Pocas películas me han impactado tanto como «La casa de mi abuela», que es lo mejor que se ha hecho dentro del estilo verista y a tiempo real que persiguen muchos cineastas actuales del cine contemplativo. Y lo considero así porque el alicantino Adán Aliaga filma la realidad social como quien filma una película familiar, de esas con cumpleaños, bautizos, bodas, comuniones y demás celebraciones. De esta forma, consigue una ficción de base documental desporvista de pretensiones intelectuales porque, al contrario que Guerin o Rosales, en su desarmante ingenuidad pretende llegar al público, viéndose relegado, al igual que sus distinguidos colegas, a los circuitos de festivales muy a su pesar.

Para que no le pase lo mismo que con «La casa de mi abuela», tan premiada como poco vista, decidió colgar en Internet su siguiente «Estigmas». Nada más obtener el premio Pilar Miró en la Seminci se podía ver en la red por el sistema «streaming» (visualización sin descarga).

Sí es cierto que de «Estigmas» se ha hablado más en los medios, pero ha sido porque el protagonista de la película es el mundialmente conocido Manuel Martínez, un campeón de lanzamiento de peso que iba bien para el papel por su físico de bruto con una mirada tierna, aunque hubo que esperar a que regresara de las Olimipiadas de Pekín para su incorporación al rodaje.

«Estigmas» es una experiencia muy diferente para Aliaga, al ser la adaptación cinematográfica de un cómic de los italianos Lorenzo Mattotti y Claudio Piersanti. Es el drama de un hombre al que de repente le empiezan a sangrar las manos, como si fueran las llagas de Cristo. Se convierte así en un hombre marcado, al que los siquiatras quieren internar por considerar que las heridas son fruto de autolesiones.