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Antonio Alvarez-Solís periodista

Final de la libertad de pensamiento

Aborda Alvarez-Solís las pretensiones del Gobierno de Lakua para definir y acotar la orientación de la línea editorial de Euskal Irrati Telebista, en lo que considera un auténtico acto de «clausura de la libertad de expresión». Su crítica alcanza también la iniciativa del propio López para hacer llegar a los colegios únicamente la voz de una parte de las víctimas de la violencia, lo que, entiende, «en modo alguno constituirá una madura docencia en torno a la violencia y a su necesaria superación humana y social».

Tras esta frase que constituye el pórtico del nuevo plan redactado para proceder a la orientación gubernamental de la radiotelevisón vasca (EITB) -«la reivindicación de las instituciones democráticas, en especial del Estado constitucional»- se solapa nada menos que la clausura de la libertad de expresión en Euskadi. Más aún, el Gobierno socialista de Gasteiz reconoce implícitamente que la mayoría de los ciudadanos vascos no aceptan la manipulación informativa ya en marcha y por tanto procederá, mediante su plan de intervención directa, a «propiciar un cambio de actitudes en el conjunto de la ciudadanía que asuma el sistema democrático como garantía de convivencia en libertad». ¿Propiciar o imponer? ¿Asumir el sistema democrático o convertirlo en la pantalla de un gobierno dictatorial?

Goebbels fue el máximo manipulador del lenguaje de la comunicación y ahora brotan, aquí y allá, los retoños ideológicos; pero aquí, en este caso, la forma es radical y desnuda. Se trata de un «nuevo impulso para marginar definitivamente las actitudes y opiniones que, al no reconocer las instituciones democráticas y los valores de la tolerancia, la pluralidad política y la libertad personal abren el camino de la justificación de la violencia». Es decir, que el Sr. López, tras cuya voz está el impulso elemental y arrasador del Sr. Ares, no sólo traza el estricto mapa de lo que es la libertad política -donde empieza y acaba la verdadera libertad- sino que se atreve a enfocar el libre juego de las ideas como determinante de la violencia. Al parecer, los agnósticos protectores del laicismo han decidido apuntarse a la arrogante teología del Dios verdadero.

La agresión a la libertad es radical y sangrante, además de altamente peligrosa por su viscosidad y capacidad de expansión. No puede alegarse, además, en modo alguno sensato -porque es argumento que va a ser empleado con desenvoltura ideológica-, que el plan no afecta a los medios privados de comunicación que funcionan al margen de EITB. No puede alegarse eso, en primer lugar, porque reducir la libertad a un solo color no es acción lícita en un órgano público dado el carácter colectivo de los medios económicos con que se costea EITB, medios que aporta una población multicolor. Habría que legislar ya la figura delictiva de secuestro y malversación del presupuesto público.

En segundo término, porque la concreción de que se trata de «marginar definitivamente las actitudes y opiniones que al no reconocer las instituciones democráticas... abren el camino de la justificación de la violencia» incita implícitamente a la justicia -dirigida de modo sensible por la fiscalía dependiente del Gobierno- a movilizar los resortes penales contra quienes son acusados, ya anticipadamente, de la acción criminal consistente en no aceptar el pensamiento único, base al parecer de la democracia «verdadera» y de la «sana» libertad.

La postura jurídico-política que mantienen organismos como la Audiencia Nacional -y ahí habría que hablar del `heroico' juez Garzón- es proclive a la admisión de insinuaciones como las que contiene el plan del Sr. López para convertirlas en otra ofensiva penal contra miles de vascos que tratan de expresar sus creencias políticas. Yo no sé en función de qué reflexión puede presentarse como racional una política que a la vez restringe el ámbito del pensamiento, declara como legítima una doctrina excluyente y protege este agrio guiso con la violencia más rotunda. Cabe decir, sin temor alguno a equivocarse, que el tardofascismo actual es de una pobreza intelectual manifiesta.

La situación que va a establecerse con la destrucción de un pensamiento libre contendrá una dictadura de hecho tanto más dolorosa por cuanto se presenta como una elaborada y sólida protección de la libertad. Hay que subrayar que esta conversión del periodismo en herramienta del poder, con lo que se fuerza a los periodistas a ejercer un papel de agit-pro indigno -cosa que ya viene ocurriendo con clamoroso escándalo-, va unida a la exigencia de que en los colegios hayan de escuchar los escolares a quienes han sufrido la acción de ETA como únicas voces políticamente válidas, lo que en modo alguno constituirá una madura docencia en torno a la violencia y a su necesaria superación humana y social.

Uno imagina en qué ceguera intelectual podrían caer un par de generaciones intoxicadas a la vez por una información deforme y por una enseñanza ideologizada desde la cátedra. Con el necesario respeto a todos los que han sufrido daños tremendos, hay que proclamar serenamente la obligación de elevar el tono de la teoría educativa por encima de un lamento explicable y una furia irremontable. A los niños hay que alejarles de lo que pueda constituir la voz de la venganza, por mucho que esta emoción tan espontánea sea frecuente en la vida diaria. Los clásicos griegos recomendaban vigorosamente la práctica de la ataraxia, que es la virtud hecha a partes iguales por la visión serena de los hechos y por la ponderación en el pensamiento, lo que conduce a una vida serena y fructífera. Supongo que esto que escribo será leído, si es que lo es, pues no creo que Lakua sea reducto de prieta lectura, con toda suerte de malicia por parte de unos dirigentes que enfrascados en sí mismos dividen la existencia entre dos mundos que chocan como placas tectónicas: el mundo de los prosélitos y el mundo de los enemigos a los que hay que extirpar como un cáncer ¡Qué penoso es que se haya convertido en imposible el noble ejercicio de adversario!

En un cierto sentido cavilo que la aversión a lo vasco que empapa secularmente a los Gobiernos españoles y a quienes son su trasunto en Euskadi viene de una larga indignación contra la insumisión de los habitantes de Euskal Herria a la lógica excluyente que caracteriza a la vieja España. Los vascos son gente de valle y de hermandad tan próxima como multicolor. Vitalmente son libertarios, pero sacramentalmente son compactos. Yo los veo así, de lo que me alegro porque en un seno humano de tales características la libertad resulta irrenunciable y la democracia deviene natural. Pues bien ¿alguien puede imaginar que ante un pueblo de tal perfil vaya a resultar posible la destrucción de las ideas por los medios tan rudimentarios como los que está ensayando el gobierno del actual lehendakari, Sr. López?

Quizá yo me empeñe en seguir una lógica positiva y lo que pretende Lakua es el ejercicio de una lógica provocativa para usarla como badila que apriete la ceniza y reavive el fuego en el brasero. La unidad de los españoles requiere siempre la persecución de un enemigo. Si se trata de esto último las medidas que acaba de adoptar el Gobierno de Gasteiz respecto al adoctrinamiento de los niños y la militarización de los periodistas contienen un propósito muy definido que no cabe atribuirlo a una honesta pretensión filosófica.

Posiblemente estén convencidos de que con ello logren darle la vuelta a los vascos como si fueran un calcetín mal calzado en el pie español. Pero sobre lo que abrigo dudas muy fundadas es respecto al calcetín. Los vascos no me parecen tan maleables. Su historia es una historia de batallas que se gestan, por necesidad material, en la hermosa tranquilidad de los caseríos. En la vida vasca hay algo que me parece sustantivo y primario: la habilidad para fabricar el cuajo. Por tanto más me parece que va a encogerse EITB que a alcanzar el éxito tan vulgar represión. Creo no equivocarme si sostengo que los vascos, incluyendo los niños, están fabricados con un cuajo milenario. El lío va a ser colosal.

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