Ainara Lertxundi Periodista
Sin tetas también hay paraíso
Dos amigas, adolescentes, conversan ajenas a oídos extraños. Entre semáforo y semáforo comentan el viaje de una tercera a su tierra natal para aumentarse el pecho y así «gustar» a ese chico que ahora no le presta la atención que ella desea. Otra compatriota, ésta entrada en los cuarenta, relata su viaje de regreso tras cuatro años para, entre otras cosas, someterse a una reducción de grasa corporal y tener una cintura más estilizada. La intervención fue delicada, al igual que el posoperatorio, que incluyó dolorosos masajes en la zona intervenida y la obligación de llevar una faja especial durante meses. El argumento es similar al de las dos jóvenes; el afán por «verse linda» para una tercera persona, no para ella misma.
La versión original de la telenovela «Sin tetas no hay paraíso», de factura colombiana, refleja esta obsesión y culto por el cuerpo. En ella, Catalina, una joven sin recursos de Pereira -cuyo principal motor económico es la prostitución-, hará lo que sea para pagarse un par de siliconas, de mala calidad, y estar a la altura de sus amigas. La serie, que originó una fuerte controversia, retrata una realidad incómoda pero cada vez más extendida en las llamadas sociedades modernas. Hace poco, en un programa sobre litigios judiciales de una cadena estatal, un padre llevó a su pareja para exigirle que firme la autorización que permita a la hija de ambos, de 16 años, operarse del pecho porque se siente acomplejada. La madre sustentó su negativa en la juventud de la menor, en que aún está en pleno desarrollo, físico e intelectual, y en que el punto de partida debe ser la aceptación de uno mismo y no el bisturí.
Otro programa, también de ámbito estatal, ofrece a los participantes un «cambio radical», que va desde la fría sala de un quirófano hasta la confortable butaca de una peluquería.
La búsqueda de esa «belleza perfecta» para gustar al sexo contrario se ha convertido en otro tipo de esclavitud, aunque en este caso tolerada, porque para la opinión pública, particularmente occidental, sólo el burka, el velo integral o las prendas que desdibujan las curvas son símbolo de opresión.