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«Negros» y listas negras

Iñaki LAZKANO | Kazetaria eta Gizarte eta Komunikazio Zientzien irakaslea

La denostada figura del escritor sin firma cobra plena vigencia en «The Ghost Writer» (2010), de Roman Polanski. El protagonista es un joven escritor que ha sido contratado para escribir la autobiografía de un ex primer ministro británico que mantiene inquietantes semejanzas con Tony Blair. Pese a la controversia que genera, la figura del «negro» literario es muy usual. No en vano, más del 60 % de los libros están escritos o revisados por un «escritor fantasma».

Los escritores huérfanos de notoriedad son los que habitualmente engrosan las filas de los «negros» literarios. Sin embargo, guionistas de gran talento han sufrido la sombra del anonimato tras caer en desgracia por motivos ideológicos. El macarthismo, en concreto, condenó a la clandestinidad a intelectuales de la talla de Michael Wilson, guionista de «La sal de la tierra» (1952), o Bertolt Brecht. La víctima más conocida de la «caza de brujas» del senador McCarthy, empero, fue Dalton Trumbo. Vetado en la Fábrica de Sueños, utilizó falsas identidades para poder trabajar en Hollywood. Bajo el seudónimo de Robert Rich, ganó un Óscar por el guión de «The Brave One» (1956); galardón que no pudo recoger.

Ben Hecht, «el Shakespeare de Hollywood», tampoco pudo librarse de la persecución ideológica. Aunque escribió los libretos de obras maestras como «Scarface» (1932), «The Front Page» (1934) o «Encadenados» (1946), su apoyo activo al movimiento sionista en Palestina provocó el boicot británico contra su obra. Con la intención de evitar dicho boicot, Hecht mantuvo en el anonimato la autoría de la mayoría de sus últimos guiones. En esa misma época, trabajó también como «negro» literario para Marilyn Monroe en «My Story», su fantasiosa autobiografía. La ideología del autor determina todavía el futuro de la obra. No existe distinción alguna entre arte y artista. Lamentablemente, las películas y los guiones no son independientes; siguen encadenados a los prejuicios ideológicos con los que se juzga a sus autores. En este contexto, los criterios comerciales se convierten en la mejor excusa para negar financiación a creadores críticos con el sistema. Pronto, las listas negras perdurarán, pero se tornarán invisibles; y los nuevos «negros» consolidarán los patrones establecidos. Sólo habrá libertad al margen de la industria.

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