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Joxerra Bustillo Kastrexana periodista

Portugal y nuestro futuro

Con motivo del aniversario de la Revolución de los Claveles en Portugal, el autor desarrolla un acercamiento a la historia reciente de este país poniendo el foco en el modelo de transición de la que supo dotarse con el final de la dictadura, hace ya más de tres décadas. Una transición que se sitúa en las antípodas del caso español, puesto que significó para el Estado luso iniciar un camino hacia la libertad con la República como columna vertebral. Asimismo, Bustillo propone analizar, que no imitar, las lecciones que el proceso portugués puede dar a aquellas naciones sin estado que pretenden avanzar en procesos emancipatorios como el que persigue Euskal Herria.

En el año 1974, el mismo de la Revolución de los Claveles que conmemoramos mañana, António de Spínola, un veterano militar portugués, publicó un libro determinante en ese momento: «Portugal y el futuro», en el que descartaba la continuación de las guerras coloniales en África y abogaba por una solución que acabase con aquella sangría humana y económica. Portugal no se podía permitir aquella situación por más tiempo, el malestar en el seno de las Fuerzas Armadas era enorme, se intuía la llegada de un cambio.

Hace ya 36 años que el Movimiento de las Fuerzas Armadas, liderado entre otros por el mismo Spínola, que a la postre se reconvirtió en golpista y símbolo anticomunista, proclamó la revolución y acabó con la dictadura salazarista encarnada en ese momento por Marcelo Caetano.

Fueron muchos los avatares que se sucedieron con posterioridad al 25 de abril, pero en resumen se puede decir que Portugal recobró como nación la dignidad perdida, recuperó la democracia y sus colonias alcanzaron la independencia. Se consolidó así un modelo alternativo al español, conocido como transición, en el cual ni se ha restablecido la dignidad perdida, como muestra todo lo concerniente a la memoria histórica; ni se ha consolidado una verdadera democracia; ni se ha solucionado el problema colonial, porque ahí sigue abierta la herida del Sáhara Occidental.

Un modelo alternativo que descansa en la existencia de una nación soberana, construida en buena parte en la victoria sobre las tropas de la Corona de Castilla en la batalla de Aljubarrota del 14 de agosto de 1385. Esa victoria consolidó la independencia del Reino de León que data del 1128. Otro segundo hito histórico recae en la proclamación de la República en 1910, luego abortada por el filofascismo de Oliveira Salazar, un régimen hermanado con el franquista y que tanto contribuyó al atraso económico del país. El tercer hito, claro está, reside en la Revolución de los Claveles que estos días se conmemora. Una revolución que cortó de raíz la hidra del salazarismo, sin dar ninguna oportunidad a una transición como la española.

Portugal atesora por tanto tres características que la convierten en un ejemplo a seguir por las naciones que conviven en la Península Ibérica, esto es, la independencia sin matices, plena, que le permite ser miembro de todos los foros e instituciones internacionales; la república como forma de Estado, que la desliga de cualquier tentación de unir sus destinos a alguna noble familia, llamese Borgoña, Braganza o Bourbon; y la democracia radical sobrevenida de un golpe de estado incruento, protagonizado por militares, pero con un contenido social y popular que para sí quisieran muchas organizaciones políticas que se reclaman de la izquierda.

Es cierto que aquella Revolución de los Claveles, que aspiró a conducir al país por el camino del socialismo de la mano de líderes como Otelo Saraiva de Carvalho, se quedó en una democracia parlamentaria al uso europeo. Pero en todo caso el modelo de democratización portugués, con actuaciones como la inmediata disolución de la PIDE, Policía política autora de detenciones, torturas y crímenes contra militantes de la oposición, sigue siendo un ejemplo de acción soberana que deja a la llamada transición española en el trastero de los cachivaches desechados de la historia.

La tradición política y académica usa y abusa de los modelos a la hora de estudiar los procesos revolucionarios o emancipatorios, y lo seguirá haciendo en el futuro, pese a que en el discurso de los políticos se adelante siempre el deseo de no imitar modelos ajenos. En el estado actual de las cosas, transcurrida la primera década del siglo XXI, las naciones sin estado que aspiran a tener su propio lugar en el concierto europeo barajan diversos modelos para acceder al estatus inpendendiente. Los procesos de autodeterminación que se han dado en el Este continental han aumentado la lista de países soberanos en los últimos años.

El proceso que lidera el Partido Nacional de Escocia también se ha barajado como modelo, dadas ciertas similitudes con el caso vasco. La situación de separación amistosa que se produjo entre Chequia y Eslovaquia, y que pudiera reproducirse en Bélgica, es otro ejemplo a tener en cuenta. Existen más dudas acerca de lo acontecido en Kosovo, dadas las circunstancias geopolíticas que se cruzan en ese territorio. Incluso Catalunya o los Países Catalanes son citados como una situación a estudiar.

Es conveniente no descartar ninguna vía, dadas las enormes dificultades que se presentan para cada una de ellas, y ahí tenemos el ejemplo de Quebec para demostrarlo. Sin embargo, partiendo de un consenso previo que circunscriba el objetivo a conseguir en la independencia plena o, en el peor de los casos, en una soberanía compartida con la metrópoli, de igual a igual, es evidente que el modelo portugués guarda una fuerza extraordinaria. No para imitar su proceso, algo que a día de hoy sería inconcebible, si no para estudiarlo y aprender las lecciones que de él se desprenden.

Una de las más notables, y que nos diferencian dramáticamente del ejemplo de Portugal, reside en la falta de cohesión interna a la hora de aspirar a la soberanía plena. No me refiero tan sólo a la coyuntura actual, si no que invito a los lectores a echar la vista atrás y comprobar que en la gran mayoría de episodios históricos decisivos que se han vivido en nuestra tierra, la división entre facciones ha sido una de las características más notorias. Váyase a las luchas intestinas en el viejo Reyno de Navarra o en los diversos señoríos, durante las guerras carlistas o en la última gran contienda militar de 1936. Los enemigos de la plena independencia han tenido siempre y en todo lugar poderosos aliados internos que han coadyuvado con armas, hombres y dinero al triunfo de quienes estaban empeñados en cercenar las libertades vascas.

La transparente lección que nos ofrece la historia no ha sido asimilada todavía. De hecho, hoy es el día que entre quienes dicen defender esas vías soberanistas se producen divisiones fraticidas que no parecen tener remedio, a lo que se añade un apreciable porcentaje de población que se muestra contrario a la consecución de las libertades arrebatadas por la fuerza a lo largo de nuestra historia.

Por el contrario, el pueblo portugués, que celebra ahora el 36 aniversario del 25 de Abril, ha tenido claro cuál era la posición a defender ante los enemigos que intentaban sojuzgar sus libertades y por ello las han mantenido, pese a sufrir una situación geográfica que les obliga a pasar por España si quieren acceder a Europa. Euskal Herria deberá construir su propio modelo hacia la soberanía plena, pero dedicarle un poco de interés al ejemplo portugués sería una buena manera de aprovechar el tiempo para no caer en los errores que nos han llevado a seguir dependiendo de terceros en pleno siglo XXI.

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