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José Luis Orella Unzué Catedrático senior de Universidad

Respeto versus tolerancia

El autor desarrolla y coloca frente a frente los conceptos de respeto y tolerancia, utilizando para ello ejemplos de la realidad política actual. Y por encima de todo, propugna el humanismo como «defensa del civismo en la política, con la aceptación de la pluralidad y de la imperiosa necesidad de respetar las ideas de los contrarios».

El modo de actuar de los políticos se articula en dos grandes tendencias, o la de la tolerancia o la del respeto. Un ejemplo de ejercicio político de respeto fue la intervención de Barack Obama el día 1 de mayo en la ceremonia de graduación de la Universidad de Michigan. En ella se centró en una verdadera lección de humanismo, en la defensa del civismo en la política, en la necesidad de admitir la pluralidad y en la obligación imperiosa de respetar las ideas de los contrarios. Aconsejó la calma y la generosidad democrática. Para eso, recomendó la lectura de periódicos de tendencias distintas, porque la práctica de escuchar los puntos de vista opuestos es esencial para ser verdadero ciudadano.

Y añadió que diseminar acusaciones de comunista, fascista o terrorista puede servir para conseguir titulares, pero, también, tiene el efecto de comparar a nuestros rivales políticos con regímenes totalitarios y hasta sangrientos. Y finalmente concluyó que se puede discrepar sin necesidad de demonizar a la persona con la que se discrepa y se pueden poner en duda sus juicios sin necesidad de poner en duda sus motivos.

Fue un verdadero manifiesto sobre el respeto en la vida social. Fue un sincero programa de humanismo en la vida política en la que el norte de la actuación es el ejercicio del respeto que reclama el exponer sus propios proyectos y no atacar sistemática y exclusivamente las posiciones de los adversarios.

Por el contrario, muchos políticos españoles y especialmente vascos quieren hacernos comulgar con ruedas de molino demonizando al rival al afirmar que contra la violencia social y laboral hay que actuar con tolerancia cero, que todo movimiento social, político y aun de los medios de comunicación que ellos no controlan es violencia terrorista. Afirman además que la única violencia que se puede admitir es la violencia del Estado cuando ellos la controlan en el ámbito legislativo, ejecutivo y, lo que es de mayor descrédito, también judicial.

Estos políticos ejercen como bandera la tolerancia pero su principal objetivo es la destrucción del partido contrario por el temor de que cuando el partido de la oposición suba a ejercer el poder reaccione del mismo modo contra ellos hasta extinguirlos. Para estos políticos de corto vuelo la idea fundamental es la de manipular y conducir desde el poder la sociedad y la realidad humana. Por lo que se glorian de ejercer en su ámbito de actuación la tolerancia cero. En realidad no ejercen ni siquiera la tolerancia sino la imposición.

La tolerancia es una noción que define el grado de aceptación frente a un elemento contrario a una regla. La tolerancia, en sí misma considerada, se define generalmente como un estado mental de apertura hacia el otro. Se trata de admitir la existencia de maneras de pensar y de actuar diferentes de aquéllas que uno mismo tiene. Es decir, la tolerancia implica no actuar contra las creencias, valores y prácticas que son contrarias a las mías. Es la actitud pasiva y reservada respecto a aquello que es diferente. La tolerancia no implica aceptación. Y se inclina fácilmente por la indiferencia. El miedo y la ignorancia son las herramientas de la tolerancia.

Históricamente, la primera noción de tolerancia fue la defendida por John Locke en su «Carta sobre la tolerancia», que es definida por la fórmula «dejad de combatir lo que no se puede cambiar». Bajo el nombre de «Carta sobre la tolerancia» se englobaban las cartas que John Locke publicó entre los años 1689 y 1690, y que ofrecían en buena medida las bases ideológicas esenciales para su teoría política

Desde un punto de vista social, se trata de soportar aquello que es contrario a la moral (o a la ética) del grupo económico y político dominante, entendida como un absoluto. Desde el punto de vista del poder, se trata principalmente de controlar la reacción frente a un comportamiento que se juzga malo, pero que se acepta porque no se puede hacer otra cosa.

La imposición, que no la tolerancia, se ejerce desde la superioridad, desde el poder, desde la posesión de la verdad que se estima como absoluta. La tolerancia la ejerce la autoridad o el poder que puede prohibir o suspender una acción que considere indeseable o molesta y no lo hace, sino que deja actuar hasta cierta medida.

La tolerancia se podría formular como: «No estoy de acuerdo contigo, pero transijo que lo hagas en razón de la salvaguardia de las diferencias». Sólo se puede ser tolerante con aquello que uno puede impedir con las herramientas de fuerza que él solo controla. Pero no hay tolerancia sin cierta agresión, al menos psicológica. Es decir, que sólo se puede ser tolerante frente aquello que nos molesta, con lo que no se está de acuerdo, pero que no se ataca a degüello, aun pudiéndolo hacer, para asentar un ideal de libertad. El proclamar el lema de tolerancia cero no es un ejercicio de tolerancia sino de imposición de fuerza.

La imposición parte del supuesto fundamental de que la verdad, la justicia, el orden y la dignidad las tiene el poder, el Estado, el grupo de presión que controla la política del Estado o de las iglesias, y que la ejerce el político o la autoridad de turno como representante de ese modo de pensar y actuar, convencidos de que ellos son los únicos que pueden ejercer la violencia coactiva, aunque a veces presumen de transigir con el que está errado permitiendo manifestaciones y aun huelgas, por mor de la presión ciudadana y en la medida que el representante del poder lo encuentre conveniente. El político impositor no tiene en cuenta ni la tolerancia ni el respeto ni el humanismo, sino únicamente la eficacia de implantar una pacificación social manipulada.

El respeto da un paso adelante con respecto a la tolerancia y hace vislumbrar la posibilidad de favorecer el humanismo. El respeto parte del supuesto de que la verdad no es absoluta, que no la tengo yo exclusivamente, sino que los demás tienen también parte de la verdad y de la justicia. El respeto acepta abrirse a las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias. Es la capacidad de escuchar y aceptar a los demás, comprendiendo el valor de las distintas formas de entender la vida. Exige el entendimiento mutuo. Es el ejercicio de la expectativa, incluso, cuando el entendimiento mutuo no exista. El respeto es la consecuencia fundamental de un verdadero humanismo. El respeto supone que se comprende y, en parte, se comparten los valores de una persona, de una idea, de una autoridad que convive con nosotros.

El ejercicio del respeto como toda posesión parcial de verdad y de justicia, tiene también la licitud del ejercicio de la propia defensa, es decir de la violencia. Porque el que ejerce el respeto sabe que para poder respetar a los demás, tiene que primero respetarse uno así mismo. Y si una persona o colectividad tiene el derecho del ejercicio de la propia defensa, el ejercicio del Respeto me condiciona a afirmar que también tendrá el derecho de la autodefensa aquel con el que me relaciono.

Como decía hace unos días Barack Obama en la ceremonia de graduación de la Universidad de Michigan es necesario humanizar las relaciones sociales y de convivencia, tanto en el ámbito internacional como en el de la vida cotidiana con una defensa del civismo en la política, con la aceptación de la pluralidad y de la imperiosa necesidad de respetar las ideas de los contrarios. Pero no nos olvidemos aunque parezca contradictorio que este Barack Obama que nos está describiendo el Humanismo en la política es a la vez aquel que al concederle el premio Nobel de la paz nos expuso la necesidad de la defensa propia con el ejercicio de la guerra justa.

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