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Antonio Alvarez-Solís periodista

Una lectura al trasluz

No resulta nada rentable hablar para imbéciles porque al fin resulta que no hay tantos imbéciles y la gente lee al trasluz lo que verdaderamente hay en el fondo de aquello que le dicen. La ciudadanía es más inteligente de lo que creen los socialistas. Pensaba en ello al leer las declaraciones del Sr. Pastor sobre los resultados que piensa alcanzar el Gobierno de Lakua con su plan de convivencia, que se propone adoctrinar a los vascos desde la edad de cachorros acerca de lo que son la libertad y la democracia. Tanto el Sr. López como el Sr. Pastor o el Sr. Ares pretenden, consecuentemente, que los escolares vascos salgan con lábel español -que es de lo que se trata- y sepan, ya de principio, distinguir entre muertos buenos y muertos malos, lo que facilita el festín de los vivos buenos y justifica la eliminación de los vivos malos. Finalidad, por tanto: lograr vascos inteligentes que vengan al mundo con el voto en la boca a la medida de los ocupantes. Y ahora, veamos...

Dice el Sr. Pastor acerca del plan que han ideado en la Lehendakaritza: «El futuro de nuestra convivencia -la de ellos, claro es- depende fundamentalmente de la interiorización por la ciudadanía vasca de los valores democráticos y de la deslegitimación de la violencia como instrumento de acción política». ¿Qué valores democráticos?: se suponen. ¿Qué violencia?: parece evidente. Es decir, que cuando llegaron al poder en Gasteiz los socialistas toparon con que los vascos portaban sobre sí la democracia como quien lleva una camiseta del Club Náutico de Donostia, que sólo sirve para tomar café.

Pero la democracia no había calado en ellos. Como ciertos medicamentos, era para uso externo. Se trata, pues, de combatir el primitivismo vasco y hacer de los vascos malos unos vascos buenos. Al parecer, en la historia vasca no hay rastros de auténtica democracia y hay que importarla como viejo producto español. Sorprende, empero, que todo esto se afirme en plena batalla popular vasca contra el sangriento franquismo, tan multipresente en Euskadi. Pero a los niños vascos habrá que explicarles ahora que el atentado contra Carrero Blanco, pongamos por caso, fue un crimen de lesa patria cometido por una organización como ETA que nació ya criminal como fruto de la talidomida nacionalista.

Y concreta el Sr. Pastor que la necesidad de ese futuro democrático exige aprender el «respeto a las leyes y la defensa de las instituciones democráticas». Con esta perspectiva, el Sr. Pastor cree llegada la hora de que el pueblo vasco abandone su barbarie y medite acerca de su rudeza e impiedad moral. La pretensión tiene sus bemoles, creo yo, ya que se habla de una nación cuyo ordenamiento jurídico tradicional es absoluta y múltiplemente horizontal e igualitario, con una serie de juntas, parlamentos, asociaciones, instituciones y otros mecanismos que hacen de Euskal Herria una tierra donde históricamente se han oído todas las voces en igualdad y libertad, incluso las de algunos beocios. ¿Se puede exigir más democracia a los vascos?

Primer resumen de lo que hemos empezado a ver al trasluz: resulta que a los vascos hay que someterles a lo que en galaico-astur se llama la «rapa das bestas» o a lo que en lenguaje seráfico se conocía en el Africa natural y gozosamente libre como pastoral de naciones.

El lenguaje de Lakua trasparenta así un visible y, según ellos, necesario colonialismo, ya que estamos ante el empleo de un lenguaje unidimensional destinado a una colectividad considerada de nivel primario, lo que, entre otras cosas, exige la ocupación como palanca didáctica. Una ocupación salvadora.

Por tanto es un lenguaje que, dada la situación de elementalidad vasca, demanda cárceles como herramienta complementaria. La letra con sangre entra. Por cierto ¿se explicarán todas las violencias, con sus muertos y torturados abertzales, a esos niños que serán reformados en nombre de una libertad de patio carcelario? No parece que tal cosa forme parte del plan de Lakua ¿Y qué pensarán entonces esos niños cuando en familia escuchen la historia patria dolorida y secretamente contada por sus progenitores, convertidos automáticamente en carne de Guardia Civil y jueces reales por recurrir a una información antidemocrática? ¿Serán niños de alegre bicicleta o niños de diario de Ana Frank?

Ahora fíjense en lo que añade el Hernán Cortés de Ortuella: «Sorprende que unos portavoces parlamentarios que ocupan escaños en nombre de la ley -se refiere al Parlamento de Euskadi- la cuestionen luego tan alegre y reiteradamente e incluso nos digan que defender la legalidad es algo partidista y adoctrinador». Afinemos sobre el párrafo. En primer lugar los electos están sentados en sus sitiales no en virtud del plan de convivencia sino de la ley electoral. Ello no les obliga a defender las normas del Gobierno sino a proponer su punto de vista y a luchar por otra legalidad que creen correcta. Esto es, la legalidad no consiste en una única posibilidad de pensamiento; en este momento, por ejemplo, el plan. La ley no tiene un solo amo, ni ampara la afirmación «del Estado soy yo» de Luis XIV. Eso sólo ocurría en las Cortes Orgánicas del pequeño y siniestro ferrolano.

Si la legalidad únicamente puede contener lo que defienden los socialistas llegaremos a la conclusión de que en las ikastolas habrá que resucitar el Frente de Juventudes como modo de producir jóvenes con una correcta vasquidad. La legalidad puede, en este caso, ser absolutamente perversa y deformadora. El hirsuto lío lógico en que se ha metido el Sr. Rojo resulta alucinante, como dicen ahora los jóvenes cuando hablan de un futbolista. El fascismo gris marengo, mezclado con las urnas falsificadas, precipita una venenosa sustancia nazista en el tubo de ensayo.

Lo criminal de esta situación tan estropajosa de legalidad conductista es que el plan rezuma violación de conciencias. Esto se observa de inmediato leyendo al trasluz lo que enfatiza el Sr. Pastor. No es posible concebir, pensando con honesta intención, que a los vascos haya que someterles a una reeducación primaria, a una reinserción social como pueblo que vive en una elementalidad punible. El vasco no parece que sea un delincuente histórico. En este aspecto el acusatorio lenguaje de Lakua es visiblemente colonialista y revela el hecho claro de la ocupación. Por lo tanto es un lenguaje que violenta al país -ahí está la mayor violencia- y exige las cárceles como reserva para la infinidad de díscolos a los que no puede concedérseles el derecho de sufragio. Vean por dónde a estas alturas resucitan la gran cuestión decimonónica: ¿quién puede votar?

Ahora consideremos el principal aspecto pedagógico del plan de convivencia. ¿Se explicarán las infinitas violencias que pueblan Euskadi por parte de las instituciones a estos niños a quienes se va a contaminar en nombre de una libertad falseada? ¿Será la lección monocolor? Si es así, el niño no se formará con altura pedagógica sobre lo que es y significa la violencia social, sino que quedará aterrado al descubrir la muerte unilateral presentada por los procesionantes únicos del terror. Otra pregunta: ¿es necesario en esta pedagogía poner muertos sobre la mesa como si se tratara de una lección de anatomía?

Lo significativo de esta estropajosa situación de legalidad conductista es que el plan de adoctrinamiento no será discutido parlamentariamente sino simplemente comunicado a la Cámara para su conocimiento. Resulta desvergonzado que un plan conducente a cambiar nada menos que el alma vasca tenga validez por simple acuerdo ministerial. O el alma vasca no merece un nivel parlamentario o se trata de introducir subrepticiamente en la vida vasca una partida de estupefacientes.

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