CRíTICA cine
«El pequeño Nicolás
Mikel INSAUSTI
La sensación que da la película es muy distinta de la que dejaban los libros ilustrados de Goscinny y Sempé, y es que en el cine la persona adulta no se ríe tanto ya como lo hacía con las lecturas infantiles de “Le petit Nicolas”. No sabría decir si se debe al paso del tiempo o a que la versión cinematográfica se recrea más en aspectos de la ambientación de la época. Es una reflexión a posteriori porque durante la proyección he disfrutado como un enano de lo bien sintetizados que están algunos de los más divertidos relatos originales, hasta constituir una narración muy coherente en torno al complejo de «el príncipe destronado». Como bien trató Miguel Delibes en su obra homónima, luego adaptada para la pantalla por Antonio Mercero, se trata del trauma provocado por los celos que sufren los niños pequeños ante la llegada de un nuevo hermanito al hogar familiar. Es una situación crítica que, en el caso del imaginativo Nicolás, le lleva a protagonizar un sinfín de travesuras y embrollos.
Laurent Tirard, pese a crear un nuevo Nicolás y traicionar a los autores «comme il faut», transmite todo su amor por los tebeos de posguerra mediante el homenaje puntual al Pilote fundado por Goscinny en 1959, extensible a los títulos de crédito iniciales, hechos a base de recortables dibujados que surgen de las páginas de un libro de historietas gráficas. El mismo espíritu le lleva a recuperar las caricaturas sobre la modernidad doméstica que había en las películas de Tati, junto con el sentimiento de cine popular que emana de clásicos tipo “La guerra de los botones”. Pero, sobre todo, “El pequeño Nicolas” deja sin argumentos a esos Herodes que odian a los actores infantiles, porque reúne el mejor casting de niños de todos los tiempos. Un logro colectivo que brilla al máximo en las secuencias de caos bien organizado, como en la de la revisión médica, la de la visita del ministro de Educación (con un genial Michel Galabru) o la del ensayo del coro (con un autoparódico Gérard Jugnot).
