Familias Esnal, Haramboure y Parot Allegados de presos políticos vascos
Veinte años de injusticia
Desde hace 20 años, Jakes, Unai, Ion Kepa y «Txistor», así como los 750 presos políticos vascos que luchan actualmente en las 86 cárceles de la dispersión, concentran sobre sí una gran parte del arsenal de la represión, ése mismo que pretende acallar la voz de nuestro pueblo vasco
Desde hace 20 años, Jakes Esnal, Unai y Ion Kepa Parot, Frederic Txistor Haranboure y nosotros, sus familiares, hemos experimentado una parte importante de la maquinaria represiva de la monarquía española y del Estado francés contra Euskal Herria.
Desde sus detenciones, entre el 2 y el 5 de abril de 1990 (algún tiempo después de que el GAL, esa organización terrorista que emanaba del poder español, hubiera asolado el País Vasco, norte y sur), esos cuatro militantes independentistas de Ipar Euskal Herria (condenados por pertenecer a ETA) concentran sobre sus personas la mayoría de las características de este conflicto que sigue sin resolver. El mismo Frederic Txistor Haramboure resultó herido por un comando del GAL, en 1986 en Baiona, entre otras víctimas, algunas de las cuales fueron mortalmente heridas: diputado y senador independentistas (J. Muguruza y S. Brouard) en el sur, periodista (X. Galdeano), estudiante (B. Pécastaings), transeúntes o jóvenes refugiados en el norte, como Joxi Lasa y Josean Zabala (torturados hasta la muerte, con las uñas arrancadas...) para provocar una reacción del Gobierno francés.
Sentenciados a cadena perpetua, Jakes, Unai, Ion-Kepa y Txistor están acusados de haberse comprometido en esta lucha por la independencia en la época en que los predecesores del GAL asesinaban en el País Vasco norte con el nombre de BVE, mientras que los fieles de la dictadura fascista española seguían activos, e impunes todavía hoy día, a pesar de 40 años de acciones criminales (¡caso único en Europa!).
Las detenciones de Jakes, Txistor, Ion y Unai, en abril de 1990, desataron una histeria mediática -calculada- con grandes refuerzos de intoxicación y demonización, como es acostumbrado en nuestro caso. Esto facilitó el camuflaje y la justificación subyacente de la tortura (¡y ésa sí que era sofisticada!) infligida por la Guardia Civil a Unai Parot durante cinco días y cinco noches, como todavía ocurre hoy día para la mayoría de los detenidos vascos.
Empezó entonces otra forma de resistencia para ellos y nosotros, sus familiares, para enfrentar 20 largos años, hasta la fecha de hoy, de vicisitudes y arbitrariedad. Tuvimos que soportar ser acusados de mentir cuando atestiguábamos bajo juramento de las torturas perpetradas contra Unai Parot, y utilizadas por el tribunal especial francés para pronunciar condenas de por vida contra el propio hermano de Unai, Ion Kepa, así como contra Jakes y Txistor.
Para, a pesar de todo, mantener con nuestros familiares estos vínculos que las autoridades querían que se rompieran, tuvimos que reunir todos nuestros recursos -físicos, materiales, humanos y afectivos- contra el aislamiento carcelario feroz, el chantaje con la enfermedad, el alejamiento extremo a miles de kilómetros y la dispersión en cárceles múltiples, con un enorme costo financiero. La madre de Jakes no pudo visitar a su hijo durante 10 años antes de morir (prisión de Clairvaux, 2.400 kilómetros ida y vuelta). Del mismo modo, el padre de Ion y Unai fue condenado a quedarse sin visitas con sus hijos muchos años antes de su muerte (prisiones de París y de Andalucía, a más de 2.000 kilómetros).
Tuvimos que vivir con el temor de no ver más a nuestros seres queridos encarcelados cuando la enfermedad los afectó o cuando al poder español se le ocurrió crear une especie de GAL carcelario para asesinar a presos políticos vascos (incluyendo a Unai Parot), o cuando intentaron, y aún lo intentan, empujarlos al suicidio con condiciones de encarcelamiento insoportables (tortura blanca con aislamiento extremo, despertándolos a cada hora, con la luz constantemente encendida, privándoles así de sueño...), tratamiento aplicado, ocasionalmente, con otros muchos presos en la actualidad.
También tenemos que soportar el escarnio a nuestra cultura, a nuestro idioma, cuando prohíben a los presos políticos vascos que estudien o que defiendan sus derechos en euskara.
Y hemos de sufrir el ensañamiento insaciable de los poderes español y francés para mantenerlos encarcelados de por vida. El reino de España ha creado incluso una jurisprudencia especial, la llamada doctrina Parot, para que todos los presos condenados a penas largas cumplan con un mínimo de 30 ó 40 años (para los detenidos después de 1994). En el Estado francés, las condiciones de acceso a la libertad condicional son durísimas, y Ion, Jakes y Txistor siguen todavía encarcelados (la primera solicitud de Ion Kepa fue rechazada en 2007).
Desde hace 20 años, Jakes, Unai, Ion Kepa y Txistor, así como los 750 presos políticos vascos que luchan actualmente en las 86 cárceles de la dispersión, concentran sobre sí una gran parte del arsenal de la represión, ése mismo que pretende acallar la voz de nuestro pueblo vasco, que así quisieran mantener eternamente preso. Ellos y nosotros, sus familiares, somos testigos de esa intransigencia y de esa crueldad disfrazadas con los atavíos de una supuesta justicia. Llamamos a cada uno a que se una a nosotros para denunciar esa situación de injusticia y para exigir que se respeten todos los derechos de los presos políticos vascos, participando en las numerosas movilizaciones por ello.