que le paga y soporta su capricho es el euskara? Otra nueva agresión. Se adueñaron formal y fraudulentamente de un bien ajeno, el puente, manipulando y malgastando 1,6 millones de euros de dinero público para un banal disfraz.

Una vez más en la villa se imponen atrocidades de todo tipo con el silencio complaciente, sino cómplice de instituciones profesionales, universitarias, culturales y vecinales, que ya hace tiempo han perdido su liderazgo cultural y su preocupación por el estado de la ciudad frente a una tendencia hacia la espectacularidad y la banalidad. Parece que temen molestar al Guantánamo museístico.

Pero, en este caso concreto, hay un aspecto incomprensiblemente desconocido y que es preciso denunciar. El absurdo artefacto decorativo, que de artístico no tiene apenas nada, es un burdo plagio, algo disimulado por el material utilizado, de una obra efímera que se instaló en Nápoles para la fiesta de Capodanno (Año Nuevo) de 2001 en la plaza neoclásica del Plebiscito, un amplio hemiciclo rodeado de una elegantísma columnata.

En este espacio, cada año durante la Festa di Natale (Navidad) se hace una instalación artística para amenizar un período que se complementa con los famosísimos presepi (pesebres). Dicho año se encargó al artista anglo-indio Anish Kapoor (1954) una obra, decidiéndose por una instalación denominada «Taratantara», una evocación onomatopéyica alusiva al sonido de las trompetas. Consistía en una gigantesca escultura temporal en forma de dos troncos de trompeta, unidos por sus partes más estrechas, y las bocas anchas en los extremos tensadas a unas grandes estructuras tubulares. Construida en PVC de color rojo, alusivo al período navideño, tenía un claro componente escultórico y una singular belleza complementada por tan extraordinario escenario monumental, conjugando los singulares efectos de curvatura de la plaza y la pieza. Supuso un elevado coste económico -unos 250 millones de liras (132.000 euros)-, pero también un gran atractivo estético y un enorme éxito popular mientras estuvo con el criterio de expandir el arte en el espacio público, por lo que al parecer del Comune (Ayuntamiento) quedó compensada la inversión.

Pocos años después, en 2003, Kapoor junto con Chillida, recibió el premio internacional Julio González concedido por la Generalitat Valenciana a propuesta del Instituto Valenciano de Arte Moderno, siendo entonces director Kosme de Barañano.

El Guggenheim decidió para su aniversario un reducido concurso presidido por un impresentable jurado: Thomas Krens, su fiel vasallo vasco Vidarte e imponiendo a un secretario de exposiciones, Norman Rosenthal, un desconocedor de Bilbo venido ex profeso de Londres para obedecer instrucciones, que hizo su gran negocio cobrando excesivamente del clan por tan nefasta gestión. Es, por tanto, muy sorprendente sino sospechoso que cuando se impone esta bufonada fallera de Buren, ni Barañano ni ningún asesor o crítico de arte a los que se les supone conocedores de los acontecimientos artísticos en el mundo adviertan de este plagio.

El arquitecto Frank Gehry proyectó el Guggenheim realizando un brillante ejercicio compositivo en el que no pudiendo eludir dicho puente; no interviene sobre él, incorporándolo de modo neutral en el conjunto. Sin embargo, como potente hito, situó en un extremo del edificio principal, al otro lado del mismo, una torre, vacía de contenido pero plena de intención. Inteligente recurso integrador estructuralmente en diálogo con el puente. También ha sido ofensiva esta bastarda imposición contra la opinión de Gehry, propietario intelectual del proyecto arquitectónico del museo, en cuyo conjunto interfiere.

Ahora que el museo acoge una exposición dedicada al prestigioso Kapoor, se supone que algún crítico del arte tendrá la dignidad de preguntarle qué piensa sobre este plagio. A pesar de que habitualmente los artistas invitados son sumamente discretos, olvidando su tradicional ideología de creadores libres y guardando su criterio para ambientes privados, como Gehry. Finalmente, ¿es cierto -lo cual cambiaría el concepto de la intervención-, que el propósito del autor al representar por su forma un cuerpo con dos brazos alzados y dos piernas abiertas en color rojo de sangre, es un manifiesto alusivo contra la tortura, inspirado quizá por la proximidad del desdichado cuartel de La Salve?

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