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Elecciones legislativas británicas

Cameron es ya primer ministro y gobernará en coalición con Clegg

El nombramiento del líder conservador David Cameron como primer ministro británico en la tarde de ayer fue precipitada por la dimisión del laborista Gordon Brown, que puso su cargo a disposición de la reina al constatar la imposibilidad de llegar a un acuerdo de coalición para gobernar con los liberal-demócratas, que lo harán con Cameron.

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Soledad GALIANA | DUBLÍN

Cómo cambian las cosas de un día a otro. El lunes todo apuntaba a que un Gobierno de coalición laborista-liberal-demócrata era inevitable. Ayer, el conservador David Cameron pasó la noche en el número 10 de Downing Street, la residencia del primer ministro, posiblemente mucho antes de lo que esperaba y seguramente mucho más tarde de lo deseado.

Tras cinco días de negociación, nadie esperaba un desenlace tan rápido. Aunque para el mediodía ya se sabía que las negociaciones entre liberal-demócratas y laboristas no habían llegado a buen puerto, también se comentaba que el todavía premier, Gordon Brown, esperaba la confirmación del acuerdo entre el partido de Nick Clegg y los conservadores de Cameron para anunciar su dimisión. Y parecía que una vez más todo dependía de la formación política de Clegg, cuyo grupo parlamentario y ejecutiva se reunieron a última hora de la tarde para decidir su apoyo al pacto con los tories, a los que han aupado al poder después de trece años en la oposición.

Sin embargo, poco antes de las 19.30, Gordon Brown salió por última vez por la puerta del número 10 de Downing Street con su esposa, Sarah Brown, para anunciar su dimisión, una decisión que consultó con ella y con algunos de sus colegas de Gabinete y partido, como Peter Mandelson, Douglas Alexander, Ed Balls y Ed Miliband, además de con su antecesor, Tony Blair.

Brown describió como «un privilegio» el haber ocupado el cargo de primer ministro y explicó que decidió presentar su renuncia ante la imposibilidad de formar Gobierno con los liberal-demócratas y justificó su decisión en su deseo de «hacer lo mejor en el interés de Gran Bretaña». En su última declaración como premier, Brown le deseó al nuevo primer ministro suerte «al tomar decisiones importantes en el futuro».

Su futuro político se selló con una visita de 15 minutos al Palacio de Buckingham, donde presentó su dimisión a la reina Isabel II, y una visita a la sede central de su partido en Londres, donde anunció que Harriet Harman le sustituirá temporalmente como líder del partido hasta que los laboristas elijan a su sucesor en el cargo.

Minutos después Cameron viajaba a Buckingham Palace, donde Isabel II le pidió que formara un nuevo Ejecutivo, que será «una coalición total y completa entre los conservadores y los liberales», tal y como anunció durante su primer discurso como primer ministro, una fórmula que no se da en Gran Bretaña desde hace 70 años.

Así pues, aunque los liberal-demócratas aún no habían votado sobre las bases del acuerdo con los conservadores, que requiere un 75% del apoyo del grupo parlamentario y un 75% del de la ejecutiva para que sea aprobado por el partido, todo parecía indicar que la coalición era cosa hecha, con Nick Clegg como viceprimer ministro. Otros cargos del nuevo Gabinete ya fueron anunciados por Cameron, que ha puesto la cartera de Finanzas en manos de George Osborne y la de Asuntos Exteriores en las de William Hague.

Durante su discurso a la puerta de su nueva residencia en Downing Street, Cameron reconoció que el Gobierno laborista habían hecho de Gran Bretaña un país más abierto y respetado internacionalmente y apuntó que su Ejecutivo se concentrará en los problemas «más urgentes» y en la recuperación de la confianza en el sistema político.

«Creo que el servicio que nuestro país necesita ahora mismo es el de encarar nuestros mayores desafíos, confrontar nuestros problemas, tomar decisiones difíciles y liderar al pueblo en esas decisiones, para que juntos alcancemos tiempos mejores», afirmó Cameron.

«Falta de voluntad»

Clegg seguía reunido con su partido hasta bien entrada la noche intentando conseguir su apoyo para el paquete de concesiones extraídas a sus socios de coalición. Durante la tarde, los liberales ya habían explicado que las negociaciones con los laboristas fallaron porque «el Partido Laborista nunca se tomó en serio el proyecto de formar un Gobierno progresista y reformador», posiblemente por su rechazo a pactar con los nacionalistas escoceses, que hubieran ofrecido la estabilidad parlamentaria suficiente.

Como denunció el líder de los nacionalistas escoceses, Alex Salmond, la dificultad en construir esta coalición se encontraba no tanto en la política como en «la falta de voluntad». Salmond advirtió a los laboristas que hablaron contra la coalición liberal-laborista de que los escoceses no lo olvidarán, como tampoco perdonarán a los liberales que hayan aupado al poder a un partido contra el que votó la mayoría del pueblo escocés.

Los liberales apuntaron a que algunos importantes miembros del equipo negociador laborista «dieron la impresión de querer que la negociación fallara» y a que no intentaron llegar a acuerdos en cuestiones como la financiación de las escuelas y la reforma fiscal. Ésta parece que ha sido una de las claves del acuerdo con los conservadores, que han aceptado el plan liberal de bajar los impuestos directos. Los tories mantendrán sus recortes presupuestarios de casi 7.000 millones de euros.

Pero la clave del acuerdo es la decisión adoptada el lunes por los conservadores de aceptar un referendo sobre la reforma electoral y, específicamente, respecto a la introducción de lo que se ha llamado el «voto alternativo», que permite la elección directa del candidato más votado en un distrito electoral, pero también la suma de los votos en los distritos para facilitar la elección de candidatos regionales. Aunque la oferta conservadora en este ámbito se queda corta en relación a lo ofrecido inicialmente por los laboristas -legislación y consulta-, su receptividad durante las negociaciones convencieron a Clegg de que ésta era la mejor opción para su partido.

La que comienza será una nueva experiencia para los liberales, políticamente más cercanos al laborismo -el «demócrata» de su nombre proviene de una escisión laborista-. El peligro para ellos es la percepción que sus votantes tengan de este pacto con los conservadores, pero también las posibles divisiones internas debido a las políticas recogidas en el programa conservador que a pesar de ser opuestas a las suyas tendrán que apoyar, como las referidas a cuestiones europeas, defensa e inmigración.

Fin del camino para la deseada «coalición progresista»

Con el fin de las negociaciones entre laboristas y liberales y la dimisión de Gordon Brown como primer ministro se cerró la posibilidad de una coalición progresista en Londres.

El principio del fin llegó con las declaraciones del consejero de Brown, Douglas Alexander, quien, quizás por el resquemor que causó en el seno de laborismo el que los nacionalistas les arrebataran el Ejecutivo escocés, afirmó que los laboristas nunca pactarían con los nacionalistas escoceses del SNP, cuyos seis diputados garantizarían la estabilidad de la coalición laborista-liberal.

Así pues, no son sólo los nacionalistas escoceses los que ahora se ven relegados a la oposición -su líder Alex Salmond ya advirtió de que nunca pactaría con los conservadores-. A ellos se unen los galeses de Plaid Cymru -que podrían apoyar a los conservadores en cuestiones puntuales-, los norirlandeses del SDLP, la diputada independiente unionista Sylvia Hermon -quien en el pasado ha apoyado a los laboristas en la mayoría de las votaciones parlamentarias- y el DUP -que no perdonará fácilmente la asociación de los conservadores con sus rivales electorales en el norte de Irlanda, el UUP-. Claramente, estos partidos exigirían ciertas garantías a cualquiera que reclamara su apoyo parlamentario: la seguridad de la no reducción de sus presupuestos. Ahora se encuentran a merced de los conservadores, que ,según los nacionalistas escoceses no tienen legitimidad, al menos en Escocia, donde cuentan con tan sólo un diputado, y el norte de Irlanda, donde ninguno de sus candidatos salió elegido.

Un Ejecutivo liberal-conservador será apoyado por la diputada del partido de la Alianza, Naomi Long, y la del partido Verde. Así pues, las reformas económicas y políticas dependerán exclusivamente de los escaños que sume la coalición. S.G.

El partido laborista ya busca sustituto a Gordon Brown

Ya el lunes a la tarde, después de que el líder laborista y primer ministro británico, Gordon Brown, anunciara que si se conseguía negociar una coalición de Gobierno laborista-liberal demócrata abandonaría su cargo en setiembre, se empezaron a barajar nombres de candidatos a la jefatura del partido, que será ocupada temporalmente por su «número dos», Harriet Harman. La decisión de Brown de adelantar su dimisión a ayer tarde, ante la imposibilidad de alcanzar un acuerdo con el partido de Nick Clegg, aceleró un proceso que podría durar hasta seis meses.

Sin embargo, los nombres que suenan con más fuerza en círculos politicos son el del ya ex ministro de Exteriores David MIliband y el del ex secretario de Estado Ed Balls. Miliband recordó, durante las negociaciones con los liberales, que ninguno de los candidates al liderazgo laborista iniciaría la campaña antes del fin de estas. Veinticuatro horas después, la situación ha cambiado totalmente.

Precisamente Miliband podría tener que enfrentarse con las candidaturas de su hermano, Ed Miliband, ex secretario de Estado de Energía y Medio Ambiente y de los ex responsables de Educación, Ed Balls; de Sanidad, Andy Burnham; de Finanzas Alistair Darling; de Interior Alan Johnson y de la propia Harman. El candidato de la corriente más izquierdista del laborismo se espera sea el diputado Jon Cruddas.

Miliband no quiere arriesgarse en un apuesta por el liderazgo laborista, después de que hace dos años anunciara su intención de lanzar un voto de confianza dentro del partido contra Brown para renunciar en el último momento.

Ed Balls, que ya advirtió en el pasado de que se presentaría, ha desarrollado un perfil público, pero es considerado demasiado izquierdista y batallador para el gusto del nuevo laborismo.

La elección podría llevar hasta tres meses, pero la necesidad de un líder de la oposición en la Cámara de los Comunes, cargo que asumirá temporalmente Harman, quizás acelere el proceso. Los candidatos necesitan asegurarse el apoyo del 12.5% del grupo parlamentario. En la votación final participarán varios millones de afiliados. Ya ha sonado el pistoletazo de salidad, y hoy -no ayer, por respeto a Brown- se inicia la carrera. S.G.

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