La investigación abierta para determinar si ocho de los bancos más importantes del mundo llegaron a acuerdos ilegales con las agencias de ráting para inflar las calificaciones de títulos hipotecarios viene a incrementar las sospechas sobre la responsabilidad de estos importantes actores financieros en los orígenes de la crisis. Sospechas que, sin embargo, no impiden a las agencias seguir ejerciendo una influencia determinante en los ritmos de la economía global que, por ejemplo, ha puesto contra las cuerdas a estados como el griego y el español, entre otros. Y tampoco evitan que la banca, una vez rescatada, haga negocio con los intereses de la deuda que esas mismas agencias califican. Esta investigación se suma a otras ya en curso sobre hipotéticas prácticas desarrolladas en Wall Street por entes financieros con el objeto de agravar la crisis de países como Grecia o perjudicar al euro con el objeto de desestabilizar el mercado a su favor.

Estos ejemplos no vienen sino a confirmar que la corrupción ha sido y probablemente sigue siendo el motor que mueve un mercado financiero desafiante ante los ya abortados intentos de los estados por reducir su hegemonía.