Koldo CAMPOS | escritor
Lecciones inolvidables
Tenía nueve años y en el orfanato en el que crecía, dirigido por curas, me encargaba de vender los domingos entre el resto de los internos y para beneficio del centro unas tortas de harina. Una vez ocurrió que, al hacer el habitual arqueo, hubo una torta de menos. El dispendio no pasó inadvertido y el cura quiso saber qué había pasado. Yo alegué no saber nada.
El cura insistía en que le contara lo ocurrido mientras sumaba y restaba tortas y pesetas.
-No sé- respondía yo.
Alterado, me advirtió que no iba a salir de su despacho hasta que le dijera la verdad y, tras cerrar con llave, se ausentó dos horas.
-No sé- repetí a su regreso.
Me amenazó con no volver a vender tortas ni a pasear los domingos.
-No sé-.
Cambió de estrategia y, mientras me acariciaba la cabeza, me habló de lo mucho que Dios valora la sinceridad, de cómo la virtud de una persona la determina su capacidad para encarar sus actos. Me habló del infierno en que se abrasa el mentiroso, de lo orgulloso que se habría sentido mi padre, de estar con vida, si yo le confesaba la verdad...
Y entonces rompí a llorar y delaté a mi hermano.
De la primera bofetada del cura fui a parar a los pies de su surtida biblioteca y contra ella siguió propinándome golpes hasta dar por aprendida su inolvidable lección.
Supongo que es por ello que cada vez que escucho a un cura celebrar la verdad, ellos que tanto mienten; alabar la tolerancia, ellos que siempre agravian; bendecir el diálogo, ellos que nunca escuchan; ensalzar la virtud, ellos que más ultrajan, sólo recuerdo a aquel cura y me repito... no sé.