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El «Guernica», Gernikara

Ayer, 26 de abril, recordamos con emoción otro aniversario de la masacre de Gernika, ordenada por el mando de los sublevados adictos al criminal de guerra y posguerra español Francisco Franco.

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Iñaki URIARTE | Arquitecto

En 1937, cuando Pablo Picasso estaba preparando un mural para el pabellón de la República de España en la Exposición Internacional de París se produjo el bombardeo de la villa vasca. El poeta Juan Larrea y el pintor José María Urcelay, director de Bellas Artes del Gobierno de Euzkadi, y comisario de la sección vasca en el pabellón, le sugirieron que acometiese pictóricamente como referencia la premeditada matanza y destrucción de la villa foral. Picasso acepta, desatando toda su furia creativa y con una entrega total empieza a pintar el 11 de mayo, terminando el 4 de junio. Como resultado surgirá un cuadro de enormes dimensiones, 349 x 776 centímetros titulado «Guernica» representando una pletórica simbiosis de arte y denuncia. Inmediatamente se convertirá, por su trascendencia universal, en una de las obras maestras de la pintura en la época moderna, en un patrimonio espiritual de la humanidad. Como acertadísimamente describió el crítico de arte, ya fallecido, Santiago Amón. «El Guernica es el grito último más terrible que se ha lanzado en la Historia del Arte».

Durante muchos años ha representado un icono reivindicativo contra la tiranía, la guerra y sus crímenes, muy arraigado en la conciencia colectiva del pueblo vasco. Su valor sentimental y asumida imagen, similar a una reliquia religiosa, ha creado una anónima e ilusoria sensación de que el cuadro está entre nosotros. Pero no. Está muy lejos en todos los sentidos. Jamás ha pisado tierra vasca a pesar de haberse mostrado en al menos 34 lugares muy distantes y diversos: 25 estados de Estados Unidos, Brasil, Oslo, Stockholm, Copenhaghe, Leeds, London, Manchester, Milano y Madrid. Este hecho supone una inadmisible discriminación y ofensa para Euskal Herria

Ahora, con la tregua de ETA ha surgido, otra vez, una nueva demanda de su cesión y aquí empiezan las contradicciones y los problemas. En cualquier negociación entre Euskal Herria y España, desde hace ya muchos años, debería haber figurado, como una irrenunciable condición, la entrega del cuadro al pueblo vasco para situarlo perpetuamente en Gernika. Es la más elemental acción de reconocimiento y respeto institucional, relativa reparación moral por las muertes, represalias y atropellos de tipo humano, social, cultural, económico, etc. que han ocasionado los diferentes gobiernos del país que nos bombardeó, sus fuerzas militares, policiales, los poderes administrativos, o clero, desde la dictadura hasta la corrupta monarquía actual. Y también, como una compensación económica por los ingresos que generaría su exposición.

La absoluta carencia de solvencia y sensibilidad cultural de los gobiernos que siguieron al de Garaikoetxea ha favorecido este aborrecible desinterés por todos los significados del patrimonio artístico e histórico. Especialmente con esta emblemática, ya que es un emblema, representación de nuestra derrota como país y el sometimiento de más de setenta años a un poder cuyo objetivo ha sido exterminar todas las señas de identidad que como pueblo singular hemos ido creando a través de una historia y una voluntad que, no solamente no respetan, sino que manipulan y agreden permanentemente. Durante muchos años nos hemos defendido con valentía como ha sido posible. Ahora, que la respuesta debe ser de otra forma, la contestación es la misma. Incluso como señal del alto el fuego definitivo y de la violencia por ambos lados deseada, la donación del cuadro significaría la representación culta y formal del pacto.

Contingente y contenido

En 1981, cuando se intuía el futuro traslado del cuadro desde New York, el Ayuntamiento de Gernika y la Diputación de Bizkaia convocaron un concurso internacional de proyectos para construir un edificio en la villa para que contuviese el mural. No era vinculante su construcción y, desafortunadamente, quedó en un brillante ejercicio de arquitectura. Es ahora el momento oportuno para reconsiderar aquella iniciativa e incluso plantear un nuevo concurso para el 75 aniversario del bombardeo en 2012. El «Guernica», en un museo especifico, se convertiría en una obra viva, eterna, visitada con admiración y afecto. Gernika es un lugar que tiene un reconocimiento unánime, más universal y legitimado histórica y culturalmente tal como lo acordó por primera vez el Pleno de su Ayuntamiento el 26 de abril de 1979, y una vez más el 26 de enero de 1995. El refrendo internacional provino del Parlamento británico que llegó a pedir al Gobierno español que el cuadro fuese a Gernika «en tributo del sufrimiento del pueblo vasco».

El «Guernica» como parte indispensable de la historia de Gernika debe mostrarse definitivamente a la humanidad como un memorial del holocausto en el único sitio donde racionalmente debe estar, en su espacio físico conceptual, entorno espiritual y compromiso ético social: la villa foral. «Guernica» Gernikara.

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