Elecciones en Gran Bretaña
Los liberal-demócratas marcan el ritmo electoral
Hoy tendrá lugar el segundo encuentro televisivo entre los tres candidatos a formar Gobierno en Gran Bretaña. El conservador David Cameron y el laborista Gordon Brown intentarán cortarle las alas al liberal-demócrata Nick Clegg, que sigue ganando apoyo entre el electorado.
Soledad GALIANA | Dublín
Era un juego de dos y entonces llegó Nick Clegg y aupó a los liberales-demócratas hasta la primera fila en las encuestas de opinión y del panorama mediático. Lo que se había anunciado era la victoria de David Cameron y los conservadores, listos para arrebatar el poder a los laboristas después de trece años liderando la oposición. Pero desde el debate televisivo de hace una semana y el consiguiente revuelo mediático, ésta se ha convertido en la campaña, y posiblemente en la elección, de los liberal-demócratas y de su líder, Nick Clegg.
A día de ayer, el compendio de encuestas de opinión en torno a estas elecciones publicado por el diario «The Guardian» otorgaba al partido de Clegg un 30,38% en la intención de voto, lo que le sitúa a tan sólo 2,2 puntos de distancia de los conservadores, y a 3,5 puntos de ventaja sobre los laboristas.
La tarea del Partido Liberal-Demócrata a estas alturas de la campaña electoral es la más difícil: mantener las expectativas que la intervención de Clegg ha suscitado en el electorado. Y, tal y como advierten algunos miembros de la formación, no será nada fácil ahora que se han transformado en el blanco de los dos partidos hasta la fecha mayoritarios. La clave quizás se encuentre en los dos debates televisivos que restan entre Cameron, Clegg y el actual primer ministro laborista, Gordon Brown, el primero de los cuales se celebrará hoy. Si Clegg consigue mantener su imagen de alternativa a un estamento político falto de credibilidad por los escándalos de los gastos parlamentarios, la guerra de Irak, la crisis económica y la debilidad de los servicios públicos, se podría cumplir el sueño de uno de los candidatos del partido en Escocia, y en lugar de tener la clave para la formación del próximo Gobierno, podría encontrarse decidiéndolo por méritos propios.
Y hablando de Escocia, precisamente el nacionalista Alex Salmond pidió al electorado inglés que vote al partido de Clegg y así crear un «empate» entre conservadores y laboristas que permitirá al Partido Nacional Escocés jugar un papel importante en el Parlamento de Londres.
Tal y como esperaban los liberal-demócratas, el interés mediático no ha sido del todo positivo, particularmente el de la prensa sensacionalista británica que se ha lanzado a descuartizar al partido. El editorial en «The Daily Mail» les acusa de ser los que más abusaron de los gastos parlamentarios -pese a que ninguno de sus diputados se ha visto involucrado en los casos más graves- al tiempo que ignora que una de las promesas electorales de Clegg es la de «limpiar» la política dando a los ciudadanos la posibilidad de despedir a los políticos corruptos y limitando las donaciones políticas.
Posiblemente esos ataques no afecten directamente al electorado de Nick Clegg y de su partido. Su foco de atención en esta campaña son los nuevos votantes y más de un 40% de los formularios para registrarse como votante (todos los ciudadanos británicos tienen derecho a votar, pero sólo pueden ejercerlo quienes se registran) han sido solicitados por electores menores de 25, aquellos que sin el efecto de la tradición política podrían optar por su partido.
Esta imagen de alternativa se refuerza con una de las últimas afirmaciones de Clegg, que ayer aseguró que su partido no formará una coalición de gobierno con los laboristas en caso de que no exista una mayoría suficiente en el Parlamento para permitir un Ejecutivo sin alianzas. ¿Significa esto que apoyará a Cameron? Posiblemente, los liberal-demócratas prefieren tener influencia sobre un Gobierno en minoría desde el Parlamento.
Buenos y malos momentos
Los liberal-demócratas y sus predecesores, los liberales, han vivido buenos y malos tiempos en la política británica. Como filosofía política, la esencia del liberalismo se basa en los derechos individuales y la libertad de elección. Esta tradición se traduce en un movimiento político que otorga al Estado un papel importante en el logro de la igualdad de oportunidades y el fin de la pobreza y de la discriminación.
El Partido Liberal emergió a mediados del siglo XIX, en 1868, con la formación del Gobierno por parte de William Gladstone, que instauró a los liberales como fuerza parlamentaria. A pesar de su división en torno a la cuestión de un Gobierno autonómico para Irlanda en 1886, los liberales continuaron alternándose en el poder con los conservadores hasta la Primera Guerra Mundial. Con la paz, las divisiones en el seno de los liberales fueron clave para la emergencia del Partido Laborista como formación mayoritaria en la oposición.
Para mediados del siglo XX, el voto liberal se había reducido al 2,5%, y se llegó a considerar una unión con los conservadores. Sin embargo, bajo el liderazgo de Jo Grimond, los liberales comenzaron la reconstrucción de sus bases, prestando especial atención a cuestiones comunitarias y locales, lo que les valió una presencia a nivel municipal que sirvió para revitalizar sus ambiciones en el ámbito estatal. Y, aunque con un número reducido de escaños, los liberales fueron la clave en la formación de Gobierno en 1974, ya que su negativa a apoyar a los conservadores dio el Ejecutivo a los laboristas
En 1979, cuando los laboristas perdieron las elecciones, cuatro de sus ministros abandonaron el partido para crear el Partido Social Demócrata. Los liberales se aliaron con la nueva formación y, en 1983, consiguieron un 25% de los votos, que no llegaron a traducirse en nuevos escaños. Los dos partidos formalizaron su unión en 1988 al constituir el Partido Liberal-Demócrata, que empezó a lograr mayor apoyo en las urnas y escaños en el Parlamento.
En 1997, los liberal-demócratas eran el segundo partido en número de representantes en el ámbito local, controlando 55 municipalidades y desplazando a los conservadores a un tercer lugar, con políticas que incidían en la mejora educativa y el medio ambiente. Asimismo, se inició una cooperación parlamentaria con los laboristas en áreas en las que compartían objetivos, como la transferencia a los gobiernos de Escocia, Gales y el norte de Irlanda.
Sin embargo, la relación del líder liberal Charles Kennedy con la Administración laborista perdió fluidez debido a la falta de entusiasmo laborista por la reforma del sistema electoral y la oposición liberal a la guerra de Irak, una decisión que les alineó con la mayoría del electorado británico. Así, en 2001 lograron 52 escaños, y para 2005 ya contaban con 62, llevando a Kennedy a declarar a su partido como «el partido del futuro». Seis meses después, Kennedy se vio obligado a abandonar su cargo al admitir sus problemas con el alcohol.
Menzies Campbell remplazó a Kennedy, pero los continuos ataques contra su capacidad para representar al «partido del futuro» a sus 66 años de edad le forzaron a abandonar a finales de 2007, abriendo la puerta a Clegg, quien con 40 años de edad apuntó a su deseo de atraer a los votantes que comparten la ideología de su formación política, pero no lo expresan en las urnas.
El 6 de mayo será la hora de probar que su proyecto puede convertirse en realidad. Si las encuestas se cumplen, los liberal-demócratas serían la sorpresa de estas elecciones.