Euroliga Final Four de París
El Barcelona receta medicina rusa
El CSKA de Moscú logró imponer su ritmo al partido, pero la escuadra culé fue aún más dura y se impuso de la mano de Rubio y Lorbek.
BARCELONA 64
CSKA MOSCÚ 54
Arnaitz GORRITI
Es difícil saber si Xavi Pascual estará del todo satisfecho. Su equipo disputará su primera final de la Euroliga desde 2003, año en que, precisamente, la escuadra blaugrana se hizo con su único entorchado europeo, después de superar a un pegajosísimo CSKA de Moscú por 64-54.
Los errores en el lanzamiento, las imprecisiones y la pelea por cada balón fue la tónica de esta primera semifinal; es decir, justo lo que debía hacer el conjunto moscovita para tumbar al Barcelona, pero ni así pudo ganar. Los de Pascual se pusieron el mono de trabajo bien pringado de grasa, superaron a los de Pashutin dándoles precisamente de su propia medicina.
Apenas hubo espacio para la brillantez. El CSKA maniató el juego y tiró de su sapiencia para adelantarse 4-11. Sólo Mickeal anotaba del bando culé, pero los de Pascual siguieron trabajando para, de la mano de Vázquez, adelantarse 12-11. El tiro exterior catalán vio algo de luz en el segundo cuarto gracias a Lakovic y Navarro, pero no le bastaba para afianzar el liderato, porque entre Kaun y Siskauskas los de Pashutin enseñaban quién mandaba: 17-19.
El signo del partido cambió con un parcial de 12-2. A partir de ahí, los de Pascual lideraron el marcador siempre. Ndong y Grimau dieron intensidad -el senegalés dio hasta puntos- para llegar 29-21 al descanso.
Genio contra rodillo
Hubo más alegría tras el receso, con el Barcelona tratando de aplicar su rodillo, pero enfrentado a un Siskauskas que brilla cuando se enfrenta al conjunto catalán. Khryapa sufría por las faltas y Langdon y Holden sacaban su calidad a cuentagotas, abrumados por la defensa de Rubio y ¡Navarro! Tampoco Lorbek destaca por su dureza, pero se imponía a su compatriota Smodis, aún fuera de forma.
Iniciado el último período, parecía que el duelo se rompía con 49-41, pero el escolta lituano se sacó de la chistera un «dós más uno» mágico y Ponkrashov ponía el 49-46. Pascual llamaba a capítulo y sacaba a Vázquez. Enorme acierto, porque cerró el rebote y aguantó la movilidad de un Khryapa que se jugaba la quinta. Rubio y Vázquez crearon un alley oop de fábula y ni la rigurosa antideportiva del de Chantada alejaba al Barcelona de la final, pero por si acaso, Lorbek y Rubio rubricaron su partidazo con un triple por barba. Tras las derrotas de 2006 y 2009 -precisamente ante el CSKA-, el conjunto blaugrana regresa a la final de la Euroliga.
Ni hace filigranas, ni se golpea el pecho, ni saca la lengua, pero sabe la tira de baloncesto. El esloveno trabajó a destajo, defendió casi a la perfección y reboteó todo lo que pudo y, para postre, clavó el triple de la victoria.
El CSKA lleva ocho Final Fours seguidas, y en las cuatro últimas había jugado la final, ganando las ediciones de 2006 y 2008. El conjunto de Evgeny Pashutin supo llevar el duelo a su terreno, pero no pudo ante el Barcelona.
Cuando el último triple de Rasic golpeaba el aro y Kleiza se hacía con el rebote, Giannakis y los aficionados del Olympiacos pudieron, al fin, respirar aliviados. El conjunto del Pireo ganaba 80-83 y cumplía los pronósticos. Por ende, se enfrentará al Barcelona en la final de la Euroliga de mañana, rememorando aquella finalísima que ambos equipos disputaron en 1997.
Pero más de uno va a tener pesadillas con este Partizan de Belgrado. Con una plantilla sin apenas experiencia, toda vez que sus mejores hombres: Velickovic, Tripkovic, Pekovic, Palacio o Tepic salieran en estas dos últimas temporadas del club de los sepultureros, el cuadro dirigido por Dusko Vujosevic estuvo a un tris de colarse en la finalísima e hizo sudar sangre a los griegos. A falta de seis segundos para el final del último cuarto, el base Bo McCalebb -prácticamente el trasunto de Tyus Edney, base que dirigió al Zalgiris Kaunas a ganar la Euroliga de 1999- anotaba la canasta que adelantaba a los serbios 67-65. Milos Teodosic se jugaría un todo o nada con un triple, pero como su tiro no iba a tocar ni aro, el estadounidense Josh Childress lograba agarrar el balón en el aire y anotar el empate a 67 definitivo, que dejaba en tablas un partido con mil alternativas y mucho coraje, especialmente por parte serbia.
En el tiempo reglamentario, fue el Partizan, más tranquilo que su rival, quien golpeó primero. Jugando muy fluido, con McCalebb como estilete, mantuvo el liderazgo del partido hasta casi el descanso, momento en el que Schortsianitis y Papaloukas lideraron la remontada griega. Tras el descanso, cuando parecía que los sepultureros iban a conformarse con disfrutar de la Final Four, los de Vujosevic volvieron a sacar su casta. Pese a la lesión momentánea de su base, devolvieron golpe por golpe a un Olympiacos que no hallaba la manera de distanciarse de tan incómodo rival, hasta el punto de que la victoria estuvo en la palma de sus manos. Sólo la anticipación de Childress evitó tamaña sorpresa.
Ya en el tiempo extra, la calidad de Childress, Kleiza y Teodosic dio la iniciativa en el marcador a los helenos. Pero de un Partizan asediado por las faltas -y cierta disparidad arbitral, dicho sea de paso-, llegó la respuesta de los Vesely, Kecman, Maric o McCalebb. Los de Vujosevic lo dieron todo, pero cometieron errores a la hora de cerrar el rebote defensivo, y el Olympiacos, con un gran Bourousis en esta faceta y un Teodosoc gélido desde los 4,6o metros, se lo hizo pagar negándoles pasar a la gran final.
A. G.