Los «camisas rojas» se preparan para el asalto final del Ejército
La tensión crece por momentos en Tailandia. El movimiento opositor de los «camisas rojas», que se ha hecho con el control de una vasta zona en el centro turístico y financiero de la capital, levantaba barreras de neumáticos y bambú mientras esperaba el ataque final de los soldados, armados con fusiles de asalto. Los opositores se niegan a negociar directamente con el régimen. Este último ha elevado el tono contra la revuelta, que dura ya seis semanas.
ANUSAK Konglang (AFP)
Los «camisas rojas» antigubernamentales, fuertes en una gran barriada del centro de la capital tailandesa, rechazaron ayer toda negociación directa con el Ejecutivo y esperaban un asalto inminente del Ejército.
Manifestantes y uniformados se miraban a cara de perro a decenas de metros de distancia en muchos puntos del centro de Bangkok, sobre todo en la entrada a Silom, el barrio financiero.
Los soldados, armados con fusiles de asalto, se protegían tras afiladas alambradas de púas. Los «camisas rojas» hacían lo propio levantando barricadas con ruedas y bambú.
En las aceras, los ejecutivos del barrio financiero observaban la escena atentos, formalmente, a sus negocios.
Pero las palabras son cada vez más duras y ambas partes se acusan mutuamente de prepararse para matar. El pasado 10 de abril, 25 personas murieron y 800 resultaron heridas en un tiroteo protagonizado por hombres de negro que los opositores no dudan en identificar como fuerzas paramilitares.
«No habrá negociación con el Gobierno porque aquellos incidentes la han hecho imposible (...) No se puede negociar entre los que matan y los que son masacrados», asegura Jatuporn Prompan, responsable de los «camisas rojas».
Este portavoz no excluye, sin embargo, la intervención de terceros para hallar una solución a la crisis cuando se cumplen seis semanas de revuelta popular en la capital tailandesa. «Estamos dispuestos a hablar con ONG, con diplomáticos extranjeros... y ellos verán luego qué hacen».
«El Gobierno intenta legitimar el hecho de matar a inocentes», insiste Nattawut Saikuar, otro cuadro «rojo» que exige la dimisión inmediata del primer ministro Abhisit Vejjajiva. Su Ejecutivo «prepara sibilinamente una represión brutal. Que deje de inventarse excusas para matar a inocentes», añade.
Los «rojos», que han hecho acopio de adoquines para evetuales enfrentamientos, niegan poseer armas. «Cualquiera que tenga un mínimo de sentido común se da cuenta de que no podemos batirnos con palos de bambú contra los fusiles de asalto M16. No somos terroristas, hemos venido con las manos vacías para exigir democracia», recuerda Nattawut.
En el otro campo, tampoco las palabras invitan al apaciguamiento. El primer ministro, que los «rojos» consideran ilegítimo y al servicio de las élites de la capital, rechaza dimitir y evocar siquiera elecciones anticipadas antes de que termine el año.
El portavoz del Gobierno, Panitan Wattanayagorn, se niega a apostar por negociaciones aunque reconoce que son «la única salida» a la crisis.
«Es difícil hablar con ellos (los «rojos») por muchas razones, entre ellas por la emergencia en su seno de grupos armados muy radicales y porque están infringiendo la ley», explica, tratando de poner el acento en las contradicciones y diferencias que se hacen evidentes entre los distintos líderes opositores. «¿Por qué deberíamos sentarnos y hablar con estos grupos si se ha demostrado que no respetan sus promesas? ¿ Debemos hablar con ellos y así legitimarlos?», pregunta nuevamente a modo de afirmación categórica.
El Ejército tailandés, por su parte, insiste en acusar a los «camisas rojas» de contar con armas, incluidas granadas y algún tipo de ácido.
El comandante en jefe del Ejército del Aire, Itthaporn Subhawong, dio a entender ayer que la situación se resolverá rápidamente. «Los que no están implicados deberían retirarse. Tengan un poco de paciencia. Todo se va a arreglar rápidamente», asegura, enigmático, el general.
Columnas de policías con material para reprimir manifestaciones fueron apostados frente al parlamento, que fue asaltado por los rojos el 7 de abril.
Un millar de personas interceptó un tren que transportaba tropa y armas en el norte del país, bastión de los «camisas rojas». El Gobierno aseguró que el tren se dirigía al sur musulmán, escenario de una rebelión armada
Al pie de las escaleras del metro al aire libre de Bangkok, en pleno centro de la ciudad, los coches no pueden pasar sin el permiso del servicio de orden de los «camisas rojas». Este movimiento empezó con manifestaciones masivas pero ha optado ahora por ocupar el centro turístico y financiero.
Miles de personas vestidas de rojo duermen sobre las aceras o en tiendas improvisadas, justo enfrente de las lujosas tiendas y los hoteles todo confort cerrados. Monjes con hábitos color azafrán deambulan con pequeños templos móviles.
«Tenemos baños, podemos tomarnos una ducha. Tenemos de todo aquí», asegura Prayoon Ninpetch, de 29 años y procedente de la provincia de Surin (nordeste) justo delante de un salón de masaje para ricos.
Los «rojos» ocupan dos grandes avenidas en cruz de más de 2 kilómetros cada una y han instalando barricadas en cada salida.
Inevitablemente surge la pregunta de quién paga todo esto. Cómo un movimiento protagonizado por el campesinado empobrecido del norte puede sostener semejante reto.
Ellos aseguran que el dinero proviene de donaciones. Hace una semana decidieron reagruparse en un sólo campamento y no en dos, para economizar. «Los empresarios demócratas hacen el resto», afirma Sean Boonpracong. Está claro que el derrocado primer ministro y magnate de las comunicaciones, Thaksin Shinawatra, les financia. Pero Sean evoca otras fuentes, como «fuerzas invisibles», militares críticos con las élites que viven al amparo del monarca y empresarios no alineados con el régimen. Rachel O´BRIEN