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BIARRITZ CAE EN LA FINAL DE LA COPA DE EUROPA

Tan cerca, tan lejos

Nadar hasta la orilla para morir ahogados. El dicho se puede aplicar perfectamente a la derrota que sufrió ayer Biarritz Olympique en la final de la Copa de Europa de rugby. Cuando ya nadie daba un euro por los rojiblancos, se sacaron de la chistera un ensayo que, faltando menos de diez minutos, les ponía a sólo dos puntos del Stade Toulousain. Lo intentaron con las fuerzas que ya no tenían, pero el título, por segunda vez, se fue como arena entre los dedos.

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BIARRITZ OLYMPIQUE 19

STADE TOULOUSAIN 21

Imanol INTZIARTE | PARÍS

No pudo ser. Se escapó de nuevo. Al igual que hace cuatro años, Biarritz Olympique se quedó a un peldaño de ganar la Copa de Europa. Dos puntos. Una nimiedad. Un abismo. Hombres grandes como armarios totalmente abatidos, arrodillados sobre el césped lamentando la ocasión perdida.

Ser campeones continentales seguirá siendo una espina clavada, un hueco en la vitrina. El Stade Toulousain es un merecido campeón. La titánica defensa biarrotarra y un chispazo, una jugada aislada de los vascos que acabó en ensayo, hizo que el marcador terminara tan apretado. Los occitanos pisaron con mucha más frecuencia las proximidades de la línea de ensayo rival y, a falta de argumentos para traspasar la tela de araña de los de Jean Michel Gonzalez, decidieron con la calidad que tienen en sus piernas Skrela y Fritz.

El Olympique sufrió mucho y, si llegó con opciones hasta el minuto 80, fue porque se mostró contundente y sumó casi cada vez que se asomaba al campo contrario. Estuvo cerca, muy cerca, y peleó lo indecible. Su sacrificio en tareas defensivas fue digno de encomio, pero no le alcanzó para imponerse.

Su afición, desplazada en masa desde Euskal Herria, así se lo reconoció en pie al término del choque. Deportividad al cien por cien, con todo el Stade de France aplaudiendo a los gladiadores, fueran propios o contrarios. Y mientras el Toulouse mostraba la copa a los suyos, en el otro extremo del campo jugadores y afición rojiblanca se intercambiaban ánimos y promesas de nuevas oportunidades.

Nadie se lo quería perder

Salvando el resultado, que nunca es asunto baladí y menos en un partido de este calibre, la jornada fue para enmarcar. La mañana se despertó radiante en París. Los aficionados no desaprovecharon la ocasión para callejear por la Ciudad de la Luz. Camisetas de lo más variopinto. En la plaza del Tertre, junto al Sacré Coeur en pleno Montmartre, unos irlandeses del Munster -se desplazaron en masa haces tres semanas a Anoeta- se tomaban unas pintas mientras observaban el bullicio en torno a la pléyade de pintores que abarrotan el lugar.

Una cuadrilla del Toulouse hacía sonar las bocinas de sus coches en la zona de Pigalle, mientras que la mascota del Biarritz, el indio, paseaba en la trasera de una ranchera por los alrededores de Versalles.

Pero todos los caminos convergían no en Roma, como reza el dicho, sino en la línea 13 del metro. No había posibilidad de equivocarse de tren, el bueno era aquel del que salían los gritos de «Allez BO».

Tras media hora haciendo prácticas para opositar a un puesto de sardina en lata -el retorno sería peor aún-, las puertas se abrieron en la estación de Saint Denis. Los primeros reventas ofrecían billetes para el partido en los mismos pasillos del metro.

Aunque faltaban más de dos horas para iniciarse el choque, la presencia de aficionados ya era bastante notoria. A simple vista, parecía que el Stade Toulousain iba a contar con mayoría en las gradas.

Varias charangas ponían la música y el patrocinador del torneo, las bebidas. Estas últimas pagando, obviamente. Los puestos de recuerdos de la final también hacían caja. A veinte euros la bufanda conmemorativa, ahí es nada.

Por dentro, el estadio impresiona. Se construyó justo antes del Mundial de fútbol de 1998. Los hinchas rojiblancos, ikurriña en mano, se instalaron en el fondo sur, mientras que los rivales, con profusión de banderas occitanas, llenaban el fondo norte.

En los prolegómenos no hubo tiempo de aburrirse. Abrió el espectáculo un coro infantil de Saint Denis, seguido de zancudos disfrazados de ¿robots?, animadoras, bailadoras de can can... Mientras, ambos equipos calentaban jaleados por los suyos. La megafonía comenzó a desgranar los quinces iniciales. Cuando llegó el turno del Biarritz, la afición desplegó por encima de sus cabezas una enorme tricolor roja, verde y blanco. El cénit se alcanzó cuando nombró al número 8, el garaztarra Imanol Harinordoki.

Un encuentro muy dinámico

En el sorteo, el Stade Toulosain eligió realizar el saque inicial. El colegiado inglés dio la orden y el balón voló por los aires. El partido fue muy dinámico desde el arranque. Más juego a la mano que patadas largas al campo contrario buscando el error de los receptores. El espectáculo lo agradeció.

En el segundo minuto, el Stade Toulosain creó peligro tras sacar rápidamente a la mano un golpe de castigo en el centro del campo. La defensa rojiblanca logró frenar a sus rivales a cinco metros de la zona de marca y pudo taponar el posterior intento de drop. Lo primero lo repetiría a lo largo del encuentro, lo segundo, lamentablemente, no.

Un minuto después, en la primera ocasión en la que pisaba campo rival, Yachvili aprovechaba un golpe de castigo para exhibir su demoledora zurda y adelantar a los suyos (3-0). Atronaba el clásico «BO, BO», desde el fondo rojiblanco.

Sin acusar la desventaja, Toulouse jugaba con su línea de tres cuartos para tratar de encontrar un hueco. Tuvo un golpe de castigo pegado a la banda y en la línea de 22 que Skrela impactó contra uno de los postes y se retornó al campo.

Yachvili intentó doblar la renta con un drop que se fue ligeramente fuera. Al menos, Biarritz pisaba campo rival, y ahí siempre llegan la opciones. Dicho y hecho. Desde 30 metros, el apertura anotaba otro golpe de castigo. Dio en el poste, pero entró (6-0, m.15). La fortuna sonreía a los biarrotas.

Era un espejismo. Fritz recortaba distancias en el minuto 20 con una patada desde medio campo tras falta pitada por placaje alto (6-3). Una oportunidad de las que no se deben conceder.

Toulouse devolvió el favor y Yachvili demostró por qué es el máximo anotador de esta Heineken Cup (9-3, min. 28). Las zonas de 22 de ambos contendientes permanecían casi vírgenes, acercarse a la línea de ensayo se revelaba una tarea de titanes. En ese toma y daca, Skrela ponía el 9-6 en el 31 y repetía en el 35 para empatar.

Entre medias, a punto estuvo de ensayar, pero el zaguero rojiblanco Balshaw acudió presto a cerrar la vía de agua con un soberbio placaje. Toulouse insistía y lo mejor que le podía pasar al Biarritz era llegar al descanso con la igualada. No pudo ser, ya que Fritz se encargó de deshacerla con un drop (9-12, min.38).

Con esa mínima desventaja labortana se llegaba al descanso, Toulouse tenía mayor soltura en ataque y sólo sus imprecisiones a la mano y la defensa del Biarritz mantenía los guarismos tan apretados. Por delante quedaban cuarenta minutos.

La grada, igual que los jugadores, se tomó un respiro para recobrar el ritmo cardíaco. Con las pilas cargadas, parecía que Biarritz quería meter en su campo al Toulouse.

Pero querer no siempre es poder. Se hablaba en la previa de que, quizás, Toulouse pagaba el haber jugado las semifinales ligueras, mientras que Biarritz había tenido tres semanas para preparar el choque. No daba esa impresión.

En estas llegó un contrataque tras robar una touche. El talonador Lauret se hacía con el balón, pateba por encima de las defensas y, pese a su corpulencia, exhibía su velocidad para llegar primero. El argentino Albacete, segunda línea del Toulouse, le placaba sin balón y veía una amarilla, dejando a su equipo en inferioridad durante diez minutos. Yachvili aprovechó el pertinente golpe de castigo para empatar.

Pero los occitanos no se arrugaron y volvieron a adelantarse con otro drop, esta vez obra de Skrela (min. 51, 12-15). Y repitió en el 57. Al tiempo que Toulouse recuperaba al hombre sancionado, Jean Michel Gonzalez movía el banquillo con un carrusel de cambios. Restaban poco más de veinte minutos y era el momento de ir a por todas.

La hinchada rojinegra comenzó una ola que tuvo respuesta en todo el Stade de France, aunque en el fondo de enfrente no estaba el horno para muchos bollos. Su equipo pecaba de precipitación y el título se iba alejando de Euskal Herria.

Skrela certificaba esta impresión con un golpe de castigo en el 66 (12-21). La distancia podía ser insalvable, visto lo visto sobre el césped.

Sin embargo, había luz. Una melé ganada en la propia línea de 22, la pelota pasa de mano en mano mientras cruza el campo y Hunt que la posa bajo los palos rivales. Courrant transforma (19-21). Siete minutos. Aprieta, Biarritz, aprieta. El segundero vuela y ya no quedan fuerzas. Tan cerca, tan lejos.

un vasco campeón

Jean Baptiste Elissalde, vasco aunque nacido en La Rochelle, milita desde hace varias temporadas en las filas del Stade Toulosain. Duda por problemas físicos hasta última hora, estuvo en el banquillo pero no llegó a jugar.

Cuarto título

Con esta victoria, el Stade Toulousain se confirma como el equipo más laureado de la Heineken Cup, con cuatro títulos en las quince ediciones disputadas. Tiene además dos subcampeonatos, los mismos que el Biarritz.

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