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Ponga un comedero en su vida

En los frescos de la Roma antigua ya se representaba la placidez de los jardines con la presencia de aves cantoras en ellos. Hoy podemos copiar aquella idílica imagen de una manera sencilla, sin necesidad de jaulas. Con un comedero.

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Joseba VIVANCO I

Cierto día observó cómo, de la jaula del canario que tenía en la terraza, algunos gorriones habían aprendido a extraer, ayudados de sus picos, la bandeja inferior para aprovecharse de los granos de alpiste que quedaban en el fondo. Aquel seguimiento permitió a Txema Fernández García publicar una nota al respecto en la revista especializada ``British Birds'', una de las más respetables en Gran Bretaña. «Y todo ello sin salir de casa», apuntilla este gasteiztarra, al que como a otra gente de su generación -42 años- Félix Rodríguez de la Fuente le metió en el cuerpo el gusanillo de la naturaleza y la fauna.

«Trabajo en un edificio con jardín, en Arkaute, un pueblo de la periferia de Vitoria. Gracias a un compañero agricultor que me proporciona pipas de girasol naturales, estos inviernos he soportado mejor el tedio de la oficina con las idas y venidas de las aves al comedero instalado», reconoce este miembro del Instituto Alavés de la Naturaleza.

En los últimos tiempos la sensibilización medioambiental de la sociedad ha promovido la popularización de los «comederos» de aves como una actividad a caballo entre lo lúdico, lo pedagógico y lo ecologista. Así lo cree este aficionado, para quien, al tiempo que se hace un favor a muchas aves, especialmente en invierno, de paso «conseguimos atraerlas a un lugar y condiciones donde pueden ser observadas con comodidad y cercanía».

Un artilugio tan sencillo y simple puede convertirse en todo un canto a la naturaleza para pequeños y adultos. «Observar aves y sus comportamientos puede ser una actividad placentera e instructiva, que nos conecta con la naturaleza y sus criaturas. El problema es que muchas especies son esquivas, por eso, usar este truco puede facilitarnos las cosas», considera.

Él es un gran observador de los comportamientos ante el reclamo de un «comedero». «Muchas especies -explica- detectan con una rapidez inusitada la aparición de una nueva fuente de alimento en su entorno, y por mecanismos que no están demasiado claros lo `comunican' a otras». Un extremo llamativo, pero no menos que la jerarquía que se establece a la hora de aprovecharse del bienvenido alimento.

«Ante los comederos se establecen jerarquías muy marcadas -señala-, tanto entre especies como entre individuos de la misma especie». Una jerarquía marcada por tamaños, dominando las tórtolas turcas sobre los zorzales, o los carboneros sobre los herrerillos. «Me sorprende vivamente la celeridad con que las aves detectan cada reposición de pipas, la fidelidad de algunos individuos y la confianza que otros llegan a adquirir. Estás llenando todavía el recipiente -apunta-, cuando los herrerillos se posicionan a un metro como reclamando su ración».

Ideales en invierno, ¿y en primavera?

Pero lo más llamativo, a juicio de este aficionado alavés, es la capacidad de innovación que algunos ejemplares muestran ante la aparición de problemas. «Si un tipo de comedero no es accesible, a veces algunos individuos son capaces de encontrar soluciones imaginativas, lo que indica que algunas aves tienen inteligencias elevadas», constata. Y recuerda a aquellos gorriones de la bandeja: «Un pájaro aparentemente tan banal y desapercibido como el gorrión posee capacidades cognitivas muy notables».

En lugares como Gran Bretaña, donde la afición de dar de comer a las aves está muy extendida, se ha comprobado que las poblaciones de algunas especies se benefician y dependen directamente de este tipo de recurso. En el otoño o invierno esta ayuda extra parece justificada. Ellos se benefician y nosotros también. Una simbiosis más de la naturaleza. Pero ¿y ahora, en primavera? Entonces, Txema Fernández duda.

«En primavera lo habitual es que no haya escasez, con lo que alimentar no es eficaz ni desde nuestro punto de vista ni desde el suyo, porque modificamos sin necesidad sus pautas de búsqueda de alimento», opina. «Podría discutirse si está justificado alimentar expresamente a las aves silvestres, porque estamos interfiriendo de alguna manera en la dinámica de sus poblaciones. Cuando éstas se hallan amenazadas, la alimentación directa es una herramienta de conservación útil, pero si las poblaciones no tienen riesgo -matiza- habría que valorar cuál es el efecto». ¿Entonces? «Yo diría que, a pequeña escala, con carácter discontinuo y si el objetivo es aprender y disfrutar de la observación de aves, sí puede ser razonable atraerlas a comederos», concluye.

Pues dicho y hecho. Internet es un buen recurso para saber cómo montar en nuestra ventana o terraza, o en nuestro jardín, un pequeño comedero de aves. «La gran ventaja es que, en realidad, casi cualquier soporte y casi cualquier alimento energético o graso son susceptibles de atraer a unas u otras especies -informa-. Incluso en una terraza urbana, una dotación de alimento y la suficiente paciencia pueden acercar a los gorriones del vecindario». Quizá nos pase como a Txema, que ese revoloteo tan próximo le «reconcilia un poco con lo vivo».

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