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Raimundo Fitero

Curas

Asistimos con cansancio al juego de exculpación, despiste, falsos arrepentimientos, fariseos remordimientos de la jerarquía de la iglesia católica en referencia a los reiterados, extendidos y criminales abusos sexuales que se han ido produciendo en todas las oscuridades de sacristías, celosías, internados, seminarios o conventos. Que el Papa Benedicto XVI aparezca en televisión y cargue su verbo sobre unas circunstancias y a la homilía siguiente intente deslindar el pecado del pecador, empieza a ser una nueva fase de la misma perversión. Y esa tendencia actual para mirar de manera acusatoria a Irlanda o a Alemania, siempre poniendo el tiempo en pasado, está bien como ejercicio de camuflaje, pero aquí, ahora, cerca, se pueden estar reproduciendo, supuestamente, los mismos hábitos, las mismas costumbres, las mismas torturas sicológicas.

El secreto a voces de estos abusos es uno de esos ecos que han tejido un capcioso ámbito de impunidad. Desde niños hemos sabido de estos abusos, en nuestras braguetas o en las ajenas, en vivo o en diferido, con amenazas terrenales o en el más allá. El silencio ha sido la gran condena de quienes han sufrido abusos, la complicidad implícita del entorno familiar, de los amigos, han ido creando monstruos, individuos cercenados de parte de su infancia y pubertad, aterrorizados, confusos. Y ahora, de repente, salen a la luz casos, un goteo de denuncias que van abriendo una brecha en todos los mantos que han ido encubriendo esta lacra.

Sí, han sido los curas, algunos curas, quienes han transmitido el mismo horror del que probablemente fueron víctimas. Curas que se quedaron en curas o subieron en el escalafón, lo que les permitía mantener más blindadas sus apetencias sexuales que podían realizar sistemáticamente porque la púrpura dota de mucho más misterio. Es bueno que se vayan abriendo todas las ventanas, puertas, balcones, pero sin condenar a mayor dolor a las víctimas reales, porque la mentira o la filigrana dogmática de decir que el pecado es condenable, pero el pecador merece el perdón les servirá en su secta, pero en la justicia de los laicos, el que la hace la paga. A veces. Y que callen para siempre.

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