Los festivales de cine nunca premian a las comedias, salvo si quien las realiza procede del cine de autor. Gracias a ello Fatih Akin pudo hacerse con el Premio Especial del Jurado en la Mostra de Venecia por «Soul Kitchen», que es su primera incursión en el género, después de conseguir el éxito internacional con duros dramas marginales sobre la inmigración en Alemania.

Los alemanes tienen un sentido del humor muy peculiar; por no decir que, sencillamente, no lo tienen. Es una conclusión a la que puede llegar el espectador foráneo viendo comedias alemanas, que nunca hacen reír, salvo en el caso de Dani Levy, que es judío y se burla hasta del mismísimo Hitler en la polémica «Mein Führer».

A Fatih Akin le pasa algo parecido y, dada su sangre turca, puede ser visto también como una excepción. Si no se había decidido antes a entrarle al humor es por su condición de cineasta inteligente, sabedor de que la comedia es el género más difícil y el menos recompensado. Su punto a favor es la facilidad que posee para diseñar personajes pintorescos y entrañables, lo que equivale a divertidos. Igualmente posee un don especial para la multiculturalidad, mezclando en una misma ciudad a elementos procedentes de distintos países. Su Hamburgo natal le viene que ni pintando como escenario ideal para el intercambio. En ese sentido, los locales de hostelería son el mejor lugar para dicho encuentro. En su ópera prima, «Corto y con filo», había utilizado una cafetería y en su tercer largometraje, «Solino», una pizzería. En «Soul Kitchen», presenta un ruinoso negocio de comidas, el cual recibirá un impulso renovador como fruto del intercambio cultural del que hablamos, sumándose a la moda de restaurantes con pinchadiscos.