Los escándalos que implican a sacerdotes de la Iglesia católica con delitos de pederastia han alcanzado un volumen tal que cada nuevo caso debe pelearse con el anterior para hacerse un hueco en la apretada agenda informativa. Ya nadie pone en duda que lo que hasta el momento ha salido a la luz es sólo la punta visible de un iceberg que, a medida que muestra sus verdaderas dimensiones, amenaza la flotabilidad de ese gran buque de lujo que pilota con supuesta infalibilidad el Papa Benedicto XVI. Ayer, fue el propio capitán quien tuvo que encajar un serio golpe al verse implicado directamente en uno de estos oscuros y abominables casos de abusos infantiles.

Según publicaba el «New York Times», a finales de los años 70 Benedicto XVI, por entonces conocido como Joseph Ratzinger y cardenal de la Congregación para la Doctrina de la Fe -algo así como el departamento de Asuntos Internos en la Policía de las películas de Hollywood-, encubrió los abusos sexuales cometidos por un sacerdote estadounidense en una escuela de Wisconsin en la que estudiaban 200 niños sordos. En el momento en que fue denunciado, el pederasta -ya fallecido- sufría una enfermedad terminal y esa circunstancia habría movido al alemán a silenciar y paralizar el proceso contra él, haciendo gala de una doble moral que reclama piedad para los propios y fuego eterno para los ajenos.