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Un Pompidou en Metz

Si el Museo Guggenheim «salvó» Bilbo, ¿por qué no puede ocurrir otro tanto con la sucursal del Pompidou parisino creado en Metz? Esto es, literalmente, lo que varios de los responsables del nuevo Centro Pompidou creado en esta ciudad situada en el norte francés expresan y desean. Y esperan hacerlo con la ayuda de los turistas alemanes, belgas y luxemburgueses, sobre todo. El nuevo museo fue inaugurado formalmente ayer. En estas líneas, analizamos la nueva apuesta del Centro Pompidou.

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María Luisa GASPAR

El presidente del Estado francés, Nicolás Sarkozy, inauguró ayer el nuevo Centro Pompidou de Metz (CPM), el primer «anexo» de la institución parisina que, con un coste de 72,5 millones de euros, ha sido creado como un enclave multidisciplinar que busca convertir a esta ciudad industrial ,situada al noreste del país y con 130.000 habitantes, en un foco de interés cultural, como se hizo en su día en Bilbo con el Museo Guggenheim. «Lo que está en juego aquí es nada más y nada menos que el renacimiento de la Lorraine», declaró ayer Sarkozy, ante los centenares de invitados que se congregaban en el impresionante hall de la entrada, según informaba France Press. Firmado por el japonés Shigeru Ban y el francés Jean de Gastines, el CPM es arquitectónicamente audaz, aunque no guarda parecido alguno con el museo parisino y constituye la pieza maestra de un ambicioso programa de renovación urbana que ha sido «capitaneado» por el arquitecto y urbanista Michelin Nicolás. El CMP tiene puestas sus miras principalmente en el público francés, aunque también esperan atraer al europeo gracias a su situación geográfica, en el corazón de una región demográficamente densa entre Sarre y la Renania-Palatinado alemanas, el Gran Ducado de Luxemburgo y una parte de Bélgica.

La idea de descentralizar el Centro Pompidou para llevar la creación artística contemporánea a una región de la periferia, y con ella reactivar su economía, fue propuesta en el año 2000 por su entonces director, Jean-Jacques Aillagon, atraído por el éxito internacional del Guggenheim bilbaino, construido en 1997 por Frank Gehry. En 2003, sus colegas Shigeru Ban y Jean de Gastines recibieron el encargo de poner en pie un Centro Pompidou en Metz, también espectacular, aunque con otros matices, del que colocaron la primera piedra a finales de 2006. Aillagon, natural de Metz, pudo seguir de cerca la evolución de la iniciativa pues dejó Beaubourg en 2002 para convertirse en ministro de Cultura, hasta 2004, años claves en la evolución de la que se ha convertido en la primera descentralización de una institución cultural nacional francesa.

Su director es el ex conservador jefe del Museo Nacional de Arte Moderno de Beaubourg, Laurent Le Bon (Neuilly-sur-Seine, 1969), uno de los comisarios de arte más audaces del panorama francés, célebre desde su exposición sobre los enanos de jardín, en 2000, y uno de los promotores de la presencia de Jeff Koons en Versalles, en 2009.

Su muestra inaugural en Metz, «Chefs-d'oeuvre?», abierta hasta el próximo 25 de octubre, es una reflexión sobre el concepto, la historia y la actualidad de la «obra maestra». Tiene dimensiones excepcionales, pues ocupa los 5.000 metros cuadrados creados a los efectos en un edificio que contiene en total 10.700 metros cuadrados, destinados también a espectáculos, instalaciones, proyecciones talleres artísticos, clases, conferencias y encuentros, entre otras actividades.

Sin colección permanente

La exposición está integrada por 800 piezas, más de 700 elegidas entre las 65.000 propiedad del Centro Pompidou de París, en el que se apoya libremente, pero con total autonomía, para defender los mismos valores de «innovación, generosidad, apertura a todos los públicos y vocación multidisciplinar», subrayaron sus responsables. A diferencia de Beaubourg, esta «quimera entre arte y museo», como define Le Bon el centro que dirige, no tendrá una colección permanente e impulsará una política de encargos.

Muy celebrado ya antes de su finalización, el Pompidou de Metz es una vasta estructura modulable de planta hexagonal, unión fascinante de tecnología, diseño, objetivos sostenibles y excelencia artesanal, de la que surgen varias galerías-miradores rectangulares que enfocan a edificios emblemáticos como la catedral y la estación ferroviaria. Su estructura, principalmente de madera, soporta con ayuda de un anillo metálico una membrana textil translúcida de 8.000 metros cuadrados, que permite iluminar su interior durante el día y de noche descubrir su bello esqueleto de madera de pino suizo y australiano.

Una flecha central de 77 metros de altura completa el sustento y rinde homenaje al año inaugural del Centro de París, cuya Piazza frontal inspiró aquí otra plaza de dimensiones similares, aunque rodeada de jardines. Sus responsables estimaron en 10 millones de euros anuales el coste de su mantenimiento, para recibir entre 200.000 y 250.000 visitantes al año, lo que consideran sería un gran éxito respecto a las cifras de los organismos culturales de la región.

Mecenas con polémica

Con ocasión de su inauguración, Aillagon dijo haber impulsado su construcción por creer posible adaptar al modelo público la dinámica del museo privado de Bilbo. Laurent Le Bon, en una de sus presentaciones a la prensa, el pasado febrero, subrayó también entonces que construir el Centro de Metz costó sólo «algo más de 70 millones de euros», por lo que en metros cuadrados es el inmueble de ese tipo más barato de Europa y del mundo, dato que contrasta con los «100 millones de dólares» que según los responsable del Guggenheim de Bilbo costó su construcción. Según puntualizó Le Bon, el Pompidou-Metz se sitúa cerca del modelo del museo bilbaino, pero no para copiarlo sino para crear su propia historia

La sociedad de inversión Wendel anunciaba el pasado lunes que había firmado un acuerdo con el CPM para convertirse en el «mecenas fundador» de la pinacoteca. Durante los próximos cinco años, Wendel invertirá, en forma de donación, 1,5 millones de euros en el museo. Wendel podrá deducir el 60% del total de la donación del impuesto sobre sociedades, de conformidad con las disposiciones de la ley de 1 de agosto de 2003 sobre el mecenazgo y las fundaciones. El presidente de la Asociación de Amigos de la Fundación Wendel, Ernest-Antoine Seillière sería, junto con Jean-Jacques Aillagon, presidente del Palacio de Versalles, uno de los dos principales candidatos a convertirse en presidente de la Asociación de Amigos del Pompidou, que tendrá un papel clave en la búsqueda de patrocinadores, informaron fuentes de la alcaldía socialista de Metz.

La candidatura de Seilliére sería la mejor vista por la dirección parisina del Centro Pompidou Beaubourg, pero el ayuntamiento no estaría a favor, habida cuenta de la imagen «demasiado patronal» del heredero de las empresas que Wendel, presidente de la Medef entre 1997 y 2005. Jean-Jacques Aillagon, quien inició la descentralización del Pompidou en París, donde fue presidente desde 1996 hasta 2002, dijo el pasado lunes en su blog (http://jean-jacques-aillagon.typepad.fr/) que «yo no pido nada». «Si tuviera que desempeñar un papel importante en una futura sociedad de amigos (del CPM), aceptaría con entusiasmo», agrega el ex ministro de Cultura y Comunicación en el primer gobierno de Raffarin (2002-2004).

El Pompidou tiene previsto anunciar, dentro de unos meses, un nuevo paso en esta descentralización que encabeza el nuevo museo de Metz. Aseguran sus responsables que se tratará de un museo móvil que recorrerá la geografía del Estado francés. Hay quien lo llama ya la «revolución» de la descentralización. Y no es el único museo francés que prevé desarrollar este concepto, puesto que el propio Louvre tiene previsto abrir una sucursal propia en Lens, una «antena» que contará con una colección propia.

Los trazos de una quimera entre arte y museo

Arquitectos y críticos de arte han destacado, sobre todo, tres características o elementos que hacen único, y al mismo tiempo polémico, este proyecto:

Membrana. Es una elocuencia cierta de la sencillez de los materiales (en la imagen de la izquierda). Un entablado laminoso pegado en torsiones, superado por una membrana translúcida y bastante espectacular cuando el edificio se ilumina. Para evitar que gire al gris enmohecido, esta tela de fibra de vidrio está cubierta de teflón, y es autolimpiante.

Mikado. (En la antepenúltima imagen). De por sí rebelde, el puesto avanzado de Metz fija un lado anti Beaubourg: todo calma, muy blanco, cuando el paralelepípedo tubular parisino estallaba en formas ruidosas y de colores atonales en la época. ¿Capaz de enganchar? Son formas que no pueden ser mostradas en París por falta de emplazamiento adecuado; dotado de una infraestructura pesada para las exposiciones y de techos luminosos, que faltan en el centro: el lugar goza de un dispositivo bastante hábil en Micado, de tres galerías superpuestas de 80 metros de longitud, con un desplazamiento de 45 grados cada vez, donde cada una acaba sobre ventanales que dan a monumentos de la ciudad, que no figuraban en el pliego de condiciones. Es la prueba de que la invención alimentó la obra.
El conjunto, sin embargo, no se libra del modernismo del siglo pasado. El monocromo blanco recuerda al modelo del «white cubo», teorizado de hace unos cuarenta años creado por Brian O' Doherty. Además del carácter ilusorio del ejercicio, uno de sus límites es que el blanco tiene un mal fondo: hace flotar esculturas y cuadros, al igual que al visitante.

Ready-made. La interrogación sobre la noción de «jefe de obra» vuelve sobre la creación de una obra personal, semejante a las maquetas de escalera heredadas de la Edad Media. Se asemejan al primer ready-made de Duchamp, al primer cuadro de Dubuffet, al primer Mondrian comprado por el museo (en 1975), diagonales, puntos suspensivos y zigzags, perturbando una historia lineal. Dalí lacerado en el Estudio 28 por los fascistas que protestan contra la proyección de “La edad de oro” de Buñuel, en 1930. Pedazos de academia, una vidriería negra de Gallé (protesta contra el proceso Dreyfus), el bastón fetiche de Balzac … Lo sublime y lo ridículo de las exposiciones universales. GARA

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