Nos anuncia Isabel Celaá, consejera de Educación de Lakua por obra y gracia de un pucherazo, que su Gobierno ya ha dado luz verde a la reforma del currículum educativo. Nos cuenta primero un trabalenguas sobre el euskara y el castellano, diciendo que ambas tendrán «la misma jerarquización normativa», aunque la primera gozará de «atención preferente». No entiendo muy bien qué quiere decir, pero mucho me temo que si hasta la fecha un alto porcentaje del alumnado no dominaba el euskara al terminar la enseñanza obligatoria, los números no van a ir a mejor.

El segundo punto destacado es el del empleo del término Euskal Herria. Está muy bien hablar de ese ¿pueblo? -no, el pueblo vasco no existe-, que canta en un idioma raro y baila a ambos lados del Pirineo. A partir de ahí, el vacío. A esto le llaman enseñanza «despejada de carga ideológica identitaria». O sea, que les dirán a nuestros menores que viven en el limbo. ¿O les dirán que viven en la Comunidad Autónoma del País Vasco, insertada en el Reino de España? Eso sí, sin «carga ideológica identitaria». Como si nos chupáramos el dedo.

Y vayamos al tercer punto, el de los testimonios de víctimas en las aulas. Dicen que irán víctimas de ETA. Vale. Pero ardo en deseos de ver también cómo las familias de los abatidos por los GAL -en el partido de Celaá igual a alguien le suena el tema- narran su experiencia. Tampoco faltarán, espero, quienes sufrieron durante cuatro décadas un régimen criminal que no es rechazado por el socio «preferente» de Lakua. Ni aquellos que han sido sometidos -no todos pueden contarlo- a un trato «especial» por uniformados de diversos colores.

Que no se apure Celaá. Más trabas tuvieron nuestros progenitores, pero gracias a ellos aprendimos euskara, aprendimos que Euskal Herria es una nación con siete territorios y aprendimos que víctimas hay muchas más de las que quiere hacernos creer. El testigo de nuestros mayores está ahora en nuestras manos. Por cierto, auguro un alto índice de absentismo escolar por «enfermedad» en determinadas jornadas.