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Gloria LATASA | gloriameteo@hotmail.com

El señor de los anillos

Ruge el impronunciable Eyjafjallajökull y los pirocúmulos se quedan pequeños ante la imponente nube piroclástica asociada al fuego de los fuegos, el del volcán. Cenizas y lapillis, los materiales más pequeños que escupe la tierra, se mezclan con vapor de agua y con gases y viajan formando una especie de pluma que sigue al viento a su misma velocidad. Y ensucian la atmósfera, nos obliga a paralizar el tráfico aéreo y nos sorprenden por el área geográfica que son capaces de afectar.

Ahora, nos dicen, Europa vuelve a la normalidad. ¿Significa esto que se acaban las consecuencias de la actividad del volcán? En principio, es necesario que las erupciones volcánicas se produzcan en latitudes más bajas para que haya mayores repercusiones a nivel global. En 1815, por ejemplo, la erupción del Tambora en Indonesia encaminó sus cenizas a la estratosfera, se expandieron por todo el globo, filtraron los rayos solares y produjeron un enfriamiento tal que, por sus olas de frío, 1816 se llegó a conocer como el año sin verano. Habrá que esperar el destino final de las partículas del volcán islandés para saber lo que el tiempo futuro nos puede deparar.

Antes, algunos de esos materiales (cenizas y sulfato hidratado) han permitido ver un curioso fenómeno óptico que se conoce como Anillo de Bishop. Una brillante corona de colores blanquecinos y marrones que se coloca alrededor del sol o la luna. Para ello se necesita que los materiales salidos del volcán permanezcan ante los astros suspendidos en nubes de partículas uniformes recién formadas. Un anillo con el nombre de su descubridor, Sereno Bishop, quien tuvo la suerte de contemplarlo por primera vez en 1883 tras la erupción del Krakatoa.