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Raimundo Fitero

Primera persona

Probablemente el enganche entre los comunicadores televisivos y los telespectadores se produzca gracias a la capacidad de generar empatías más allá de los códigos que se relacionan con la parte de la razón. Quizás sea una de las claves secretas para alcanzar audiencias superiores, para tener una suerte de feligresía dominada por los encantos invisibles y que ayudan a que se les vaya dosificando los mensajes y los convencimientos. En otras ocasiones lo llamaríamos credibilidad, pero cuando se abusa de esa cualidad entramos en una suerte de adoración personalista que no suma, sino que trasmuta.

Es obvio que la utilización de la primera persona del plural es una retórica, pero la primera persona del singular es también una falacia, una sintomatología patológica, especialmente en televisión donde vemos a alguien que está saliendo en pantalla porque otros lo están retratando y grabando. El yo por delante es una manera de desvirtuar todo lo que sucede. La otra noche veía en Cuatro a Jon Sistiaga por tierras desérticas africanas y su propuesta estaba tan basada en su protagonismo, sus coquetos cambios de vestuario, que me repelió. Me pareció que era un montaje tan mentiroso, tan irreal, que perdía toda la fuerza, pese a su empeño en colocar lo mostrado como un ejercicio de reporterismo de alto riesgo. Las imágenes que nos ofrecían, eran tan irreales, tan peliculeras y sus comentarios, su tono, tan fuera de norma que pensamos que se trataba de una parodia. Es más, nos pareció simple y llanamente mentira, un montaje, periodismo amarillista, forzando la realidad o inventándosela. En muchos tramos era patético, en otros lastimoso.

Después de ver esta entrega recordé que hace unas semanas apareció con otro reportaje sobre los niños sicarios que ha acabado denunciado por varias instituciones por ser totalmente forzado, por haber pagado, al parecer, a los declarantes, por haber manipulado los contenidos para hacerlo todavía más intrigante, más duro, es decir, por ser éticamente reprobable y profesionalmente cuestionable. Es una deriva peligrosa de este reportero que se hizo famosos por la muerte, en primera persona, de su cámara José Couto.

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