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Análisis | Escenario post-Afganistán

Irán y Pakistán barren juntos en el desierto baluche

Los últimos guiños entre Islamabad y Teherán apuntan a una nueva estrategia de alianzas ante el repliegue en Afganistán de las tropas de EEUU, previsto para 2011. Hoy, los intereses de ambos países coinciden en Baluchistán, región olvidada pero de muy alto valor geoestratégico.

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Karlos ZURUTUZA

El autor rescata una noticia que pasó casi desapercibida, la detención del líder de la insurgencia islamista baluche en Irán, para describir los últimos movimientos convergentes de Teherán e Islamabad, que se preparan para el día después de la salida de EEUU de Afganistán.

El pasado 23 de febrero, el jefe de la inteligencia persa, Heydar Moslehi, anunciaba eufórico la captura de Abdulmalik Rigi, el líder de la insurgencia baluche en Irán. El enemigo número uno del régimen, el «hombre más buscado», caía en una exitosa operación policial cuyos detalles no podían ser más oscuros.

Teherán aseguraba haber capturado a líder de Jundallah (los «soldados de dios») tras interceptar el avión que le llevaba de Dubai a Kirguizistán donde, siempre según fuentes persas, habría de reunirse ni más ni menos que con Richard Holbrooke, el pretor de Washington para Af-Pak. En su agenda conjunta figurarían futuros ataques contra el régimen de los ayatolás, quienes insisten en ver la mano de Washington detrás de Jundallah o el kurdo PJAK.

Las imágenes del montaje que emitió la cadena iraní Press TV (Rigi bajando de un avión maniatado y escoltado por agentes enmascarados) intentaban acallar las voces que apuntaban a que el líder suní había sido interceptado en Kandahar, o la más extendida entre los baluches, y que corroboraba el propio embajador pakistaní en Teherán: Abdulmalik Rigi había sido detenido en Pakistán y entregado a Irán por agentes paquistaníes.

Parecía increíble. El líder de Jundallah era capturado por los mismos que lo habían utilizado durante años como arma arrojadiza contra Teherán. Y es que Islamabad atacaba con fuerza a su propia insurgencia baluche (secular y marxista) mientras los wahabíes de Jundallah golpeaban a los pasdaranes para esconderse después en territorio paquistaní.

Numerosos analistas internacionales coinciden en que el arresto constituye un gesto de Islamabad hacia Teherán en aras de recuperar influencia en la vecina Afganistán. Pero algo tendrá que ver también el proyecto de gasoducto IPI (Irán-Pakistán-India), que parece que se quedará en IPC tras ser sustituida recientemente India por China. Por el momento, Irán y Pakistán ya han firmado un tratado de 7 billones de dólares a los que se sumarán los más de 2 transferidos desde Pekín.

Así las cosas, los actores principales de la región estrechan lazos a través de un tubo gasero, sabedores de que los americanos se irán, más antes que después, y por la puerta de atrás. Los planes de Bush y Obama de llevar el gas del Caspio a través de Afganistán se desvanecen mientras que los de China para hacer lo propio desde Persia se materializan ya sobre el terreno o, cuando menos, sobre la mesa de negociaciones. Pero para que el gas llegue a Beijing hay que construir un tubo que cruce Baluchistán de oeste a este; desde Irán hasta Pakistán. Resulta que el desierto baluche, ese inmenso pedregal que es hogar para millones de parias de ambos regímenes es, a la vez, una de las encrucijadas geoestratégicas más importantes del mundo.

No en vano, la resistencia baluche en Pakistán lleva años atentando contra los intereses de múltiples agentes extranjeros que expolian sistemáticamente sus enormes riquezas minerales. Objetivo principal de la insurgencia es también el puerto de aguas profundas de Gwadar, un proyecto en manos chinas que acabaría por desequilibrar la frágil balanza demográfica local convirtiendo a los baluches en minoría en su propio territorio (la vecina Karachi ha multiplicado su población por 100 en los últimos 60 años). Así las cosas, llevar el tubo del IPC a buen puerto (al de Karachi) pasará necesariamente por una estrecha conjunción de fuerzas entre Teherán e Islamabad.

Están en ello. El arresto del líder de Jundallah no es el primer gesto de complicidad entre ambos países. En junio de 2008 Islamabad ya entregó a su hermano Abdulhamid, y el pasado agosto los ejércitos persa y paquistaní conducían una operación militar conjunta contra localidades fronterizas baluches. Si bien los bombardeos sobre aldeas de adobe de los Bugti y los Marri, los principales clanes baluches, son el pan de cada día en este rincón de Asia, no se recordaba un episodio de cooperación militar entre ambos países desde tiempos de los Pahlevi.

En declaraciones de Akhtar Mengal a este mismo medio, el líder del BNP (Partido Nacional Baluche) se mostraba convencido de que dicha ofensiva habría de «unir a la insurgencia baluche a ambos lados de la frontera». Y no olvidemos que también hay baluches más al norte, en las regiones afganas de Helmand y Nimruz. Es en esta última donde el Gobierno persa acaba de anunciar la inminente apertura de un consulado; sin duda, una privilegiada atalaya sobre los movimientos de las tropas de EEUU en la zona y, por ende, sobre el erial baluche.

«Nos tendrán que matar a todos», aseguraba Mengal desde su residencia en Quetta. ¿Es ése el plan?

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